Junto a una lectura histórica-cronológica en la que se pone de realce el episodio del bautismo de Jesús, el encuentro con Juan, antes del comienzo de su vida pública, se puede tener presente una lectura simbólica, ayudado por los Padres orientales, en la que se encuadra mayormente el tiempo litúrgico de la navidad, que se concluye con la plena manifestación de Dios como hombre. Una síntesis de la manifestación – epifanía del Hijo de Dios en la carne.
Mateo nos narra el anuncio del Reino de los Cielos por parte de Jesús en el capítulo 3. Éste comienza con la predicación de Juan Bautista 3,1-12, para seguir con el bautismo de Jesús en el Jordán.
El texto se divide así: 1) Irrupción de Jesús en el Jordán (3,13); 2) negativa de Juan a bautizarlo (3,14); 3) respuesta de Jesús y aceptación de Juan (3,15); 4) reacción del cielo ante el bautismo de Jesús y descenso del Espíritu Santo sobre Él (3,16); 5) la voz del cielo que le proclama su Hijo amado e invita a escucharle (3,17).
Juan confiese su indignidad frente a Jesús, la ineficacia de su bautismo frente al de Jesús y, sobre todo, leyendo en profundidad el hecho histórico: en el momento en que Jesús se solidariza con los peca-dores, Dios sale al descubierto para proclamarle su Hijo predilecto.
SEGUIMIENTO
13. Jesús fue de Galilea al río Jordán, donde estaba Juan, para que éste lo bautizara.
14. Al principio Juan quería impedírselo, y le dijo: Yo debería ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
15. Jesús le contestó: Déjalo así por ahora, pues es conveniente que cumplamos todo lo que es justo ante Dios. Entonces Juan consintió.
16. En cuanto Jesús fue bautizado y salió del agua, el cielo se le abrió y vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él como una paloma.
17. Se oyó entonces una voz del cielo, que decía: «Éste es mi Hijo amado, a quien he elegido.»
I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
En la tradición de la Iglesia griega, el Bautismo de Jesús es la fiesta más importante en las celebraciones navideñas. El 6 de enero se festeja en conjunto: Bautismo, nacimiento, visita de los Magos, bodas de Caná como una sola realidad. Más que del desarrollo histórico de la vida de Jesús se tiene en cuenta su relevancia teológica–salvífica. El interés no se centra en el aspecto sentimental, sino en la manifestación histórica de Dios y su ser reconocido como Señor.
El evangelista introduce al lector en la experiencia del misterio de Jesús y su mesianismo. Deja Galilea; ese ir hacia el Jordán es símbolo de su entrar al mundo; se solidariza con los pecadores; se pone en la fila de los que piden a Juan ser bautizados.
El Precursor reconoce la grandeza del Maestro, intenta persuadirlo de que es Él quien debe bautizarlo; pero Jesús le convence presentándole sus razones: ‘Conviene que cumplamos todo lo que es justo para que se cumpla el proyecto de Dios, haciendo su justicia’.
Juan quiere impedir el bautismo de Jesús; reconoce la diversidad que hay entre los dos. El conocimiento de la Nueva Alianza entra en escena. “Aquél que viene después de mí, los bautizará en Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo; limpiará, recogerá, quemará...” (Mt 3, 11-12).
La diversidad entre Juan y Jesús se colige también por las familias de proveniencia (sacerdotal la de Juan); del lugar (Jerusalén para Juan, Nazaret de Galilea para Jesús); en la modalidad de su concepción (anuncio al padre, Zacarías, según el modelo antiguo; anuncio a la madre, María); la edad de los padres (ancianos los de Juan). Todo está manifestando el pasaje entre el antiguo y el nuevo Testamento.
Mateo prepara a los lectores a la novedad del Cristo: “habéis oído que fue dicho, pero yo os digo” (Mt 5).
Jesús se somete al plan salvífico de Dios (así cumplimos toda justicia), respetando el modo (en la humildad – kenosis) y los tiempos (la hora – kairos).
