28 marzo 2014

Lectio Divina - Ciclo ‘A’ 4º. Domingo de Cuaresma (Jn 9, 1-41)

Hoy leemos el encuentro con el ciego de nacimiento. Este pasaje nos ayuda a comprender quién es Jesús y quiénes somos nosotros. Es el domingo de la  “Luz”, y de la Alegría”. Con la mirada fija en la Cruz gloriosa, en la cual fue entronizada la Luz que da la vida verdadera, bautizados y catecúmenos continuamos  el camino cuaresmal:
Para vivir más a fondo este encuentro de Jesús con el  “Ciego de Nacimiento”, se nos ofrecen unas claves de lectura.  El texto tiene mucho colorido: hay signos, cambios de lugares, numerosos personajes (Jesús, discípulos, ciego, vecinos, parientes, fariseos, autoridades  judías), sentimientos fuertes y encontrados, diferentes reacciones. Pero lo más importante es que es un relato que nos embarca en un proceso que va desvelando a poco a poco el misterio.

Seguimiento:

Leemos lentamente este pasaje distinguiendo cada uno de los pasos que se dan en siete episodios:

Primer episodio: Jesús va al encuentro del ciego y lo sana (9,1-7).
Segundo episodio: El sanado se encuentra con sus familiares y conocidos (9,8-12).
Tercer episodio: El sanado es llevado donde los fariseos (9,13-17).
Cuarto episodio: Las autoridades judías le toman la información a los padres del sanado (9,18-23).
Quinto episodio: El sanado es entrevistado por segunda vez por los fariseos (9,24-34).
Sexto episodio: Jesús va al encuentro del sanado por segunda vez (9,35-38).
Séptimo episodio: Encuentro de Jesús con los fariseos (9,39-41).

