13 aprile 2013

Lectio Divina - Año C. 3er. Domingo de Pascua (Jn 21,1-19)

Juan José Bartolomé, sdb

Después de que Jesús se encontró con sus discípulos en Jerusalén, regresaron a sus hogares y a pescar en el lago de Galilea. Ahí se les apareció resucitado para convencerles de la realidad de la nueva vida y lo que significaba para ellos testimoniarlo entre sus hermanos.
Este relato, sencillo en apariencia, esconde dos preocupaciones básicas del autor: primero, demonstrar que Jesús de verdad había resucitado y confirmar la misión de Pedro en la comunidad. Sobre sale su figura y la triple confesión de su amor por Jesús a la que siguió su tendría una misión muy especial en la comunidad cristiana: la de ser su guía.
El ministerio en la Iglesia se fundamenta sobre hombres débiles, que convivieron con el Señor; amar a Cristo impone tener la fe de los hermanos como tarea y la misión de confirmarla a toda costa. Si bien no precisa ser perfectos para ser pastores de la comunidad, no hay que olvidar que el ministerio es obligación para los aman de verdad a Cristo.

Seguimiento:

1. En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

2. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

3. Simón Pedro les dice: —«Me voy a pescar.» Ellos contestan: —«Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

4. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. 5Jesús les dice: —«Muchachos, ¿han pescado algo?» Ellos contestaron: —«No.»

6. Él les dice: —«Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán.» La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

7. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: —«Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.

8. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.

9. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.

10. Jesús les dice: —«Traigan los peces que acaban de coger.»

11. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

12. Jesús les dice: —«Vamos a almorzar.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.

13. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

14. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

15. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: —«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Él le contestó: —«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

16. Jesús le dice: —«Apacienta mis corderos.» Por segunda vez le pregunta: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Él le contesta: —«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Él le dice: —«Pastorea mis ovejas.»

17. Por tercera vez le pregunta: —«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: —«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: —«Apacienta mis ovejas.

18. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»

19. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
—«Sígueme.»

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

Jn 21 es un apéndice añadido al evangelio ya concluido (Jn 20,30-31). Parece que este capítulo tiene como finalidad que no se perdiera material tradicional en torno a la suerte del discípulo amado. En él domina, además, un evidente interés por la comunidad de creyentes, cuyo liderazgo se confía a Pedro.
Este episodio tiene dos partes: la primera (Jn 21,1-14) narra la tercera aparición de Jesús, localizada ahora en Galilea, a siete discípulos (Jn 21,2), durante la cual convirtió una pesca infructuosa en abundancia compartida en comida común (Jn 21,12). La segunda parte (21,15-23) contiene casi exclusivamente dichos de Jesús que renuevan tareas e imponen urgencias comunitarias a Pedro. Ambas escenas, a pesar de las innegables diferencias formales y de contenido, reflejan una unidad íntima: Jesús (Jn 21, 4.5.7.9.12. 13.14.15.17) y Pedro recorren todo el relato (21,2.3.7.11.15.16.17), el primero como protagonista, el segundo como su privilegiado interlocutor, primero, en una pesca milagrosa y, después, en su misión de pastorear a la grey.
La tercera aparición de Jesús se da junto al mar de Tiberíades (Jn 6,1). Los discípulos han vuelto a la vida diaria y es en una jornada de duro trabajo, cuando el grupo de discípulos tendrá una feliz experiencia del Resucitado. El mar es el lugar de trabajo, pero también del encuentro con Jesús; es de noche, el tiempo apropiado para la pesca, pero impide la visión. En la ausencia de Jesús, los discípulos no consiguen pescar (Jn 21,3).
Jesús se les aparece al amanecer (Jn 21,4). Sin que le reconozcan, habla con ellos, pidiéndoles de comer en tono familiar (Jn 21,5: muchachos). No saluda ni da paz, se les presenta como necesitado. Más que comida, pide algo con lo que acompañar el pan (Lc 24,41). Su petición lleva a los discípulos a reconocer su pobreza y el fracaso; no tienen para dar de comer. Aceptada su carencia, Jesús les ordena volver de nuevo al trabajo, asegurándoles resultados (Jn 21,6).
La obediencia al desconocido supera las mejores expectativas: la red se llena de peces. Su palabra hizo el prodigio.
Juan, el discípulo amado, reconoce al Señor y se lo dice a Pedro (Jn 21,7; cf. 20,8). Éste se precipita, y con su protagonismo, se tira al agua para ir al encuentro del Señor (Jn 21,7) mientras los otros discípulos arrastran a tierra la pesca abundante (Jn 21,8).
Pedro se comporta como patrono de la embarcación; saca a tierra la red, y trae de la abundante pesca unos cuantos pescados; el botín – sabe con precisión el narrador – se elevaba a 153 peces grandes, que no rompieron la red (Jn 21,11). Los discípulos se encuentran con el Señor y con una comida preparada, un pescado a la brasa y pan (Jn 21,9), alimento típico de pescadores en Galilea.
El reconocimiento del Resucitado, que se les había hecho el encontradizo durante su trabajo diario, ocurrió durante una comida: cuando coman con él todos sabrán quién es (cf. Lc 24,35). Y de hecho, aceptada su invitación (Jn 21,12), ningún discípulo se atrevía a preguntarse sobre su identidad; sabían muy bien que era Él (Jn 21,13; cf. 6,11; Lc 24,30.42-43; Hch 10,41).
Acabada la comida, Jesús le da a Pedro el gobierno de la comunidad. Los demás discípulos desparecen del relato. La primacía de Pedro es un tema conocido en la tradición evangélica (Mt 16,17-19); resulta significativo que el cuarto evangelio que, en su inicio, se ocupó del cambio de nombre de Pedro (Jn 1,42) termine con la imposición de su nueva misión (Jn 21,15.16.17).
A Pedro le da el Señor su tarea pastoral (Jn 21,15-17) y le anuncia el testimonio que tendrá que dar con su sangre (Jn 21,18-23). El diálogo, rápido y reducido a lo esencial, sigue un esquema fijo: por tres veces una misma cuestión provoca una misma reacción y se confiere idéntica encomienda.
La triple pregunta de Jesús ocasiona la tristeza en Pedro (Jn 21,17). No parece, que con este interrogatorio, Jesús estuviera probando la fidelidad del único discípulo que le había negado tres veces (Jn 18,15-28.25-27); sino que lo rehabilitó para la misión: Pedro es enviado a los hermanos (Lc 22,32).
La escena es la crónica de una investidura, de la concesión del ministerio pastoral a Pedro que recibe un encargo específico: cuidar a la grey habiendo proclamado su amor y su dedicación al Señor. Pedro se rehabilita públicamente confesando públicamente su amor por Jesús.
Si en los sinópticos Jesús quedó impresionado por la fe de Pedro (Mc 8,27-29), en Jn quedará convencido sólo por su profesión de amor. El ministerio pastoral es ejercicio de amor a Jesús. Amar a Cristo implica responsabilizarse de los cristianos. Jesús no concede el gobierno pastoral de su comunidad a quien mucho prometió (Jn 13,13,36-37), ni siquiera a quien era el más amado y mejor creyente (Jn 21,7); se lo mandó, y por tres veces, a Pedro, quien más se tuvo que empeñar en hacer protesta de su amor.
Quien comparte con Jesús el oficio de pastor (Jn 10,11-18) tendrá que compartir suerte y destino (Jn 15,13); La suerte solidaria de Pedro con Jesús, le pide a Pedro dar la vida por su Señor (Jn 13,37).