Este Plan se realiza mediante la misericordia, la sumisión, la humildad y solidaridad de Jesús con las miserias de la humanidad, a la que le ofrece la seguridad de que la salvación es una realidad al alcance de quienes quieran recibirla.
En los evangelistas se evoca la proclamación de la identidad divina de Jesús por parte de Dios Padre y del Espíritu Santo presente bajo la forma de paloma.
Mateo dice precisamente: “Éste es” y no “tú eres” mi Hijo amado. Jesús es de naturaleza divina y al mismo tiempo el nuevo Adán, principio de una humanidad nueva reconciliada con Dios junto a la naturaleza reconciliada también ella con Dios, a través de la inmersión de Cristo en las aguas. Se reabren los cielos después que han estado cerrados tanto tiempo por causa del pecado y la tierra queda bendecida.
Dios envía sobre Jesús el Espíritu Santo, el mismo que le guiará a lo largo de todo su camino de verdad y justicia.
La acción de Jesús nos recuerda el comienzo de la creación y un nuevo comienzo para la humanidad. El Espíritu Santo actuó en Él siempre.
La voz del cielo se dirigió no a Jesús, sino a los que estaban a su lado, pues dijo: “Este es” y no “Tú eres”. Dios se hizo presente en Jesús, su Hijo muy amado. Jesús es el Dios siempre con nosotros.
Una vez más, hay Buenas Noticias para todos, en especial para quienes somos pecadores. Dios está de nuestro lado, se mezcla y solidariza con nosotros, nos vino a buscar, sabía dónde encontrarnos. El Jordán era el lugar donde se regeneraban los que se reconocían necesitados de la salvación.
Cristo Jesús reveló a todos los que lo vieron su identidad (Hijo de Dios). Desde que Él asume nuestra condición humana, Dios dirigió a su Hijo su mirada, su escucha; lo declara su elegido. El Padre estuvo siempre a su lado y esta comunión entre los dos nos beneficia a todos. Dios está con nosotros; es ‘el Emmanuel’, hasta el final de los tiempos.
II. MEDITAMOS el texto desde nuestra vida.
Dios se revela no en el Templo de Jerusalén, no ante los grandes servidores de la Palabra, sino entre los pecadores, los que necesitan la salvación. Lo hace silenciosamente, confundiéndose con ellos, siendo uno más.
Jesús dice a Juan: Se ha de cumplir la justicia. Mateo insiste e insistirá mucho en esto durante todo su evangelio; Jesús ha venido a cumplir la voluntad de Dios, que no es otra que renovar la justicia en el mundo, sinónimo de salvación.
En el verbo «cumplir», «llevar a plenitud», encontramos un plan de vida propuesto a todos los cristianos, un itinerario para cada uno. La tarea que la Palabra nos encomienda supone siempre un esfuerzo, un camino por recorrer, discerniendo qué quiere Dios y qué somos capaces de hacer por Él. En nuestra vida la «voluntad de Dios», «lo que Dios quiere» nos pide descubrir su llamado y responderle con valentía.
El Papa Francisco dijo en la Audiencia General del 11 de septiembre del año 2013: “La Iglesia nos engendra a la fe, como madre; nos hace hijos de Dios; nos dona su vida, nos. Si van al Bautisterio de San Juan de Letrán, en la catedral del Papa, en el interior, hay una inscripción latina que dice más o menos así: «Aquí nace un pueblo de estirpe divina, generado por el Espíritu Santo, que fecunda estas aguas; la Madre Iglesia da a luz a sus hijos en estas olas.
Formamos parte de la Iglesia; no como algo exterior y formal; no porque nos entregan un documento con nuestros datos. El bautismo es un acto interior y vital; no se pertenece a la Iglesia como se pertenece a una sociedad, a un partido o a cualquier otra organización.
El vínculo del bautizado con la Iglesia es vital, como el que se tiene con la propia madre, porque, como afirma san Agustín, «La Iglesia es realmente madre de los cristianos» (De moribus Ecclesiae, i, 30, 62-63: pl 32, 1336)… La fecha del Bautismo es la fecha de nuestro nacimiento a la Iglesia, la fecha en la cual nuestra mamá Iglesia nos dio a luz”.
