La presentación del Señor es un pasaje del evangelista Lucas, que nos ofrece diversos elementos: nos pueden ayudar a captar todo el significado del relato evangélico meditándolos uno a uno y en su conjunto a la vez. Nos hace dos prescripciones y su cumplimiento.
a) La PURIFICACIÓN DE MARÍA: Toda mujer, después de dar a luz, quedaba legalmente impura. Por lo que tenía que presentarse al sacerdote, quien ofrecía la ofrenda en expiación por la madre, y así quedaba purificada. Por el tipo de ofrenda que realizan (dos tórtolas), José y María son presentados en su realidad y condición social como personas pobres.
b) La PRESENTACIÓN DEL NIÑO: Todo primogénito varón debía ser consagrado a Dios; le pertenecía a Dios y debía ser rescatado por una suma de dinero. Lucas no menciona rescate alguno por Jesús; sólo habla de la ofrenda expiatoria de los pobres.
El evangelista nos presenta, también, dos personajes: SIMEÓN y ANA, cuyos nombres significan “Dios ha escuchado” y “Dios concede gracia” respectivamente, y ellos representan al pueblo fiel y pobre. A pesar de su edad, mantenían viva la esperanza del Mesías y de la liberación del pueblo. Ambos coincidían en el templo cuando Jesús fue presentado: el templo lugar especial para las manifestaciones de Dios. - Simeón, “honrado y piadoso” e “impulsado por el Espíritu, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser (= felicidad),“sirviendo a Dios con ayunos y oraciones”:
Los dos MANTENÍAN VIVAS LAS ESPERANZAS MESIÁNICAS y su postura contrasta con la referencia a Zacarías e Isabel, representantes oficiales de la religión, que ya no esperaban y que eran estériles.
SEGUIMIENTO
22. Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor,
23. como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor
24. y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
25. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.
26. El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.
27. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él,
28. le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
29. «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz;
30. porque han visto mis ojos tu salvación,
31. la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
32. luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel.»
33. Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él.
34. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción –
35. ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
36. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada. Casada en su juventud, había vivido siete años con su marido,
37. y luego quedó viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.
38. Presentándose en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
39. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
40. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.
I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
Lucas mezcla dos prescripciones, sin mucha distinción. La purificación de la madre era prevista por el Levítico (12,2-8) y se cumplía cuarenta días después del parto.
Hasta ese momento la mujer no podía acercarse a los lugares sagrados, y la ceremonia era acompañada de una ofrenda de animales pequeños, un cordero primal y un pichón o una tórtola. La consagración del primogénito estaba prescrita en el Éxodo 13, 11-16: y era considerada una especie de "rescate" – también con la ofrenda de pequeños animales – en recuerdo de la acción salvífica de Dios, cuando libró a los israelitas de la esclavitud de Egipto.
En toda la escena los padres aparecen como en el acto de presentar / ofrecer el hijo como se hacía con las víctimas y los levitas; mientras en la figura de Simeón y Ana aparece más bien Dios, que ofrece /presenta al hijo para la salvación del pueblo.
Las figuras de Simeón y Ana son figuras cargadas de valor simbólico. Ellos tienen la tarea del reconocimiento, que proviene tanto de la iluminación y del movimiento del Espíritu, como también de una vida llevada en la espera más intensa y confiada.
En particular a Simeón se le define como el "prosdekòmenos", uno que es prototipo de la esperanza, uno que va al encuentro para acoger. Por eso, él también aparece obediente a la ley, la del Espíritu, que lo empuja hacia el Niño, que entró en el templo.
El cántico proclama manifiestamente su esperanza cumplida: Ha vivido para llegar a este momento. Ahora se marcha, para que otros vean también la luz y la salvación para Israel y para las gentes.
Y Ana completa el cuadro, con su avanzada edad, (valor simbólico : 84 = 7x12: el doce es el número de las tribus; o también 84–7= 77, perfección redoblada), con su modo de vivir (ayuno y oración) y y con la proclamación de quien "esperaba" que se cumplieran las promesas.
Ella es guiada por el espíritu de profecía, dócil y purificada en el corazón. Además, pertenece a la tribu más pequeña, la de Aser: signo de que los pequeños y los débiles están más dispuestos a reconocer a Jesús, el Salvador.
II. MEDITAMOS el texto aplicándolo a nuestra vida
Simeón y Ana son una pareja original – símbolos del mejor judaísmo, de la Jerusalén fiel y dócil, que espera y se alegra, y que deja desde ahora en adelante brillar la nueva luz. Jesús, la LUZ DE LAS NACIONES, quien es festejado por los sencillos y por los limpios de corazón.
