31 ottobre 2013

LECTIO DIVINA, DOMINGO XXX I Lc 19. 1-10

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant, ocds

“Hoy tengo que alojarme en tu casa”.

Una vez más sorprende la actitud de Jesús: Él toma la iniciativa. Zaqueo era un publicano. Simplemente tenía curiosidad por conocer a Jesús, de quien probablemente había oído hablar. Pero Él se adelanta, se auto-invita a su casa. Quiso estar con él, entró en su casa, permaneció en ella y lo transformó.
“Estoy a la puerta llamando; si alguno me oye y abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). Jesús desea ante todo la intimidad con todos nosotros, y es “hoy”, y es ahora que nos pide entrar a nuestra casa..
“...Jesús entra a la casa de un pecador”.
Una vez más Jesús rompe todas las barreras. Los fariseos –los más cumplidores y los maestros espirituales del pueblo judío – no se juntaban con los publicanos, pecadores públicos; cuánto menos los visitaban en sus casas, porque creían que podían contaminarse. Mas Jesús se acerca sin prejuicios, a pesar de las murmuraciones y le pide a Zaqueo lo hospede.
“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
La entrada de Jesús no le contamina; por el contrario, Jesús “contagia” a Zaqueo la salvación, porque donde entra el Salvador, entra la salvación. Zaqueo, sorprendido por este amor gratuito e incondicional, le recibe “muy contento” y cambia de vida. Sin que Jesús le exija nada, ni tan siquiera le insinúe. Ha sido vencido por la fuerza del amor. El que los fariseos daban por perdido –hasta el punto de no acercarse a él – ha sido salvado. Jesús ha venido precisamente para eso: “a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Su sola presencia transforma. En la medida en que les dejes entrar en tu vida irás viendo cómo toda ella se renueva.

SEGUIMIENTO

1. Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.
2. Allí viví á un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
3. Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
4. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
5. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa».
6. Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
7. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador ».
8. Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más».
9. Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque
10. El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

¿QUIEN ERA ZAQUEO?
La escena se realiza en Jericó, ciudad herodiana, a 3 kilómetros al sur de la vieja, que era la única habitada. Lucas la narra. A la fascinación que causan las riquezas, y que el evangelista expuso en el pasaje del joven que no “siguió” a Jesús por sus muchas riquezas, la conversión de Zaqueo presenta un ejemplo. Es un caso, con hechos, de la misericordia de Dios, tan destacado en los relatos lucanos.
En el relato se describe a Zaqueo como jefe de publícanos” y como hombre “rico.”
Los publícanos eran los recaudadores de los impuestos en Israel, que se iban a Roma. Los judíos los aborrecían porque no veían por los intereses de su pueblo, sino por los poderosos romanos, quienes los dejaban que se quedaran con parte de lo colectado del pueblo israelita para sus beneficios. Sabían que abusaban pero se les permitía el abuso (cf. Lc 3:12-13).
Zaqueo era de “estatura pequeña,” subió a un árbol, y no tuvo reparo en “correr” para situarse por donde Jesús iba a pasar.
Jesús lo miró, lo llamó, y le dijo que bajara “pronto”. En esta palabra hay un ansia espiritual de ganarle. Le dijo: “hoy tengo que hospedarme en tu casa.” Zaqueo bajó “con toda prisa.” El publicano recibió a Jesús en su casa “con alegría.”
Lucas va a lo fundamental de los hechos: Zaqueo está convertido. El confiesa su satisfacción: “Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más.”
En la Ley se exigía el cuádruple en casos de robo (Ex 21:37; 22:1). Pero en caso de fraudes, sólo se exigía una quinta parte, a más de la devolución o compensación de lo defraudado (Lev 5:24; Núm 5:6.7). En el uso de esta época sólo estaba vigente la satisfacción de una quinta parte sobre lo robado.
Zaqueo indemnizó a quien había perjudicado y fue generoso dando más de lo que la justicia exigía.
Nuevamente nos vuelve a asombrar la actitud de Jesús que toma la iniciativa. En efecto, Zaqueo no le había pedido algo especial, él solo sencillamente quería conocer a Jesús. Lo maravilloso es que Jesús se invita a si mismo. Entonces podemos asumir que Jesús quiere vivir con nosotros, él quiere entrar en nuestra casa, permanecer en ella. Por tanto nos preguntamos ¿Le dejamos? “Estoy a la puerta llamando; si alguno me oye y abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). Jesús desea ante todo la intimidad con nosotros. Precisamente porque hoy tengo que alojarme en tu casa, dice Jesús, es decir ahora.
Y nos sigue maravillando Jesús, este relato rompe todas las barreras. Los fariseos se reconocían los más cumplidores y los maestros espirituales de su pueblo, aún más, ni siquiera intentaban reunirse con los publicanos ni menos con los pecadores públicos. Por tanto ellos nunca intentarían entrar en las casas de estos publicanos y pecadores, porque temían contaminarse. Sin embargo Jesús se acerca sin prejuicios, a pesar de las chismes de los fariseos.
Al contrario de los fariseos, Jesús no tiene temor de contaminarse por entrar en la casa de este publicano y lo especial sucede al revés, Jesús contagia a Zaqueo la salvación, porque donde entra el Salvador entra la salvación. Es así, como Zaqueo, sorprendido por este amor gratuito e incondicional, lo recibió con alegría. Y es tan grande el contagio, que Zaqueo cambia de vida.
Con Jesús llegó a Zaqueo la “salud.” También él, aunque degradado por los fraudes y malos negocios, era digno de ser hijo de Abraham: de la suerte de los judíos dignos y rectos. Y, sin duda, también toda su “casa”, recibió esta salvación.
La alegría que vive Zaqueo al tener a Jesús en su casa lo lleva al desprendimiento. Jesús fue para Zaqueo la presencia que lo transformó. La mirada de Jesús sigue transformando a los hombres.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

