8 agosto 2013

LECTIO DIVINA, Dom XIX, Ciclo ‘C’ (Lc 12, 32-48)

Juan José Bartolomé, sdb

Dirigiéndose a sus discípulos, Jesús continúa la exhortación que había iniciado, dirigiéndose a la gente, cuando un desconocido vino a pedirle su ayuda para que su hermano le diera la parte de la herencia que le correspondía. Jesús se negó a mediar en la disputa; pero aprovechó la ocasión para advertir sobre la amenaza que supone dejarse poseer por los bienes que se poseen o no poder vivir porque no se tienen los bienes que se precisan.
La postura de Jesús pudo parecer exigente; se vio obligado a continuar su enseñanza; intentando explicarse mejor. Restringió su auditorio, pero no rebajó lo más mínimo ni la gravedad de la advertencia ni el nivel de las exigencias. El Jesús que hoy nos recuerda el evangelio puede resultarnos tan radical como poco práctico, pero no hay que olvidar que sus palabras están ‘pensadas’ para los que le siguen. Quien no hace oídos sordos, se hace discípulo suyo.

Seguimiento:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque tu Padre ha tenido a bien date el Reino.
Vende tus bienes y da limosna; haz talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acercan los ladrones ni la polilla la roe. Porque donde está tu tesoro allí estará también tu corazón.
Ten ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Está como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; les aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo ustedes, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre.»
Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»
El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Les aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice

Este discurso no es una unidad temática. Reúne dos motivos un tanto dispares: empieza completando la enseñanza de Jesús sobre la actitud de completa confianza en Dios, que debe caracterizar a sus discípulos en este mundo y, en concreto, su relación con los bienes de la tierra, para pasar inmediatamente a exhortarles a vivir en estado de permanente vigilia.
Jesús ya les había advertido que no hay que secundar el deseo de poseer bienes perecederos; ahora los exhortar a vivir esperando al Señor que está por venir.
El desapego a los bienes no es simple desafección o menosprecio, sino prueba de esperanza y voluntad de servicio al Señor que está al caer.
En la primera parte del discurso, Jesús sigue animando a los discípulos, a vivir liberados de los bienes. Y lo hace con un doble argumento: no tienen por qué temer perder lo que se tiene, porque Dios les ha concedido más de cuanto pudieran desear.
El Reino dado hace insignificante cuanto han conseguido o puedan ellos conseguir; la exhortación termina con un criterio: ‘Lo que realmente importa es lo que llena nuestro corazón, los bienes o el Reino.
El segundo argumento está formulado como parábola, dos de las tres en nuestro texto, que introduce el motivo de la espera del Señor: si atendido y bien acogido, ¡el señor que llega en el corazón de la noche se pondrá a servir inmediatamente a sus siervos!, afirma Jesús con sorprendente lógica en la primera.
Pero, advierte en la segunda, su venida ha de ser siempre esperada, porque no se puede prever cuándo llegará. ¡Lo mismo que el ladrón!
La segunda parte del discurso es respuesta a la pregunta de Pedro. Jesús ‘explica’ el sentido de la parábola narrando otra. Hay que tener en cuenta que, en éstas, ya no se habla de ‘criados’ en general, sino de uno solo, el administrador; la responsabilidad ante el Señor que ha de venir no recae ya sobre la comunidad de ‘siervos’, sino sobre su líder.
La fidelidad y la sabiduría del buen siervo está en su trabajo constante y su constante disponibilidad a rendir cuentas de su administración; ¡y mejor sería que no contara con posibles retrasos de su Señor…, pues sería su perdición.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

