04/08/2012 (Siria) - Desde que escribimos nuestra carta del 26 de julio, la situación aquí prácticamente no ha evolucionado en ningún sentido; los combates continúan en los mismos barrios de la periferia de Alepo. En los otros barrios de la ciudad, el sonido intermitente de las bombas que explotan a lo lejos, el ruido de las ráfagas de disparos bajo nuestras ventanas y el peligro de secuestro o asesinato nos ponen en un estado de nerviosismo extremo. Debido a la escasez de gasolina y la situación de la seguridad, las calles están vacías, las panaderías no tienen más harina, no se recoge la basura, la corriente eléctrica y el agua están racionadas y la gente se queda en sus casas, salvo los desplazados que han abandonado sus hogares, a menudo muy modestos, dejando sus escasas pertenencias, huyendo de las zonas de combate y deambulando por las calles en busca de refugio. Los parques públicos y las escuelas son sus refugios. Las autoridades han abierto unas treinta escuelas para albergar a las personas desplazadas, pero ofreciéndoles solamente un techo y dejando todo el resto para las ONG.
Nuestro grupo, los “Maristas azules”, está ahora compuesto por unas cincuenta personas, sobre todo jóvenes. Nos hemos hecho cargo de 3 escuelas adyacentes en un barrio popular de Alepo que los cristianos de la ciudad llaman “Djabal Al Sayde” (la colina de la Virgen) y los musulmanes “Cheikh Maksoud”. Unas 900 personas están amontonadas allí, sobre todo familias con 4 a 8 niños cada una, todas musulmanas, sirias por supuesto, pero de etnia diferente: hay árabes, turcomanos, kurdos, y muchos Rom. Nuestra acción se sitúa a varios niveles:
- Ante todo asegurarles alojamiento: colchones, toallas, agua potable…
- Luego, el alimento: el iftar (dado que estamos en pleno mes del Ramadán) para los adultos y las 3 comidas para los jóvenes, la leche para los bebés…
- La higiene: instalaciones sanitarias, lugares limpios, baños…
- La salud: hemos abierto una unidad sanitaria con algunos médicos jóvenes que hacen un turno para cuidar a los enfermos y sobre todo ofrecerles medicinas gratuitamente.
- No hay que olvidar que estas personas han dejado sus domicilios sólo con lo que llevaban puesto. Tratamos de darles vestidos, especialmente para los bebés y los niños.
- Finalmente, y sobre todo, nos ocupamos de los niños. Tratamos de hacerles olvidar la guerra y su miseria. Veinticinco “Maristas azules” se alternan mañana y tarde para hacerlos jugar, distraerlos y ocupar el largo tiempo con actividades educativas.
Todo lo que hacemos no valdría nada si nuestro equipo no estuviera animado por valores comunes : el respeto del otro, tratar al otro como un hermano y no simplemente como alguien que recibe ayuda, la humildad, las relaciones simples que devuelven al otro su dignidad, el acompañamiento de los niños y el abandono de toda forma de paternalismo.
Nuestra recompensa es la sonrisa que viene del rostro de los niños y la mirada fraterna de los adultos. Estamos persuadidos de que las personas dicen de nosotros: “Mirad cuánto se aman y cuánto aman a los demás », y esto es para nosotros el mejor testimonio.
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