29 maggio 2013

LECTIO DIVINA, Dom. de Corpus Christi - (Lc 9, 11b-17) Ciclo ‘C’

Juan José Bartolomé, sdb

Jesús fue muchas veces huésped y comensal: compartió el hambre del hombre y su sed de convivencia. Cuando dio de comer a la muchedumbre que le escuchó, quiso multiplicar el pan escaso y saciar la necesidad de los que habían estado con Él.
Antes de calmar su hambre de pan, había calmado su necesidad de Dios; sólo atendió a quienes primero le habían atendido a Él. El milagro es consecuencia de la escucha a su Palabra. Es muy significativo que para obrar este portento, Jesús pidió la ayuda de sus discípulos, aunque pequeña, pero no insignificante; quiso que pusieran a su disposición lo poco que tenían: cinco panes y dos peces… Ellos pudieron ver el gran milagro: Jesús satisfizo a la muchedumbre que estaba con Él.
Los cristianos hemos de aprender de las actitudes de Jesús si queremos hacer verdad el mandato del Señor. La Eucaristía es el sacramento que sacia el hambre de los hombres, repartiéndoles el pan de Dios: Cristo Jesús. Nadie, que se sepa discípulo, puede permitirse no dar lo que tiene, si ofrece lo que posee, el Señor hace nuevamente milagros…

Seguimiento:
11b . En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del Reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
12. Caía la tarde, y los doce se le acercaron para decirle: “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de los alrededores a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado”.
13. Él les contestó: “Denles ustedes de comer”.
14. Ellos le replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío”
15. Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: “Díganles que se sienten en grupos de unos cincuenta”. Lo hicieron así, y todos se sentaron.
16. Él tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se lo dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente.
17. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos.

I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice.

Aunque el texto narra un milagro, el relato se centra en un diálogo entre Jesús y sus discípulos. El milagro tendrá a la multitud como beneficiaria, pero ella no lo había pedido: primero se dejó anunciar el Reino y curar por Jesús; luego fue servida por los discípulos. Jesús sació el hambre sólo de cuantos escucharon su mensaje. El pan, que no fue siquiera deseado, se convierte en un don abundante.
Jesús mantiene la iniciativa durante todo el episodio, menos al inicio de la conversación con sus discípulos.
Ellos hubieran querido que la gente se fuera, una vez evangelizada. Y por buenas razones: no tenían alimento para darles. Vieron que era mucha gente y le pidieron a Jesús los despidiera.
El les dijo que les dieran comida, que vieran cómo satisfacer su hambre, pero ellos no teniendo ni comida ni dinero se sintieron desconcertados.
¿Cómo? Aquí su obediencia, más que su pobreza, es el “sustento” del milagro: Pusieron a disposición de Jesús lo poco que tenían.
Sin este cambio de actitud no hubiera habido milagro. No se acentúa el prodigio más que al final. La comida milagrosa se narra como si fuera una comida eucarística.
Para el narrador existe un alimento que sacia de verdad y que no puede perderse: el pan bendecido por Jesús y distribuido por sus discípulos es la prueba de ello.

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a la propia vida.