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

Pedro y los apóstoles se ocuparon en la pesca para vivir, pero silenciaban lo que sabían sobre Cristo, que estaba vivo; callándoselo, le daba por muerto delante de los suyos.

Como ellos, también nosotros hemos celebrado la resurrección estos días y sabemos que Él está vivo, pero igualmente nos ocupamos de faenas más útiles, menos comprometedoras, olvidándonos de lo que nos ha encomendado.

Quien sabe que Jesús está vivo, aunque una mayoría lo crea muerto no puede callar su experiencia y ocuparse de lo que no es su misión primera. No basta, pues, con no hacer nada malo; es suficiente con que no digamos al mundo lo que sabemos; viviremos inútilmente, trabajando en la noche y regando con nuestro sudor la mar. Tenemos que ocuparnos por proclamar con la vida lo sabemos de Jesús: que Él vive y que vivimos nosotros para que el mundo crea en Él.

Jesús mandó a los suyos pescar cuando ya no era oportuno. Su comportamiento puede parecer extraño. Los discípulos deben aprender que la obediencia les dará eficacia en su vida diaria: tiran las redes, cuando era hora de recogerlas; de noche las recogieron vacías y al amanecer se les llenarán de peces, contra toda lógica. Con Jesús el éxito está asegurado, aunque vaya contra la propia experiencia; sin Él, todo esfuerzo resulta vano. Juan fue el primero en reconocer al Señor. El amor es la mejor manera de adivinar su presencia Quien más ama, más fácilmente cree.

Aquella noche no cogieron nada al ir a pescar. No puede ser fructífera una ocupación, un trabajo, la ilusión o el esfuerzo, que no sea consecuencia de la vocación que cada uno ha recibido de Dios;

Quien comparte con Jesús el oficio de pastor (Jn 10,11-18) tendrá que compartir suerte y destino (Jn 15,13); La suerte solidaria de Pedro con Jesús, le pide a Pedro dar la vida por su Señor (Jn 13,37).

¿Qué tan dispuestos estamos para compartir con el Señor su suerte? Seguirlo es ser capaces de ir con Él y como Él al sacrificio. La Redención se dio gracias a la entrega que Él hizo de su vida al Padre por nuestra salvación.

III: ORAMOS nuestra vida desde este texto:

Dios Bueno, que como Pedro nos demos cuenta cuánto nos amas, para que también te confesemos nuestro amor, siendo capaces de acompañar la fe de nuestra comunidad, sostenidos por tu Espíritu. Que nos lancemos al encuentro de tu voluntad, que la reconozcamos y la veamos como nuestra primera responsabilidad. Que nos alimentemos del Pan que Cristo Jesús nos ofrece en la Eucaristía. ¿Cómo sabremos que Él vive si no nos llenamos de su vida?
Necesitamos amarte, amarlo, amarnos unos a otros. Que el amor siga siendo la fuerza que nos capacite para ser testigos de Cristo Resucitado, tu Hijo y Hermano nuestro, en nuestra comunidad, dándonos el arrojo de Pedro tuvo, que tanto necesita nuestro mundo, lleno de adelantos pero vacío de razones para vivir en profundidad. Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amamos, pero conoces bien nuestras limitaciones. Llénanos de ti y de lo tuyo para ser testigos creíbles de tu vida. ¡Así sea!


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