¿Qué es para mí estar bautizad@? ¿Amo a la Iglesia, la considero mi madre, aunque tenga defectos, porque es una institución humano – divina?
El bautismo de Jesús fue una manifestación de su identidad como Hijo de Dios. El diálogo entre Juan y Jesús sólo aparece en el evangelio de San Mateo. Jesús se pone a la fila para que Juan lo bautice, como uno más. Jesús quiso pasar por los mismos trámites de sus contemporáneos. Seguramente aprendió de José y María a hacer lo mandado.
Dios nos reconoce como hijos suyos y nos confiere su Espíritu; el bautismo cristiano no es, pues, un rito de conversión a Dios: no somos los creyentes quienes nos convertimos a Él, sino Él quien se dice públicamente nuestro Padre.
El día de nuestro bautismo, Dios pronunció sobre nosotros esas palabras: “Tú eres mi hijo amado”. No somos muy sensibles a su voz. Sin embargo, Él nos revela nuestra identidad. ‘Quiere que nos sintamos amados por Él, que nos demos cuenta cuánto valemos y que vivamos nuestra vocación con la seguridad de que Él nos ama y nos llama’.
“Este es mi Hijo muy amado, a quien he elegido”. En el Plan de Dios hay una elección. En Cristo todos somos elegidos… somos hijos en el Hijo… ¿Lo pensamos? ¿Vivimos esta gran verdad? ¿Cómo?
El Papa Juan Pablo II dijo: «Por el Bautismo el cristiano inició su configuración con Cristo que luego, por la acción de Dios y la fidelidad del hombre, ha de ir creciendo hasta llegar a la edad perfecta de la plenitud de Cristo». El bautismo nos hace miembros del cuerpo de Cristo; este sacramento nos invita a renovar siempre nuestro encuentro con Él y nuestra pertenencia a la Iglesia.
Dios nos ha amado antes de que nosotros lo amemos a Él. Una de las frases que nos ha dicho el Papa Francisco en el Congreso Catequístico Internacional, el 27 de septiembre del 2013, es que Dios nos primerea (1 Jn 4,19). Una expresión muy suya, pero que es tan antigua como el amor de nuestro Padre que se nos adelanta… No vamos por la vida sin saber quiénes somos y a dónde vamos… En su Plan amoroso nos da a su Hijo muy amado para que caminemos con Él, en la Iglesia, con la comunidad para llevar a cabo esa voluntad salvífica, en la que somos la causa y la razón… El Bautismo de Jesús nos asegura nuestra vocación a la justificación, a la santidad…
En los cantos litúrgicos orientales se pide a Jesús, fuente de vida, que cancele en el Jordán la condena de Adán, para que se acabe el odio y halla paz. Que la humanidad se vista de blanco, que salga de las aguas viviendo su condición de hijos de Dios y sea capaz de transformar la creación a imagen del Creador.
Desde que fuimos bautizados, Dios nos considera ‘sus hijos’. Tenemos que caer en la cuenta de que Él quiere que vivamos nuestra filiación; tenemos toda una vida para experimentarla, santificándonos y santificando nuestro mundo.
Que nuestra relación con Dios Padre sea de hijos; con Cristo, de hermanos y con el Espíritu, de casa en la que Él habite y realice en nosotros la obra que inició cuando fuimos bautizados.
III. ORAMOS nuestra vida a la luz de este texto
Padre Dios, hoy sumergid@ en las aguas del Jordán, renovamos nuestro Bautismo. Con el correr de los años hemos dejado que se empolve nuestra identidad; queremos realizar la misión a la que nos llamas, a ejemplo de Cristo, que vivió para darte gloria y hermanarnos, haciéndonos miembros de tu Familia, la Iglesia.
Queremos crecer en conciencia, Ilusionar, incentivar, alimentar, revitalizar y fortalecer lo que un día, por la fuerza del Espíritu, nos diste como don: la alegría de ser tus hij@s.
Con María, y con todos los Santos que han alcanzado la salvación, te decimos: ¡Gracias por amarnos, por salvarnos! ¡Amén!
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