10 aprile 2014

Lectio Divina - Domingo de Ramos Ciclo A (Mt 21, 1-11)

Se abre la Semana Santa reviviendo la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, que tuvo lugar el domingo antes de la pasión de Jesús. Él siempre se opuso a toda manifestación pública y huyó cuando el pueblo quiso proclamarlo rey (Jn 2, 15). Mas hoy entra a la gran ciudad triunfante. Al acercarse su muerte, que Él bien conocía, aceptó ser aclamado públicamente como Mesías, porque sabía  que muriendo en la cruz,  era como se manifestaría como el Mesías, el Redentor, el Rey y el Vencedor del mal.
Celebramos una entrada triunfal, asemejándola a la de un rey terreno, que triunfa de sus enemigos; mas la de Cristo es una entrada mesiánica; no del mesías que el pueblo y sus jefes esperaban, sino del Siervo Sufriente que no viene a hacer triunfar al estado sobre sus enemigos, sino a convertir los corazones a Dios.
Jesús aceptó ser reconocido como Rey, pero como un Rey con características inconfundibles: humilde y manso;  entró en la gran y santa ciudad,  montado en un asno; proclamando  su realeza sólo ante los tribunales y aceptó que se pusiera  la inscripción de su título de rey solamente en el leño de la cruz, en el que fue crucificado.

Seguimiento:

Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: “Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: “El Señor los necesita y los va a devolver en seguida”“. Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: “Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga”. Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron la asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”. Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: “¿Quién es éste?”. Y la gente respondía: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”.

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

La entrada mesiánica de Cristo a Jerusalén es relatada por los cuatro evangelistas. El rechazó muchas  veces honores porque aún no era su hora, ahora consciente de que ésta llegaba, fue triunfalmente a la cruz y a la resurrección, camino que predijo tres veces. No podemos olvidar que en Galilea, la Pascua anterior, las gentes quisieron, entusiasmadas, tomarle para llevarle a Jerusalén y proclamarle Rey-Mesías (Jn 6:15), y en Mateo, (12:23) ya se preguntaban las gentes: “Y toda la gente atónita decía: ¿No será éste el Hijo de David?”
Cristo peregrinó con sus discípulos a Jerusalén. “Seis días antes de la Pascua,  se fue a Betania, donde estaba Lázaro”, a quien resucitó (Jn 12:1).
Al pasar por Betfagé,  pidió a dos  de sus discípulos fueran al pueblo a traerle un animal para que se montara. Encontraron una asna con su pollino, sobre el que no había montado ningún hombre”  (Lc 19, 29) que tuvo el honor de llevar al Mesías. Jesús pide que los desaten sin más y se los traigan. Y que, si alguno les dijese algo, le respondieran sencillamente que “el Señor” los necesita; y “los devolvería en seguida”.
Mateo, y también Juan, citan  un texto profético en el que ven, cuando fue escrito en los evangelios, el cumplimiento de lo que se había profetizado. Es de Isaías: “Digan a la hija de Sión” (Is 63:11),  y de  (Zac 9, 9).
Los rabinos decían que, si Israel era puro, entonces el Mesías vendría sobre las nubes, conforme a Daniel: “Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre.” (Dan 7:13); y, si no, sobre un asno, conforme a Zacarías (Zac 9:9).
En el relato aparecen como realidad estos dos animales. Naturalmente, no sugiere esto una “adaptación,” sino una no inaudita realidad. Los discípulos encontraron allí una asna y un pollino.  
Toda la escena es de lo más natural. Los asnos están atados a una de las argollas o salientes de las casas, mientras sus dueños despachan sus asuntos o comercian en las tiendas.
La palabra de Jesús a sus discípulos acusa doblemente profecía y señorío. Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron la asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. El asno, en los países orientales de la antigüedad, no tenía el sentido de pobreza que en los occidentales. Servía de cabalgadura a reyes y nobles. El poner sus “mantos” sobre estos animales es señal de honor. Es curiosa la forma de Mateo, pusieron sus mantos “sobre ellos,” sobre los dos animales.
Montado y rodeado de sus discípulos, algunos de los cuales iban seguramente conduciendo la burra y a su hijo, como era costumbre. Los discípulos iban con sus  rabinos y sus maestros a Jerusalén. Mucha gente salió a engrosar el  cortejo al saber que venía el Maestro..
 “Cuando estaban cerca de Jerusalén, en la bajada del monte de los Olivos,” se desbordó  el entusiasmo. Cuando Jesús entró a Jerusalén, rodeado de sus discípulos y de la gente que le “seguía” se encontraron con otra “gran muchedumbre” que había venido a la Pascua, y “al saber” que Jesús “llegaba a Jerusalén,” salieron gozosamente a su encuentro (Jn 12:12.13). La ciudad estaba impresionada por la resurrección de Lázaro (Jn 12:9).
Habían cortado “ramos de los árboles, ” y  unos “tomaron ramos de palmeras”, como dicen Juan, costumbre que tenían en las fiestas importantes, (Jdt 15:12) para unirse festiva y triunfalmente al cortejo, como el de Simón Macabeo, que entró en Jerusalén “entre gritos de júbilo y ramos de palmas.” (1 Mac 13:51). Como a Judit y a los Macabeos, así las afluencias de gentes acompañaban con aclamaciones a Jesús.
Tanto los evangelios de Mateo, como Marcos y san Juan, recogen el clásico “Hosanna.” Esta expresión, perdiendo su sentido etimológico primitivo (Yahvé salva), vino a ser una exclamación de júbilo. El sentido natural del hosanna es nuestro equivalente “¡Viva!”, como si dijéramos hoy, ¡Viva el Señor!
En la fiesta de los Tabernáculos, todo judío llevaba en sus manos dos ramos, el lulag y el etrong, el primero era de cedro, y el segundo, una palma, de la cual pendían ramos de mirto y sauce, y los agitaban en la procesión.. “¡Hosanna en las alturas!”, hacía llegar el agradecimiento de este beneficio mesiánico a Dios en el cielo.
La gente se preguntaban: “¿Quién es éste?”. Y  respondían: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”. Los peregrinos de la Diáspora y también los jerosolimitanos,
El Señor había realizado muchos prodigios en Jerusalén, mucha  gente sencilla y humilde, le había escuchado proclamar la Buena Noticia,  pero también otros querían matarle.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