El misterio que hoy motiva esta fiesta aumenta la fe de la Iglesia. Como todo misterio, esconde una admirable historia de amor: Cristo Jesús no quiso sólo entregar su vida por la humanidad; tras haber convivido entre los hombres, buscó, además, el modo de en estar entre ellos; inventó cómo quedarse, en cuerpo y alma para siempre. ¡Sólo el amor divino llega a ser tan imaginativo!; ¡Sólo el poder de Dios puede ser tan omnipotente!:
En la fiesta de Corpus Christi celebramos y agradecemos la voluntad de Jesús de hacer lo imposible; ingeniándoselas para convertirse en nuestro alimento ordinario convirtió el pan en su cuerpo y el vino en su sangre para ayudarnos y apoyarnos en la vida diaria.
Él nos quiso tanto que no dudó en dar la vida por nosotros, y quiso seguir entre nosotros; pensó cómo quedarse a nuestro alcance; en el pan y el vino eucarísticos Cristo está al alcance de nuestra hambre y de nuestra necesidad.
El evangelio hoy recuerda ese empeño de Jesús por saciar a una multitud que había acudido a oírle ante el asombro de sus discípulos. La escena sigue siendo significativa para todos. La gente que recibió el pan no fue a Jesús más que para satisfacer su hambre de Dios; oyéndole hablar del Reino, se había olvidado de su hambre; y retrasó el comer para escuchar más largamente a Jesús.
Los que le acompañaban le hicieron caer en la cuenta: ni Jesús ni la muchedumbre se habían percatado; ambos estaban ocupados en Dios y su Reino. Jesús no siguió el consejo de sus discípulos que le instaban a liberarse de un gentío sin alojamiento y sin comida; los discípulos, conscientes de su pobreza, no sabían qué hacer con tanta gente en un descampado con dos peces y cinco panes; no sabían todavía que tener a Jesús supone contar con prodigios que sólo se le ocurren a quien ama más allá de lo imaginable.
En este suceso, en el comportamiento de sus protagonistas, estamos implicados todos. Repasemos brevemente con cuál de ellos nos identificamos más; y comprenderemos qué nos falta todavía para que nuestra práctica eucarística sacie por fin nuestra necesidad de Dios y nuestra necesidad de vida.
La gente había ido a oír a Jesús y algunos más necesitados, a pedirle curación; entretenidos escuchándole hablar del Reino y viéndole curar enfermos, perdieron la noción del tiempo y la sensación de hambre; fueron los discípulos quienes, preocupados por la escasez de medios, hicieron caer en la cuenta a Jesús de la responsabilidad que les venía encima.
La muchedumbre, que se vio sorprendida por el milagro, no había pensado en él; con Jesús, que le hablaba de Dios y de su Reino, lograba no sentir su necesidad más vital: el hambre de pan; Con Jesús, que curaba a cuantos lo necesitaban, no necesitaban de alojamiento ni de comida.
Pero Jesús se las dio: Les había proporcionado lo que era más importante. Les dio lo más necesario: su Reino; no les iba dejar en el despoblado, sin satisfacer lo de menos, su necesidad de alimento.
Para obtener de Dios el milagro menor hay que atreverse a desear de Él el prodigio mayor: Jesús multiplicó el pan para un gentío que prefirió pasar hambre antes que estar sin Dios, gente que empleó su tiempo en dejarse curar por dentro antes que en procurarse alimentos.
No sabemos de lo que nos estamos perdiendo si dedicamos el tiempo en satisfacer nuestras necesidades puramente materiales, sin alimentar nuestra hambre de Dios, profunda y radical.
Quien no escucha a Dios, como la muchedumbre, dejando para más tarde su propia necesidad, se verá sorprendido por las preocupaciones y se vaciará poco a poco, llenándose de cosas.
Cuántas veces participamos en la eucaristía y no vemos que se multiplique el pan de Dios en nosotros ni en nuestra comunidad, porque ponemos nuestra necesidad por encima de su querer; estamos muy ocupados en lo nuestro; solo le presentamos nuestra escasez y no le dejamos tiempo para que Él se presente como la respuesta a nuestras necesidades.
Ir a Jesús, como la muchedumbre, para que nos hable de Dios y nos lo haga cercano, es la manera más eficaz de ver saciada nuestra necesidad, sin haberla apenas sentido y ¡sin ni siquiera habérselo pedido!.
El pan multiplicado y la propia necesidad calmada, los tiene gratis quien pone a Dios y su Reino por encima de su hambre y de su necesidad; olvidarlo lo condena a no ver realizados grandes milagros.
Poniendo nuestra hambre, por insoportable que sea, y nuestras necesidades, por insaciables que nos parezcan, por encima y por delante de Dios y su Reino, nos lleva a privarnos del pan de Dios y de su vida.
Escuchemos a Jesús como la muchedumbre, y hagamos cuanto nos enseña; veremos que Él escuchará nuestra necesidad y la satisfacerá.
Un Dios atendido es un Dios atento. Es lógico el comportamiento de los discípulos, alarmados por la situación creada en un despoblado, al final de la jornada, y con escasos recursos y una muchedumbre que no había comido todavía.
No nos escandaliza la poca fe de los discípulos ni su intento por querer librarse de cuantos necesitaban su ayuda. En su actitud muchas veces nos encontramos nosotros. Como ellos, tenemos miedo a emprender algo con pocos medios; tenemos poca fe en el Señor
Los discípulos habían también estado escuchando al Maestro. Ellos creían tener lo suficiente para sí; y pensaron que podían liberarse de la necesidad de los demás; su poca generosidad les impedía prever la generosidad del Maestro: no podían esperarse un milagro tan estupendo, porque su egoísmo era mayor, pensaron solo en ellos.
No tenían alimentos; tenían pocos panes en el canasto y no podía caberles en el corazón la necesidad de una muchedumbre; se hicieron roñosos, porque se creían pobres; pero, más que escasos de bienes, lo que les faltaba era fe.
Multiplicando el pan y los peces, Jesús mostró a sus discípulos que quien vive con Él, debe abrir su existencia, por pobre que sea, a la necesidad de los demás; no se puede convivir con Jesús y no desvivirse ante el hambre de las muchedumbres.
Los discípulos habían visto cómo atendía a los enfermos y los curaba, cómo se acercaba a los marginados y los devolvía a la sociedad; cómo acogía a los pecadores y les devolvía a Dios; pero no habían aprendido la lección. Seguían pensando en que eran poco buenos como para dedicarse a hacer el bien a los demás, que disponían de pocas cosas para tanta necesidad: su fe escasa no pudo multiplicar sus escasos bienes. A pesar de contar con Jesús, no esperaban de Él milagro alguno.
De poco sirve que los cristianos comulguemos el Cuerpo de Cristo, que ahoguemos nuestra necesidad de Dios en la recepción del pan eucarístico, si somos insensibles ante la necesidad de pan que sienten tantos hombres hoy.
Seguimos los discípulos de Jesús pensando que nuestros panes y peces son escaso alimento para toda nuestra necesidad; y eso nos hace desentender a muchos hermanos que están hambrientos; ellos están más necesitados; no tienen nada…

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto:

Padre Bueno, que siendo discípulos de tu Hijo seamos sensibles a la gran multitud de hermanos que tienen hambre de Ti, de todo lo que Tú puedes darles… Que los conduzcamos a Cristo Jesús, para que Él les colme sus necesidades espirituales y materiales.
Que no nos hagamos insensibles al hambre que padece nuestro entorno… Sólo así será eficaz y digna de ser ceída nuestra recepción de su Cuerpo y de su Vida.
Si nos llenamos de Ti, si comulgando tenemos a tu Hijo y al Espíritu que nos han dado, no podremos pasar por alto tantas carencias. El pobre y sus muchas necesidades nos hagan capaces de hacer posible la multiplicación del pan material y espiritual. Tú sigues siendo el mismo, ayer, hoy y siempre. Que nosotros te dejemos actuar y sepamos repartir el pan que tu Hijo multiplique también entre nosotros. ¡Así sea!


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