Las personas dominadas por el Espíritu, son capaces de percibir la luz de Dios y entender, descubrir y experimentar sus caminos y la salvación-liberación que ellos traen. De Simeón se dice explícitamente: “El Espíritu Santo estaba con él”; y de Ana, que “era profetisa”. Los dos descubrieron en el niño que llevaron María y José la irrupción de Dios, que cumpliendo las promesas, venía a traer la salvación.
No es fácil aprender a entender lo que Dios nos dice con al irrumpir en nuestra historia personal y social. Sin embargo, las personas sencillas y pobres son quienes mejor captan su mensaje y su manera de hacerse presente. ¿Cuándo llegaré a aprender como Dios llega a mí? ¿Tengo la disponibilidad para descubrir su presencia? ¿En qué se nota?.
El Mesías fue esperado por siglos; si bien la esperanza iba decayendo; hubo quienes hicieron que la llama se mantuviera encendida. Simeón y Ana son para todos MODELOS de ESPERANZA MESIÁNICA. Simeón usó dos palabras muy significativas: ‘AQUÍ y AHORA’, para decir que la salvación se hacía realidad.
¿Descubro que la salvación no es cuestión del pasado? ¿Las palabras aquí y ahora que me dicen y cómo las interpreto en mi vida y en de los que me rodean?
María confió en Dios, en su Palabra, en su acción, pero no por ello quedó exenta de sufrir dolores y obscuridad, luchas y silencios angustiosos. La historia del Mesías sufriente será dilacerante para todos, pero sobre todo para su Ella, como madre. No se vive en la luz, sin pagar el precio, sin que se tenga que arriesgar, sin que sea preciso renacer de nuevo de lo alto y en novedad de vida.
¿Comprendo lo que se dio en María y lo que se puede dar en mí, si yo me abro a Dios presente en mi vida?
Aparecen dos imágenes en la narración: "la espada que traspasa," y el niño "que hará caer" y sacará a los corazones del sopor: las dos no se separan del gesto tan cargado de sentido de los dos ancianos: Simeón toma entre los brazos al niño, para indicar que la fe es encuentro y abrazo, no solo una idea o un teorema. Ana, anuncia y enciende en "los que esperan" una fulgurante luz.
Una espada que traspasa: Este signo se interpreta como anuncio de sufrimiento para María, un drama visualizado en la Dolorosa; pero esa mujer que sufre a causa del dolor de su hijo, bien puede referirse también no solo a la Madre, sino a Israel: ‘Simeón intuye el drama de su pueblo, que será profundamente herido por la palabra viva y cortante del Redentor’ (cfr Lc 12, 51-53).
¿Soy consciente que la fe, como don de Dios me pide ir a su encuentro y que una vez que tenido la gracia de experimentarlo tengo que hacerme portavoz de esa experiencia entre mis hermanos?
Este episodio, con las situaciones más simples y familiares de la pareja de esposos con su niño en brazos; la presencia del anciano que goza y lo abraza y la anciana que reza y anuncia, son una escena de la vida diaria de Israel, sin embargo son una epifanía de Dios. Todo en su conjunto nos lleva a la comprensión.
Para terminar, Lucas concluye que el niño que crecía de forma extraordinaria en sabiduría y bondad, porque Dios obra dentro de la normalidad de la vida. ¡Siempre obra! El tema de la sabiduría entrelazada con la vida normal de su crecimiento y en el contexto del pueblo, deja la historia como suspendida; ella se reabrirá con el encuentro de Jesús en el templo con los doctores, episodio que sigue al de la presentación (Lc 2, 41-52).
¿Cómo vivo mi historia de cada día? ¿Qué tan sensible soy para favorecer mi crecimiento en la fe y el de los que me rodean?
III. ORAMOS nuestra vida a la luz de este texto
Dios y Padre nuestro, una vez más GRACIAS por lo que eres y haces para que te descubramos y te aceptemos en nuestra vida. Estamos en nuestro templo, ese espacio feliz en el que Tú te nos manifiestas, en nuestro ‘aquí y nuestro ahora’. Tú has querido tener un encuentro con nosotros. ¡Qué alegría! Quieres llenar de razones nuestra vida y nos dejas satisfechos. ¡Qué más podemos desear si te tenemos a ti, y a tu Hijo, nuestro Hermano!
Haz que como Simeón nos sintamos llenos y que como Ana nos dispongamos a anunciar las maravillas que has hecho en nosotros, porque toda manifestación tuya, conlleva una misión, a la que no podemos negarnos. Danos fe, y la capacidad para compartirla no solo con las palabras, sino sobre todo con nuestra vida ordinaria.
María, que contigo sepamos aceptar el dolor, que está unido implícitamente a la alegría de tener a tu Hijo, y tú, José, concédenos saber realizar el plan de salvación. Esa prontitud en tu actuar nos enseñe a saber hacer lo que Dios nos pida sin dilación, porque esta es la Hora de Dios para nosotros, como lo fue para ustedes. ¡Así sea!
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