(María Luisa Medellín – www.elnorte.com - 6 febrero 2011).- Luego de la tragedia, los habitantes de Tlahuitoltepec mandaron dos o tres propios (mensajes) a la hermana MARTHA GARZAFOX PÉREZ para que viniera a acompañarlos.
La madrugada del 28 de septiembre del 2010 las torrenciales lluvias que azotaron la sierra de Oaxaca, donde estaban enclavados sus humildes hogares, provocaron un deslave de proporciones catastróficas; la mayoría logró huir o ser rescatado, pero 11 indígenas mixes quedaron sepultados entre los escombros.Sor Martha, quien había pasado casi cuatro décadas en ese poblado, permanecía desde hacía tres años en Totontepec, a tres horas por brecha, y llegó lo más pronto que pudo.
"Fue grande la desgracia; el cerro se vino abajo y la gente estaba muy triste. Pensé que serían más muertos, gracias a Dios, no", cuenta cabizbaja la religiosa salesiana de la congregación Hijas de María Auxiliadora.
Los mixes necesitaban consuelo, y Sor Martha, a quien llaman "dauk", que significa mamá grande, se mantuvo junto a ellos en esos días aciagos.
"Estaba también el sacerdote Leopoldo Ballesteros", interviene Sor Concepción Villagrán, "y los habitantes sintieron como si sus padres llegaran a confortarlos. Fue muy fuerte ese momento".
De ojos celeste grisáceo tras sus lentes de armazón metálica, Sor Martha, quien cumplirá 86 años el 22 de febrero, charla en el recibidor de la casa provincial de la orden, en Ciudad Guadalupe, donde se encuentra recuperándose de algunos problemas de salud.
"En los últimos años yo estaba en Totontepec porque es un poco menos alto que Tlahuitoltepec, aunque igual de húmedo y frío. Tengo dificultades para respirar, y con lo que pasó en Tlahui me impresioné mucho, se me agudizaron los males, pero no quiero hablar de eso, luego no me dejan ir y ya quiero regresar", dice agitando la mano esta mujer de rostro afable y cabello corto encanecido.
Ataviada con blusa blanca, zapatos negros y falda, suéter y chaqueta grises, relata que tras el derrumbe dividieron a los moradores en tres albergues y de los ranchos cercanos les enviaban de comer, mientras ellos reconstruían su vida y sus hogares.
"Allá son solidarios, entre todos se ayudan pese a sus pobrezas.
"Desde antes yo seguía yendo a Tlahui cada semana y cuando me mandaban llamar para alguna festividad o asunto que debía resolverse, porque soy del consejo de ancianos", comparte sonriente, con el recuerdo nítido de aquel 24 de octubre de 1963, en que se volvió una más de la comunidad mixe.
Entonces fue designada por la Madre Inspectora de su congregación a las misiones en Oaxaca, con otras dos hermanas.
Desde el noviciado, Sor Martha pidió ir a Agua de Dios, cerca de Bogotá, donde habitan los leprosos desterrados por los habitantes de Tocaima, quienes temían ser contagiados.
Pero en México sobraba qué hacer y la orden fue permanecer en el País.
"Para llegar a Tlahui hubo que caminar y viajar en mula por horas, desde Mitla hasta la parte alta de la sierra, ya que la zona es un nudo de cerros", explica con voz pausada y breves movimientos de sus manos temblorosas, salpicadas por los lunares de la edad.
"Cuando llegamos, la gente del pueblo nos llevó a la iglesia. La banda (reconocida a nivel internacional por sus músicos) tocó el 'Te Deum', un canto de acción de gracias. Más tarde nos instalaron en una casita de techos de lámina y paredes de adobe".
La primera barrera fue el idioma: mujeres y niños no hablaban español; los hombres, escasamente.Recargados en un muro, los indígenas seguían cada movimiento de las monjas, extrañados también por sus vestimentas negras, color inusual en aquellas tierras.
La comunicación inició a señas. Hoy saben hablar español y Sor Martha, mixe. Aún le asombra cómo lograban entenderse, sobre todo cuando los padres llevaban a un niño enfermo al dispensario que ella atendía, y había que darles indicaciones.
Nacida en Monterrey. Hija de Joaquín Garzafox y Luz Pérez, quienes procrearon otros seis hijos, Martha abrazó la vocación religiosa contagiada por el dinamismo y alegría que irradiaban las monjas del Colegio Excélsior, donde estudió secundaria y comercio.
Su hermana Blanca Luz también se inclinó por los hábitos, y como sus padres accedieron, Martha pensó que ocurriría lo mismo con ella. Sin embargo, a su mamá no le convencía su vocación.
"Decía que yo no era para eso, porque me gustaba mucho salir, pero ni nos dejaban", ríe la religiosa y sus ojos se entrecierran.
Su padre fue quien la apoyó y así ingresó al aspirantado en Haledon, New Jersey. Hizo el noviciado y profesó en 1945.
"Me enviaron a San Antonio, estudié la normal, enfermería, empecé odontología, y como en el 51 me regresaron a Monterrey, al Excélsior, donde di clases de comercio en inglés hasta el 63, cuando me fui a Oaxaca".