¿ESTAMOS EN CONDICIONES DE ACOGER A JESÚS EN NUESTRA VIDA COTIDIANA?
Acogida. Ésta podría ser la palabra clave de la liturgia de este domingo. Zaqueo es su intérprete. Acoger a Jesús significa para él recibir la salvación de Dios, su amistad y su perdón. Junto con Zaqueo también son artífices de la acogida los tesalonicenses, que han dejado espacio y tiempo al anuncio del Evangelio y que están llamados a preparar el momento de su encuentro con Jesús a través de la fidelidad y la disponibilidad a realizar lo que está bien a los ojos de Dios en un tiempo difícil, en un tiempo en el que sería más conveniente no exponerse con el nombre de cristiano.
Acogida significa, para nosotros, anular las distancias que nos separan todavía de Jesús. Es demasiado fácil ser espectadores, sentados y sin ser molestados, ante el paso de Jesús. Es mejor bajar y permitir que Jesús nos conozca mejor, entre las paredes de nuestra casa, en las estancias del corazón.
Es allí donde nace una relación de amistad y de amor con él, es allí donde nos encontraremos en condiciones de hablarle de nuestra vida. La acogida no es un adorno ni una cuestión de formalidad: es esencial para que nazca una relación cualitativamente diferente con Jesús y con las personas que encontremos.
Acogida significa, para el libro de la Sabiduría, buscar los caminos para abrirse al diálogo con hombres de diferente origen y cultura, que forman parte de la creación y se encuentran bajo la mirada compasiva de Dios. Su existencia bajo el mismo cielo, querida por el Creador del universo, cancela la distinción entre puro e impuro, entre seres de primera y de segunda categoría, y trae consigo el reconocimiento de una fraternidad universal.
La familiaridad con Jesús nos permite, además, desprendernos de la sed del beneficio, del deseo de riquezas y de las preocupaciones que éstas suscitan (cf. Lc 8,14; 10,38-42): «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón>’ (12,34).
Si estamos en condiciones de acoger a Jesús en nuestra vida cotidiana, con opciones concretas de conversión, podremos salirle al encuentro en la gloria, en el momento de su vuelta como Señor y Juez del universo.
Zaqueo cambió sin que Jesús le exigiera nada, no le hizo ni una propuesta. Él fue vencido por la fuerza del amor de Jesús.
¿De qué somos capaces teniendo a Jesús con nosotros, en su Palabra, en la Eucaristía, en nuestro prójimo? Somos sensibles a su presencia? ¿Nos mueve a la conversión.
¿No será que nos hemos acostumbrado a tenerlo entre nosotros y no nos sentimos llamados a la conversión?
¿Creemos que Jesús vino y viene también hoy para salvar lo que está perdido?.
Jesús fue criticado por “comer y beber con los publícanos y pecadores” (Lc 15:1). Mas respondió con parábolas y con hechos concretos, como el que este domingo celebramos. Su encuentro con Zaqueo nos demuestra cómo le importa la conversión del pecador.
Su venida a este mundo es la mayor prueba de lo que es misericordia, amor que busca lo que se había perdido.
¿Cómo vivo la misericordia de Dios en mi relación con los que me rodean? ¿Soy capaz de regresarle a mi prójimo lo que le he quitado? La paz, la confianza, la alegría de saberse amado?

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto

Padre Dios, Concédenos tener la disposición que tuvo Zaqueo para convertirse a Ti, a tu Reino, la verdadera riqueza que es una urgencia, hoy como ayer. No permitas que nos confundamos yendo tras lo que no nos deja más que soledad, vacío y remordimiento.
Que como Zaqueo sepamos recibirte en nuestra casa. Entra, llena todos sus espacios. Danos la alegría de tenerte con nosotros, para ser misioneros del amor y la alegría, viviendo en tu amistad, y en amistad con tu Hijo, Jesús, nuestro Hermano, guiados por tu Espíritu, fuente del amor verdadero, ahora y siempre, ¡Así sea!

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