2 aprile 2014

Lectio Divina - Ciclo ‘A’ 5º. Domingo de Cuaresma (Jn 11, 1-45)

La hostilidad mortal contra Jesús la vemos crecer cada día más. Había más amenazas en su contra; intentaban capturarlo para asesinarlo. La resurrección de Lázaro hizo que esta animosidad fuera más allá de los límites: “Desde ese día, decidieron darle muerte” (Jn 11,53).
Este hecho portentoso fue el último de su ministerio público. Liberando a su amigo de la muerte, convalidó solemnemente su propia identidad, confesándose ser ‘la Resurrección y la Vida’ (11,25).
Los jefes, frustrados y temerosos, reunieron al Consejo Supremo para decidir juntos qué iban a hacer contra Jesús, ‘Porque realizaba muchas señales’ (11,47). Pensaban que si seguía viviendo ponía en peligro a toda su nación (Cfr. 11,48).
Caifás se levantó e hizo su profética declaración: “Ustedes no saben nada, ni caen en la cuenta que nos conviene que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación” (11,49-50).

Seguimiento:
Un hombre llamado Lázaro había caído enfermo. Era natural de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María, hermana de Lázaro, fue la que derramó perfume sobre los pies del Señor y los secó con sus cabellos. Así que las dos hermanas enviaron a decir a Jesús: – Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús dijo al oírlo: – Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios y también la gloria del Hijo de Dios.
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro; sin embargo, cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba. Después dijo a sus discípulos: –Vamos otra vez a Judea. Los discípulos le contestaron: –Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá? Jesús les dijo:
– ¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues bien, si uno anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche tropieza, porque le falta la luz. Después añadió:
– Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarle. Los discípulos le dijeron: –Señor, si se ha dormido es señal de que va a sanar. Pero lo que Jesús decía era que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se había referido al sueño natural. Entonces Jesús les habló claramente:
– Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para ustedes, para que crean. Pero vayamos a verle. Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos: –Vayamos también nosotros, para morir con él.
Jesús, al llegar, se encontró con que ya hacía cuatro días que habían sepultado a Lázaro. Betania estaba cerca de Jerusalén, a unos dos kilómetros, y medio; muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María, para consolarlas por la muerte de su hermano.
Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirle; pero María se quedó en la casa. Marta dijo a Jesús: –Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun ahora yo sé que Dios te dará cuanto le pidas.
Jesús le contestó: –Tu hermano volverá a vivir.
Marta le dijo: –Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último.
Jesús le dijo entonces: –Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno que esté vivo y crea en mí morirá jamás. ¿Crees esto?
Ella le dijo: –Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Después de esto, Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo en secreto: –El Maestro está aquí y te llama. En cuanto María lo oyó, se levantó y fue a ver a Jesús; pero Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que permanecía en el lugar donde Marta había ido a encontrarle. Al ver que María se levantaba y salía de prisa, los judíos que habían ido a consolarla a la casa, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar.
Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies, diciendo:
– Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se sintió profundamente triste y conmovido, y les preguntó:
– ¿Dónde lo han sepultado? Le dijeron: –Señor, ven a verlo. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: – ¡Miren cuánto le quería!
Pero algunos decían: –Este, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriese? Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó al sepulcro. Era una cueva que tenía la entrada tapada con una piedra. Jesús dijo:
– Quiten la piedra. Marta, la hermana del muerto, le dijo: –Señor, seguramente huele mal, porque hace cuatro días que murió.
Jesús le contestó: –¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo: – ¡Padre, te doy gracias porque me has escuchado!. Yo sé que siempre me escuchas, pero digo esto por el bien de los que están aquí, para que crean que tú me has enviado.
Habiendo hablado así, gritó con voz fuerte: – ¡Lázaro, sal de ahí!
Y el muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas y envuelta la cara en un lienzo. Jesús les dijo: – Desátenlo y déjenlo ir. Al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María.