Existía mucha pobreza. No había luz, menos teléfono, y el agua venía "entubada" en carrizos desde los manantiales, continúa Sor Martha, quien al poco tiempo de abrir el dispensario, de enseñar costura y corte entre las indígenas, instaló un internado para niños desnutridos, con apoyo del Instituto Nacional Indigenista.
"Era necesario cuidarlos de tiempo completo porque si los regresaba a su casa no iban a comer. Además, por la desnutrición hay que volverles a enseñar a probar alimento con mucha paciencia, que no sé de dónde saqué", reconoce la religiosa descrita por quienes la conocen como enérgica, de carácter "muy Garzafox", pero también de una ternura sin límites.
Sor Concepción, quien colaboró con ella, cuenta que un bebé prematuro cabía en una caja de zapatos, y para darle calor Sor Martha encendía el horno de la estufa, lo apagaba y lo ponía ahí adentro por ratos.
"Al paso de los años sus ex alumnas del Excélsior y otras familias regiomontanas que han apoyado su apostolado fueron equipando el internado, el dispensario y atendiendo las necesidades de los bebés que crió y cedió en adopción, a los que encontraba tirados en caminos o cerca del río", detalla esta monja delgada, de lentes y cabello entrecano.
"Una de esas recién nacidas estaba llena de hormigas y después de bañarla con cuidado y curarle las heridas, la tuvo unos años y le procuró un hogar; ya es una señora casada, que de joven estudió enfermería, pero como ella hay otros hombres y mujeres profesionistas en México e incluso Europa".
En un cuaderno donde apuntaba los partos que atendía, Sor Martha contabilizó más de 900.
"Aprendí en la sierra, porque en enfermería te enseñan, pero está alguien ayudándote.
"Les digo que arrimaba todo lo que iba a necesitar y como las mujeres tienen a los bebés de rodillas, en el suelo, te dicen con mucha seguridad: 'Ahora sí, ya es tiempo', y entonces yo lo cachaba, ja, ja, ja".
También se las ingenió para practicar una cesárea.
"Había visto cómo se hacían, pero nunca me había tocado, y no me quedó de otra, no podía dejar morir a la señora, no había cómo llegar a una clínica. Por fortuna, con la brecha que se hizo después ya se puede viajar a Oaxaca en vehículo".
De hecho, durante la construcción de esa brecha hubo varios accidentes y todos los heridos llegaban con ella.
"Nadie se me murió, que era lo que más temía", dice uniendo sus palmas.
Sor Martha lo mismo practica cirugías menores que cura enfermedades gastrointestinales o extrae muelas; primero lo hacía con unas pinzas comunes, luego con equipo que le hicieron llegar sus benefactores regios.
Sus pacientes provienen de Tlahuitoltepec, como de rancherías aledañas, pero han disminuido porque ya hay algunas clínicas de Gobierno en zonas no muy lejanas.
Aunque, sin duda, una de sus obras entrañables es la primaria, construida por la misma comunidad, y a la que asisten más de 300 pequeños que reciben desayunos escolares.
"Hay niños que caminan tres horas para llegar a la escuela, a veces sin probar alimento, por eso inició el proyecto Fondo para Niños de México, que apoyó esa iniciativa y también involucró a las señoras", relata Sor Concepción, quien también dio impulso a esa labor.
Guadalupe Martínez, ex alumna de Sor Martha del Colegio Excélsior, y una de sus colaboradoras, platica que se les da un vegetal o fruta, tortillas con frijoles, papa o arroz y una taza de atole, y algunos guardan la tortilla para el camino de regreso.
"Ella es una verdadera misionera, entregada completamente a ayudar; la comunidad la respeta y la quiere, para cualquier problema la consultan.
"Cuando llegó a esas regiones se encontró con que no acostumbraban el baño y un día invitó a varias indígenas al río, les dio el jabón y ellas se reían con las burbujas. Después le pedían a señas cambiarle una fruta por jabón, y la gente empezó a asearse".
También consiguió un horno y un molino, hizo que algunas personas se capacitaran en su uso y abrió una panadería y una tortillería.
"Ambas con el compromiso de surtir a la escuela y de ofrecer el servicio a bajo costo al pueblo, ya que en ocasiones se consiguen donativos de trigo o maíz", menciona Guadalupe.
Delia de Macías, otra de las ex alumnas, dice que Sor Martha ha trabajado incansablemente por la equidad de género, pues era común que los padres no permitieran a las niñas asistir a la escuela, o que las mujeres fueran las últimas en probar bocado si los alimentos escaseaban.
Además, su labor con los mixes le valió en los 90 el Premio Luis Elizondo del Tec de Monterrey, y el internacional de los clubes Sertoma por su servicio a la humanidad.
Con la modestia que la caracteriza, la religiosa afirma que los indígenas se han superado porque son unidos y trabajadores, y pese a que aún viven con carencias, ya disponen de luz, tiendas de productos básicos y clínicas más o menos cercanas.
Casi a diario los habitantes de Tlahuitoltepec y Totontepec le hablan desde alguna caseta telefónica para pedirle que regrese.
"Ya poco puedo hacer", dice, "pero tengo que volver. Me siento una más entre los mixes".
Realmente este es un resumen entrañable, pero muy modesto para la ingente cantidad de trabajo diario y cuidadoso, incesante, y las hazañas que Sor Martha realizó en todos los años con los Mixes. Una persona realmente excepcional como no he conocido en el mundo.
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