Los discípulos de Jesús, por insignificantes que sean ellos o que así los consideren otros, no tienen por qué temer al mundo: ‘Tienen el futuro de Dios en su manos’. Tal es la promesa de Jesús. Saberlo los libra del afán de acumular bienes que no tienen futuro y los liberará para estar preparados para recibir a su Señor, como su único Bien.
Esperarlo hará soportable el vivir careciendo de bienes o sin acumularlos. Así nos quiere Jesús: libres de cosas y liberados de temores, porque el Padre ha tenido a bien darnos lo máximo, su reino. Antes de pedir renuncias, Dios ha concedido su propio patrimonio; y lo ha hecho ‘dándose un gusto’, gozando de su generosidad, para alentar la nuestra. Sólo merecen ser atesorado los bienes que no perecen ni pueden ser sustraídos, solo ellos merecen nuestro corazón. Y nuestro corazón solo lo merece Dios, el único tesoro por quien se puede perder todo lo demás.
La espera no tiene límite, no porque el Señor no vaya a venir, sino porque no se sabe cuándo vendrá. La vigilia ha de ser paciente, durará tanto como la ausencia del Señor. Cuando regrese el Señor, que está por venir, premiará no al siervo que más cosas tiene, sino a quien fue más atento en la espera.
Velar es la forma de servir al Señor ausente. Y para mantenerse despierto es imprescindible mantenerse libre de cuanto se posee. La pobreza, de recursos o de cualidades, alimenta la espera del Señor que, cuando llegue, se pondrá a servir a los que lo hayan esperado.
No es lo que se tiene, sino lo que se espera, lo que nos hará dignos de nuestro Señor. El único bien que no podemos perder, el único que hay que proteger, es el que aún no ha llegado, el esperado Señor. Atendiéndolo, el siervo, hará que su Señor se haga su servidor. Poner a Dios a nuestro servicio es la recompensa del siervo esperanzado, que aguanta la ausencia sin desesperar.
Jesús dice que el Señor vendrá como un ladrón, sin que se pueda prever su llegada. Mientras que no llegue, habrá que velar. Hasta que llegue, dura el tiempo del servicio. El siervo es quien espera a su Señor.
¡Quién iba a decirme que esperar a Cristo es la forma como le puedo servir!
El Señor le pidió a Pedro fidelidad a él y solicitud para con los demás. Al criado, buen administrador, que sirva a los demás, repartiendo la ración a sus horas. Tendrá los bienes de su Señor; porque el Señor no quiere los bienes para sí, su administrador le es fiel, cuando los reparte.
Todo lo que tenemos, lo tenemos en administración, para servir a los que no lo tienen; la fidelidad al Señor que aún no ha llegado; no se cifra en mantener lo que Él puso en nuestras manos, sino en ponerlo a disposición de los que no lo tienen.
No vale creerse dueño de los bienes, sólo porque se es apoderado, mientras que el verdadero dueño de ellos no llegue. Aunque no esté él, nos ha dejado su voluntad, su encargo: ‘Respetar su querer es la única forma digna de venerar al Señor que está por llegar’. El siervo que sabe lo que su amo quiere y no lo hace, será castigado.
La última afirmación de Jesús, que es proverbial, es lógica en su primera parte: ‘A quien mucho se le ha dado mucho se pedirá’. La segunda dice: ‘A quien mucho se le confió, más se le exigirá.
Mayor, más preciado don que los bienes recibidos, es la confianza que el Señor ha puesto en nosotros dándonoslos. De hecho los bienes dados no son más que prueba de la confianza que Él nos demuestra.
De los dones responderemos, según hayamos recibido; se nos pedirá lo que se nos dio: la confianza que Dios deposita en los suyos ha de acrecentar la confianza de los suyos en Él.

III. ORAMOS esta Palabra desde nuestra vida:

Padre Dios, aquí estamos los discípulos de tu Hijo, Cristo Jesús. Te pedimos que nos ayudes a comprender nuestra vocación; que el llamado que nos ha hecho para que estemos con Él y como Él nos dé mucha seguridad.
No tenemos que temer al mundo: Que libres del afán de acumular bienes que no tienen futuro, nos liberaremos para estar preparados para recibirle, como nuestro único Bien.
No sabemos cuándo vendrá Jesús. Que nuestra actitud sea una espera paciente, porque cuando Él regrese, premiará no al siervo que más cosas tiene, sino al que lo esperó con más ilusión.
No sabemos velar, y Tú lo sabes. Este mundo no nos educa a la esperanza; nos lo da todo y nos confunde, haciéndonos creer que tener bienes y usar de ellos ambiciosamente nos hace valer más que los demás.
Que no actuemos como dueños de los bienes; si Tú nos los das, es para que los distribuyamos justamente. Que sepamos respetar tu querer. Nos has dado mucho y mucho nos pedirás. Que la confianza que nos tienes nos haga estar a tu servicio, y al servicio de nuestros hermanos. ¡Así sea!



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