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

El relato de la resurrección de Lázaro es una gran CATEQUESIS SOBRE LA VIDA y la FE en la RESURRECCIÓN. De todos los signos que hizo Jesús es el más importante. Constituye el último de los siete elegidos por Juan para manifestar que Jesús es más fuerte que la muerte y que su vida, termina dando vida.
En este relato confluyen el hecho, más su interpretación en el /diálogo. La particularidad de este hecho es que la dramatización de la escena, el hecho y su interpretación se hallan fusionados y constituyen una unidad inseparable.
Para la recta comprensión de esta página evangélica es necesario tener en cuenta:
La estructura del relato: La sección del versículo 1 al 54 es un narración en la que se contrapone la vida que confiere Jesús a Lázaro (vv. 1-45) y su condena a muerte por parte de los dirigentes judíos (vv. 46-54). (La liturgia de este domingo nos ofrece sólo la primera parte; pero es bueno completar su lectura).
La primera parte, el episodio de la resurrección de Lázaro, quiere mostrar que la vida que Jesús comunica a los suyos vence la muerte y, por tanto, lleva consigo la resurrección. Se desarrolla en una comunidad de discípulos que, habiendo recibido la vida definitiva, no perciben aún su calidad. De ahí que se encuentren angustiados ante la perspectiva de la muerte. Esta falta de visión está en paralelo con una falta de comprensión del mesianismo de Jesús; no se dan cuenta del poder salvador del Mesías porque en ellos pesaba la mentalidad del Antiguo Testamento.
Cada uno de los tres hermanos -Lázaro, María, Marta- son un tipo de comunidad en su propia identidad. La enfermedad de Lázaro se debe a su condición humana, que lleva consigo la muerte física, pero está rodeada por el miedo a la muerte misma; este miedo es la máxima esclavitud del hombre y la raíz de todas las esclavitudes de las que Jesús quiso liberarnos. Por eso la persona se llama Lázaro (palabra que significa «un enfermo»); es la síntesis de todos los que han aparecido en el Evangelio.
En Lázaro se manifiesta la plenitud de la obra de Jesús para con la humanidad enferma, mostrando hasta qué punto es poderosa la vida que él comunica: por ser definitiva, supera la muerte física y es así, capaz de gozar la resurrección.
Marta representa a la comunidad en trance de crecer en la fe. María, a la comunidad en estado de dolor.
La segunda parte del acontecimiento (vv. 46-54,) presenta la reacción de las autoridades (fariseos, sacerdotes, el Sanedrín) que condenan a muerte a Jesús, el dador de vida. El conflicto, comenzado abiertamente al inicio del Evangelio de Juan (5, 16-18), llega aquí a su punto más álgido. La institución religiosa del pueblo judío no soportó la actividad de Jesús, porque veían en él un peligro y una amenaza constante.
Se delimitan así los campos y se dibuja el dilema que se presenta ante el pueblo: Jesús ha terminado su actividad como dador de vida; las autoridades, al condenarlo, manifiestan claramente su verdadera condición de agentes de muerte. El Mesías y la institución son incompatibles. El pueblo deberá optar entre ambos. La «hora» del Mesías, que va a comenzar, será la de la decisión.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