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

El encuentro de Jesús con un ciego-mendigo, es narrado en una historia extensa y rica de detalles, es la explicación de cómo actúa Jesús, “Luz del Mundo”.
“Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8,12).
Jesús es luz esplendorosa que orienta el sentido de la vida de todo hombre en la dirección del proyecto de Dios: Desde el principio Él  dice: “Mientras estoy en el mundo,  soy luz del mundo” (9,5). Esta “luz” vino al mundo y permanece en el mundo (como lo indica el texto griego). “En medio de ustedes está uno a quien no conocen” (Jn 1,26). La “luz” se ha hecho presente de manera escondida en la encarnación de Jesús, y hay que descubrirla.
¿Por qué se le da tanta importancia a la luz?  ¿Por *qué se plantea un proceso?
En el pensamiento bíblico, lo primero en ser creada es la “luz” (ver Génesis 1,3) y ésta está estrechamente relacionada con la “vida” (cuando no hay “agua”, y cuando  no hay “luz”,  no hay vida).  La “luz” aparece en la Escritura como símbolo de salvación (“El Señor es mi luz y mi salvación”, Salmo 27,1). Se afirma que Dios es luz (“Dios es luz, y en Él no hay tiniebla alguna”, 1 Juan 1,5) y en su luz vemos la luz (Salmo 35,10).
La venida de Jesús al mundo se hizo acontecimiento.  Así lo anuncia el prólogo del evangelio de san Juan: “En ella, la Palabra creadora, estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la  vencieron” (1,4-5). Esta Palabra –Jesús- “era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (1,9).
La “luz” no sólo genera vida, sino que la orienta, (el equivalente a lo que hoy llamamos tener un “proyecto de vida”). Se comprende que la obra de Jesús no sólo sea la revitalización de las personas (curaciones.) sino también su orientación mediante itinerarios bien definidos.
Jesús - Verbo Encarnado- viene a  para que veamos mejor quién es Él; igualmente para que veamos quiénes somos, de dónde venimos y en qué dirección está la plenitud de nuestra vida. Solamente quien se deja iluminar por Jesús se hace su discípulo y vive en comunión con Él –en una relación de conocimiento y de profunda entrega,  y  adoración.
El relato de Juan 9,1-41 se desarrolla en siete episodios. A través de ellos –notémoslo bien- se va describiendo toda una dinámica relacional (entre los diversos actores) que  traza claramente el itinerario de la fe bautismal.
El ciego-mendigo aparece en todos los episodios, excepto en el cuarto. En cambio, Jesús dialoga con el ciego-mendigo solamente dos veces: en el primero – el de la curación - y en  el penúltimo – antes de la confesión de fe.
Luego, después de la curación, Jesús desaparece del escenario. Ocurre entonces, en el entretanto, un camino de progresivo descubrimiento de su persona, por parte del que había sido ciego.
Es curioso, Jesús no está físicamente, pero en los labios del hombre sanado comienzan a escucharse continuas referencias a Él. Cada vez va diciendo algo nuevo y más importante acerca de Jesús: primero ante sus familiares (episodio 2) y luego ante los fariseos (episodios 3 y 5), después de lo cual hay un intervalo en el que sus padres son interrogados por las autoridades (episodio 4). Las preguntas  formales terminan con  la expulsión de este hombre de la sinagoga (o sea, de la comunión de fe con sus hermanos  hebreos).
Progresivamente – dejando claro que el ver físico no lo es todo - el ciego de nacimiento va comprendiendo – o sea, abriendo los ojos del conocimiento- quién es aquél que lo ungió  con barro y lo mandó a lavarse a la piscina de Siloé. El suspenso culmina con el encuentro cara a cara con Jesús: por fin lo identifica plenamente y lo adora.
Al final (episodio 7), y ante aquellos que han expulsado al ciego de la comunión de fe con ellos, Jesús mismo relee el sentido salvífico del acontecimiento y da pistas concretas  tanto para los que creen, como para los que no creen en Él.
En todas estas etapas del itinerario del encuentro del ciego de nacimiento con Jesús “Luz  del Mundo”, encontramos tres elementos importantes: (1) El signo obrado sobre el ciego. (2) Los diálogos sostenidos, en diversos ambientes, por quien ha sido sanado y que lo  llevan a reconocer progresivamente la identidad de quien hizo el signo sobre él. (3) Las palabras reveladoras de Jesús.  
Podemos ver en el relato la manera concreta como un ciego de nacimiento es llevado hasta “ver” y “comprender”  quién es Jesús para expresarle su fe y, sumergirse en adoración.
Jesús sabía que “ni él pecó ni sus padres” (9,3a) y anunció que esa enfermedad “era  para que se manifestara la obra de Dios” (9, 3b). Anunció que Él era la luz del mundo,  y que era capaz de vencer las tinieblas del pecado.
El relato también contiene una dolorosa paradoja: en la medida que el sanado va viendo claro, los que lo rodean –a la inversa- van apareciendo sumergidos en la más terrible de las tinieblas. Entonces, ante la “Luz” de Jesús unos se vuelven videntes y otros se vuelven ciegos. Como dice el mismo Jesús en la conclusión: “He venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y lo que ven, se vuelvan ciegos”  (9,39).

