18 aprile 2013

Lectio Divina - Año C. 4º. Domingo de Pascua (Jn 10,27-30)

Juan José Bartolomé, sdb

Jesús describe brevemente las relaciones que le unen con sus ovejas y la que mantiene con su  Padre. Ambas son inseparables. Con los suyos, se comporta como el Pastor Bueno: convive  con su grey,  la escucha  y la sigue; habiendo dado  la vida por su rebaño,  está seguro de que no se le perderá nunca.
Al ser Uno con su Padre, no puede perder lo que Él le ha entregado. La convivencia del Pastor con su grey  y el cuidado que tiene de sus ovejas es consecuencia de su íntima comunión con su Padre. Esta intimidad lo hace BUENO.
Quien demuestra pertenecer a Cristo, porque convive con Él y camina tras Él, sabe que le pertenece a Dios. Seguir el cayado de Jesús Pastor es sentirse en las manos del Padre de Jesús. Seguir a Jesús es consecuencia de su seguimiento a Dios. Jesús nos cuida,  como el Padre cuida de Él.  

Seguimiento:
27.  En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen,
28.  y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano.
29.  Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.
30.  Yo y el Padre somos uno”

I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice.
La brevedad del texto litúrgico, la ausencia de contexto histórico nos lleva a preguntarnos: ¿A quién dirige Jesús este discurso? y ¿Con qué motivo? ¿Qué le antecede y qué sigue a las palabras de Jesús? Nos contentamos con lo que nos dice el texto, aunque es bien poco.
En él, Jesús responde a quienes no pueden creer, por no pertenecer a su redil (Jn 10,26). El criterio puede sorprender, pero refleja la conciencia cristiana, su concepción de discipulado: sólo quien se sabe custodiado por Cristo se le confía. Si no le siguen (Jn 10,3), es porque no oyen su voz ni él los conoce.
Ser discípulo comporta convivencia y conocimiento entre Jesús y él, y viceversa, en él y Jesús (Jn 10,27; cf. 10,14-15).
Quien le siga, no se perderá: nadie podrá arrebatárselo de su mano (Jn 10,28), símbolo bíblico de la potencia y del cuidado divino (Dt 32,39; Is 43,13).
Adherirse a Jesús es don de Dios (Jn 6,37.39.44). De hecho la razón última de esta vida sin término, que tiene asegurada quien le siga, está en que lo mantiene el Hijo: lo que el Hijo aferra con sus manos, lo mantiene el Padre en las suyas (Jn 10,28b - Jn 10,29b).
No hay nadie mayor que el Padre, ningún poder le excede: no puede perderse todo lo que Él cuide; quien cree en Jesús está en buenas manos, las  del Padre de Jesús.
Jesús se define como pastor, al hablar de su unión con su grey y con su Padre. Ambos, su rebaño y Dios, le pertenecen, aunque de diversa forma. El rebaño está formado por quien le escucha, le sigue y recibe de él vida eterna.
Ambos le pertenecen al Padre, Él, como  pastor y el rebaño, que le confió;  no puede perderlo ni dejar que nadie se lo  arrebate.
El rebaño de Jesús se sabe seguro, porque lo conoce bien; y lo conoce, porque le escucha continuamente; y le puede escuchar, porque convive junto a él porque le sigue.
La actuación del Hijo refleja la iniciativa paterna, hace lo mismo que el Padre (Jn 5,17); más aún, en la actuación se encuentran el Hijo y el Padre; los dos son UNO (Jn 10,30), custodiando a los creyentes.
La unidad es funcional, no personal; están unidos en la acción salvífica. En el Templo, lugar consagrado por la presencia divina, Jesús proclama hacer presente la acción de Dios; y así cuestiona la función primera del Templo, su necesidad salvífica. Ninguna expectativa mesiánica reclamaba la sustitución del Templo.
Hay que destacar dos afirmaciones que son fundamentales: El origen de la relación de Jesús con el rebaño es el Padre: Él se lo ha entregado; nadie puede quitárselo. Jesús ejerce como Hijo de Dios, siendo  el pastor del rebaño del Padre. Con respecto al rebaño, el Padre y Jesús actúan de forma idéntica: no se lo dejarán arrebatar de sus manos.
El Padre y Jesús son UNO. Mientras cuidan del único rebaño: el Hijo es más  Pastor y Dios mejor Padre.