Las hermanas de Lázaro, en relación a la enfermedad de su hermano y los discípulos, de Jesús, midiendo el peligro que significaba entrar a Judea, ven los acontecimientos con muy diferente visión a la que tuvo el Maestro al decir con toda valentía: Ha llegado mi hora.
Para Él la enfermedad y la muerte no tienen la última palabra; ambas son superadas por su fuerza. El se revela con su capacidad para “curar” al enfermo y “despertar” a su amigo; el peligro que los discípulos veían en Judea no lo detiene, porque Él era la luz que iluminaba la oscuridad del pecado.
¿Habiendo caminado con Cristo Jesús durante esta Cuaresma hemos ido creciendo en la seguridad de quién es Él y qué ha venido a hacer entre nosotros? ¿Creemos en su poder vitalizador y nos dejaremos liberar de la muerte de nuestro pecado, para vivir con Él y con los que nos aman?
El judaísmo imaginaba la resurrección como una vuelta a vivir la vida, al paso que la filosofía griega, despreciadora del cuerpo, se pronunciaba por una inmortalidad desencarnada. El mensaje de Jesús en este hecho afirma la estrecha relación entre la vida eterna del hombre y su filiación divina, que se alcanzan si se vive en unión con Él.
¿Qué tan capaces somos de caminar hacia la vida que no tiene final y que nos ha ganado Jesús con su misterio pascual? ¿Qué tanto nos importa que nuestros hermanos estén enfermos y qué hacemos por su salud? ¿Cómo comunicamos a los que nos rodean la vida que Cristo nos da?
Todo el Evangelio nos presenta a Jesús humano y divino a la vez. Especialmente Juan se propuso revelarnos su mesianismo. Nos habló de sus amistades, de sus emociones profundas, de su tristeza, de la necesidad que tuvo de orar, de hablar en voz alta y con fuerza… Todo nos hace comprender que Él es «la resurrección y la vida».
Frente a esa cultura de muerte es urgente que los cristianos, los creyentes en la vida, luchemos y trabajemos por una cultura de la vida y mostremos nuestra fe en una opción radical por la vida y la dignidad humana; por los derechos humanos, como la mejor manera de expresar las condiciones de vida verdaderamente humanas. Los creyentes tenemos todo un programa de acción y de compromiso. Porque no se trata simplemente de garantizar la subsistencia, la supervivencia de vida humana en el cosmos, sino de crear UNA NUEVA CULTURA para una vida nueva, digna de toda persona, digna de los hijos e hijas de Dios. Una nueva cultura de la vida basada no en los medios de vida, necesarios pero insuficientes, sino basada sobre todo en el respeto, la tolerancia, la solidaridad y el amor fraterno.
CREER EN DIOS ES CREER EN LA VIDA: La fe en la resurrección es fe en la vida. No es fe en una vida indefinida sin más, sino en otra vida. Pero tampoco es sólo fe en la otra vida después de la muerte, sino que es fe también en esta vida, que es don de Dios, como lo será la vida eterna. Es fe en la vida, en una vida plena, en la plenitud de la vida y, por tanto, fe en una vida cualitativamente distinta de la vida entendida como un ir tirando de la mejor manera posible hasta la muerte.
Creer en la Vida es tener fe viva y activa, es luchar contra todo lo que mortifica y reprime la vida, contra la pobreza, contra la violencia, contra la exclusión, contra la injusticia, y saber hacer frente a los violentos, a los injustos, a los represores y a todos los que instrumentalizan la muerte y el miedo para someter a los demás. La fe en la vida es fe henchida de esperanza, empeñada en la transformación del mundo que, frente a los que tratan de construir la cultura de la muerte, anuncia y levanta el Evangelio de la vida.
¿Qué importancia le damos a la eucaristía, la meditación de su Palabra para llenarnos de vida y saber entregarla por nuestro prójimo, sobre todo el que sufre, el que está enfermo? ¿Qué tanto procuramos nuestra familiaridad con Cristo Jesús, para poder gozar de su presencia en nuestra casa? Martha y María lo llamaron porque había una profunda amistad entre ellos, ¿La tenemos? ¿La favorecemos?
¿Está mi fe “tocada” e iluminada por la VIDA: por su valor en sí, por su defensa en toda ocasión, por mi compromiso en favor de ella y lo que la hace posible?
¿Qué GESTOS y COMPROMISOS realizo para que haya vida y la gocemos como don y manifestación de Dios?
De cara a la PASCUA, la mayor manifestación de la Vida en plenitud, ¿qué puedo hacer a favor de la Vida? ¿Cómo puedo hace que los que amo vivan en profundidad?

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto.

Padre Dios, aquí estamos. Gracias por este milagro tan portentoso. Lo hemos revivido. Nos fuimos a Betania, con Martha y con María. Sabemos que tu Hijo es el Señor de la Vida.
Gracias porque nos revelas su humanidad y su divinidad una vez más. Que no nos quedemos en la letra; sino que hagamos de esta Palabra una vivencia y crezca nuestra fe en Cristo Jesús, para hacer posible la vida.
Que movidos por tu Espíritu nos demos cuenta qué quiere decir estar llamados a vivir en plenitud, ya desde ahora y para siempre. Que sepamos actuar ante la cultura de la muerte que nos invade y nos quiere quitar el don que Tú nos das, por Cristo, con El y por Él. Que vayamos a la Eucaristía, que te busquemos en tu Palabra, que nos alimentemos de la comunidad que cree en tu presencia, para que seamos de verdad constructores de vida ya desde ahora en nuestro mundo, para continuar gozándola cuando nos llames a la eternidad. ¡Así sea!

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