José Mario Ruiz
Navas
La joven
salesiana María Troncatti llegó en 1923 de Italia a la selva oriental
ecuatoriana para servir al pueblo shuar. Murió integrada en él 46 años después.
Llegó acompañada por dos salesianas, Carlota Nieto y Dominga Barale. María
Troncatti se fue integrando por amor –que es el alma de la inculturación– con
el pueblo shuar. “La inculturación es cuestión de amor. Hay que amar para
comprender”, afirma sor Ivonne Reungoat, superiora general del Instituto de
Hijas de María Auxiliadora.
Entonces la pluralidad cultural de la sociedad ecuatoriana no tenía otro horizonte claro que la integración en la uniformidad, modelada por Europa. El Concilio Vaticano II redescubrirá que todos los pueblos tienen huellas del Creador, que el evangelizador ha de descubrir, valorar, clarificar y complementar con el reflejo de Cristo, el único hombre perfecto.
Hijos e hijas de Don Bosco y de María Auxiliadora sabían que la evangelización es inseparable de la promoción humana, pero no veían con claridad la mejor manera de realizarla.
La joven salesiana habrá sido testigo de la perplejidad de salesianas y salesianos en la selección del camino concreto de evangelización. Amaban a los shuar; querían lo mejor para ellos. Por ellos habían dejado atrás a familiares, amigos, comodidades; en ellos veían a Cristo. ¿Ofrecer a niños y jóvenes de este pueblo nómada internados, para hacer posible una educación sistemática? ¿Fomentar las relaciones de shuar con colonos, llamados macabeos, para que descubran otros valores culturales? Es fácil, pero estéril, ver desde fuera los elementos negativos de cualquiera de los procesos. Más que el calor de la discusión primó en la familia salesiana la decisión de servir. Siguieron los dos procesos. María Troncatti se empeñó en lo indiscutible, en amarlos para servir a los shuar en sus múltiples necesidades. Su servicio de enfermera titulada, en las situaciones concretas de lugar y tiempo, se amplió a la cirujana, ortopédica, dentista, anestesista. María Influyó decididamente en organizar la atención a niños enfermizos, huérfanos, ancianos abandonados, muchachas fugitivas. Buscó el acercamiento entre macabeos y shuar. Unos y otros la llamaban “madrecita”. Motivó a los padres a respetar la libertad de los jóvenes en la elección de esposas (os).
María Troncatti, ajena al protagonismo, actuó siempre como seguidora de Cristo, como miembro de la Comunidad de Hijas de María Auxiliadora, integrada en el actual Vicariato Apostólico, confiado a un obispo salesiano.
El 24 de noviembre, el cardenal Ángel Amato, SDB, prefecto de la Congregación de las causas de los santos, la proclamará beata, paso previo a reconocerla como santa, es decir, como un modelo de seguimiento a Cristo.
La familia salesiana, ajena a la búsqueda de prestigio, invita a dar gracias a Dios; invita a renovar el compromiso de seguir a Jesucristo, el único Santo, que sirvió a todos, preferentemente a los pobres, valorando y cultivando sus potencialidades. Esta beatificación es motivo de alegría, especialmente para todos los fieles de la Iglesia en Ecuador, pues la beata María Troncatti, junto con Cristo, nos ayudará a hacer de la interculturalidad una expresión de fraternidad.
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