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a nuestra  vida
A pesar de su brevedad, las palabras de Jesús están cargadas de sentido y de consuelo. Son parte del discurso que Jesús dirigió a los judíos cuando estaban en el templo. Se comparó con un pastor bueno, que da la vida por los suyos. Sus palabras chocaron con la incredulidad de sus oyentes:
Los judíos no se podían creer que alguien en su sano juicio estuviera dispuesto a entregar la vida por los demás, aunque fuera, como en el caso del pastor, por su propio rebaño.
No sólo da la vida Jesús por sus ovejas, sino que dice querer estar con ellas  para cuidarlas y guiarlas. 
Nos preguntamos hoy ¿qué relación tenemos con Cristo Jesús? ¿Existe en verdad o, queremos que exista? ¿La cultivamos  y cómo?
¿Afronto sereno la propia necesidad y el incierto futuro por penoso que sea el camino o insegura la vía?  ¿Creo que su mano me guía? ¿Creo que Jesús es UNO  con Dios y que no permitirá que yo le sea arrebatado de su mano?
¡Mucho me estoy perdiendo entre tantas cosas, junto a tantas personas, en medio de situaciones o alimentando ilusiones, que me distraen de Cristo y de su palabra!: ¡Volver a su escucha me hará estar en sus manos, y tener vida por siempre!
Jesús insiste en su disposición de ser Bueno con nosotros y vuelve a la comparación del Pastor para asegurar su relación de intimidad con sus discípulos.
¡Cuánto estamos perdiendo si no creemos que Cristo es un Pastor Bueno para nosotros! ¡Nos sentimos perdidos porque no nos dejamos guiar por Él, día a día! ¿De dónde nace nuestra inseguridad? ¿En qué ciframos nuestro  porvenir? ¿Qué perseguimos en la vida, cuando tratamos de salvarla por nosotros mismos? ¿A quién estamos  siguiendo?
Jesús mismo ha señalado  en el evangelio unos criterios para comprobar si hay pertenencia entre Él y el rebaño: Escucharlo  y  seguirlo, dejarse guiar por Él.
Jesús mantiene una auténtica comunidad de vida y destino, comparable a la que resulta de la vida del pastor dedicado por completo a su grey. Las ovejas siguen a quien conocen, y lo conocen porque convive con ellas: comparten  sueño y trabajo, descanso y fatiga, comida y tiempo; el pastor y su rebaño son familiares, aunque no son iguales. Esa es la relación que Jesús mantiene con los suyos: le siguen seguros, porque lo conocen bien; y lo conocen, porque le escuchan continuamente; conviven siempre.
Los discípulos de Jesús saben contar con Dios como la oveja cuenta con su pastor, porque lo saben a su lado, compartiendo ocupaciones y reposo, alimento y preocupaciones, noche y día. Saberse guiado por Dios les hace posible vivir despreocupados y, al mismo tiempo, saberse bien atendidos; el cristiano, como la oveja del rebaño, no se preocupa por saber dónde se va hoy ni dónde descansará mañana,  porque sabe que Dios lo guía  y lo protege de todo peligro.
Cualquier incertidumbre que podamos tener la superaremos con la seguridad de estar  con nuestro Pastor; sabiendo que Él está a nuestro lado en el peligro y caminando por idénticas veredas nos dejaremos guiar por Dios, y seremos capaces de afrontar serenos nuestras necesidades y el futuro, por penoso que sea el camino o insegura la vía: su mano nos defenderá  y guiará.
Para sentir la tutela de Dios hay que asumir su liderazgo y seguir sus directrices. ¡Cómo puede sentirse con el Pastor quien no camina a su lado!  
Si no lo seguimos, no tenemos derecho a esperar que nos acompañe ni mucho menos, que esté dispuesto a entregar su vida  por  la nuestra.
Pero si nos atrevemos a  dejar que el Pastor vaya delante de nosotros, estaremos  protegidos por Él; si nos dedicamos  a escucharle, nos daremos cuenta de que está con nosotros y que nos acompaña; si le concedemos un espacio en nuestra vida, nos daremos cuenta que Él nos tiene en sus manos, que nos tiene asegurados, que nos cuida en esta vida y que nos dará la eterna.
Escuchemos al Pastor si queremos que Él guie nuestra vida y nos defienda .Para quien sigue de cerca a Jesús, para quien le obedece, para quien se sabe cuidado por Él, no existe razón para tener temor, pues Él lo ha dicho: ‘no perecerá para siempre y nadie le arrebatará de mi mano’.
Toda angustia resulta infundada, si se pertenece a su rebaño. No perderá a nadie ni se dejará robar por nadie: lo suyo Dios lo tiene de su mano; a los suyos los mantiene entre sus brazos, dispuesto como está, incluso, a jugarse la propia vida antes que entregar la de los que le pertenecen.  El discípulo de Jesús, que vive oyéndole y que le sigue obedeciendo su voz, se sabe en buenas manos: son manos de Buen Pastor, que prefiere perderlas antes que perder cuanto en ellas abraza, entregar su vida para que no se la roben a los suyos.
Saberse del rebaño de Jesús no implica tener siempre la solución a todo problema o evitarse todo peligro, pero da la seguridad de no tener que afrontarlos solos ni siquiera los primeros: Cristo Pastor precede a cuantos le siguen. Antes de llegar nosotros, ya ha encarado él nuestra dificultad; venceremos nuestros miedos, si nos sabemos acompañados por Cristo.
Y nos sabremos acompañados por él, si le seguimos por dónde quiera llevarnos. Sea donde sea, si Él nos precede, no hay peligro insalvable. No son, pues, las dificultades de la vida lo que nos la hacen más difícil, sino lo difícil que nos resulta seguir a Cristo por donde él quiera; no es que la vida sea mala, es que no somos buenos cristianos.
Nos preguntamos: ¿Por qué vivimos nuestra fe con tanta incertidumbre, con poca ilusión, con tanto miedo y sin alegría? ¿Por qué pedimos tantas pruebas a Dios para poder sentirnos acompañados por Él y vivir tranquilos?
La razón no es fácil, aunque sea una amarga constatación: no sabemos dónde ha ido a parar nuestro Dios, porque no nos gusta ir donde quiere llevarnos; porque no queremos hacer su voluntad, no nos sentimos queridos por Dios; rehusamos acompañarle y ello no nos deja sentirle a nuestro lado. Buscamos certezas con otras personas, en otros lugares, dudamos dónde está nuestro Dios y perdemos la seguridad de estar con Él.