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

La primera palabra que aparece en el texto es el verbo “ver”: Jesús “vio, al pasar a un nombre ciego de nacimiento” (9,1). De esta manera, tan sencilla pero clara, comienza el encuentro de Jesús con este hombre.  
Jesús “vio” al ciego de nacimiento y los discípulos también. Pero lo curioso es que Jesús y los discípulos no vieron lo mismo: Los discípulos vieron a un ciego, y por detrás del ciego vieron el “pecado” (-enfermedad; viendo por detrás al Dios garante de retribución). Jesús vio a un ciego, mas no vio en él el castigo.
Los discípulos le preguntan al maestro, por qué su ceguera, “¿Quién pecó, él o sus padres?”.
¿Quién es el responsable de esta situación? Los discípulos veían una relación entre enfermedad y el castigo por el pecado, así se pensaba en tiempos de Jesús. Aún hoy hay quien dice: este es  “castigo de Dios”.
¿Somos conscientes de que nuestro pecado nos enceguece, impidiéndonos el encuentro revelador con Cristo Jesús?
Esta “obra” misericordiosa de Jesús con el ciego se realiza a partir  acciones significativas y nos aporta dos novedades dentro del evangelio: Jesús realiza tres acciones que el precisa Juan cuenta con detalle lo sucedido (Jn  9,6):   “escupió en tierra”,  “hizo barro con la saliva” y le“untó con el barro los ojos del ciego”. El ciego no permaneció  como actor pasivo, Jesús le pidió su participación, quiso que él hiciera algo. Él, confiando en la palabra de Jesús: va,  se lava y  vuelve viendo.
¿Qué hemos hecho para  dejar la ceguera y gozar la alegría de ver a Jesús, de vernos, de ver con claridad nuestro derredor? El verdadero discípulo es aquel que, en comunión de vida con Jesús – en una relación conocimiento y profunda entrega de adoración- “le sigue. La iluminación se da en la medida en que se “escucha” a Jesús y se le sigue.  ¿Somos de esos discípulos?
Jesús va al encuentro del ciego ya sanado (9,35-38). Esta es la cumbre del relato. Cuando el ciego volvió de la piscina de Siloé, donde recuperó la vista, no encontró ya a Jesús. Por  declarar abiertamente quién es Jesús, este pobre hombre fue expulsado de su comunidad.
Encontrar… El ciego-mendigo de nacimiento queda desvalido, sin el apoyo de su comunidad de fe. Jesús entonces, por segunda vez, entra en acción: sale a su encuentro (el texto dice  explícitamente: “encontrándolo” (9,35). Los dos sostienen un breve pero intenso diálogo. El terreno se ha venido  preparando progresivamente. Vimos que aunque no lo “ve” físicamente, el que era ciego, ha aprendido a “ver” en la fe: sabe bien quién es Jesús.
¡Cuántas veces el Señor nos ha salido al encuentro! ¿Qué hemos hecho para aprovechar esos momentos? ¿Aprovechamos  su presencia? ¿La gozamos?
Reconocer…  Jesús se le revela al ciego como el “Hijo del Hombre”. No lo afirma de una vez, sino que lo lleva a descubrirlo con su pedagogía, Hace un diálogo que lo lleva a darse cuenta quién es y qué le pide: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?” (9,35). Este título es profundo: el Hijo de Dios encarnado, Aquél que no ha venido a la tierra en el esplendor de la gloria (ver Daniel 7,13) sino en la humana sencillez,  como quien está a punto de ser exaltado en la Cruz (ver Juan 3,14; 6,35; 12,23.34).
Quizás no nos habíamos imaginado así a Jesús, sin embargo la fe nos lleva a acogerlo porque sabemos quién es y a qué ha venido, como Luz del mundo y quién se nos revela también hoy, como el que hemos visto, el que habla con nosotros.  ¿Aprovechamos ese interés por cada uno, esa cercanía, ese hablarnos personalmente? 
Adorar… El ciego  afirma que cree en Jesús (9,38a) – sellando así su reconocimiento.  Se postra ante él (9,39b), con un gesto de respeto y entrega;  admite estar ante la divinidad. Esta postración en el suelo, a los pies de Jesús, es el momento culminante de este encuentro salvífico. La fe se expresa exteriormente y el conocimiento se vuelve adoración prolongada.  Jesús ha sido para este hombre –que es nuestro modelo - luz y cada vez más luz. El ciego recobró la vista inmediatamente, pero la luz de la fe fue gradual: “no se” (9,12); “es un profeta” (9,17), “viene de Dios” (9,33); “Creo, Señor” (9,38).
El ciego de nacimiento nos invita a abrir los ojos, para seguir la misma ruta que Él siguió ante  Jesús de Nazaret, el Verbo Encarnado, que nos conduce hasta el Padre. Adorarlo. Darle todo nuestro ser, postrarnos llenos de agradecimiento porque Él es nuestra Luz y con Él podemos ver a Dios, vivir en su amistad y vencer la oscuridad de nuestro pecado.

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto

Dios Buenos, como el ciego de nacimiento necesitamos hacer un proceso de fe para recuperar la vista.  Danos la fuerza de tu Espíritu para que demos los pasos necesarios y nos encontremos cara a cara  con tu Hijo Único, y Hermano nuestro en esta Pascua.
Que personal y familiarmente lo encontremos y dejándonos iluminar por su palabra,  demos testimonio con los hechos y las palabras a quienes estén todavía en la oscuridad, en la indiferencia, en la confusión. Que todos lleguemos a descubrir cómo actúas en nuestra vida. Que como ese hombre, al descubrir quién tu Hijo lo adoremos. ¡Así sea!



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