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto:
Padre Dios, te damos gracias porque has querido que tu Hijo sea  nuestro Pastor y dé su vida por la nuestra. Te pedimos que LE tengamos siempre por compañero. Que lo sigamos, que queramos escucharlo… Nos hace tanta falta… No permitas que atendamos a tantas cosas que nos distraen, descuidando su voz.
Tú sabes, Señor que si no seguimos a nuestro Pastor, no nos seremos ovejas de su rebaño, y no encontraremos en Él, lo que tanto necesitamos: la felicidad  para esta vida y para la eternidad.
Haz, Padre Bueno, que escuchemos a nuestro Pastor y que hagamos lo que Él nos pide; ¿qué ganamos con tener tantas cosas y satisfacer gustos pasajeros si Lo perdemos a Él? ¿Cómo ser felices sin su compañía?
Sabemos que al estar con Cristo Jesús, estamos contigo, y al estar contigo, estamos con el Espíritu que los une, porque los tres son UNO. Que nos fiemos de su Palabra y nos abandonemos en tan singular compañía. Quien a Dios tiene, nada le falta… Sólo Dios basta…  
Gracias por nuestro Pastor, gracias por el rebaño que juntos formamos, gracias por esta comunidad en la que hemos ido descubriendo como ser discípulos misioneros.
María, Madre de Jesús, el Buen Pastor, acompáñanos en el camino que nos lleva a Él, no solo en este tiempo pascual, sino siempre. Haz que  muchas ovejas escuchen su voz y quieran estar siempre en su compañía. Te pedimos vocaciones para nuestra comunidad. ¡Nos hacen tanta falta!. Danos sacerdotes, religiosos, religiosas y apóstoles seglares. ¡Amén!  

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