La entrada jubilosa en Jerusalén constituyó el homenaje espontáneo del pueblo a Jesús, que se encaminaba, a través de la pasión y de la muerte, a la plena manifestación de su realeza divina.
Aquella muchedumbre que  le aclamaba, no podía comprender lo que  sucedía en esa manifestación gloriosa;  pero quienes hoy estamos reviviendo la entrada triunfal de Jesús,  sí podemos comprender su sentido y su profundidad. Venir con palmas en las manos y proclamarle públicamente nos compromete a ser de verdad discípulos de Cristo Jesús, nuestro Rey, y a trabajar porque su Reino sea una realidad en nuestra comunidad.
La gente de Jerusalén ve un espectáculo un tanto sorprendente, a algunos les parece ridículo: que los galileos aclamen como líder a  un carpintero, y más aún que sin pensar en las consecuencias del nombre que le dan, le llamen Mesías, como tantos otros y  como tantas veces.
Los paisanos de Jesús si sabían qué había hecho en su tierra y con su gente; ellos estaban convencidos que era Alguien diferente a los  falsos mesías que habían querido impresionar. Lo conocían y lo aclamaron con  valentía. Nosotros lo conocemos. Él es nuestro Hermano y Salvador. Desde nuestro  bautismo somos sus Hermanos. ¿Qué tan seguros estamos de lo que Él es y puede hacer en nuestra vida?  ¿Cómo haremos que quien nos escuche aclamarlo como nuestro Rey quiera seguirle y se disponga a vivir en su amistad?  No se trata solo de cantar, de ir en procesión, sino de extender con alma vida y corazón  su causa y vivir los valores del Reino que Él vino a instaurar: la justicia, la paz, el amor, el perdón, la alegría y la misericordia…
Los escribas, los doctores, los sacerdotes, vieron en Jesús , un hombre  peligroso,  un predicador dudoso, de doctrina y costumbres nada ortodoxas. Llamó la atención por presuntas curaciones, tenía  discípulos; se presentó  en el Templo, le aclamaron  como Mesías y creían que el caso se les iba de las manos, provocando la reacción de los romanos. Querían acabar con Él.
¡Cuántas personas y con qué facilidad se manifiestan contrarias al Evangelio, a la manera de pensar, de sentir y de obrar de Cristo Jesús!. Sus enemigos son ahora tan peligrosos como lo fueron los que estaban en su contra, y podemos decir que más aún, porque se disfrazan de una indiferencia y de un descarado relativismo. ¿Qué hacemos ante esos ataques contra Cristo, nuestro Rey? ¿Cómo reconocemos su señorío en nuestra vida personal y comunitaria?
Los discípulos creían  que había llegado el triunfo definitivo del  Mesías, que se instalaría en el Templo, que el Altísimo lo respaldaría con algún prodigio cósmico, que los doctores y los sacerdotes se postrarían ante Él y que los romanos se irían  expulsados. Veían la posibilidad de que comenzara el Reinado de Israel sobre las Naciones y que vinieran a adorar a Dios en su santo Templo.
El Mesías sabía bien que entraba para morir, y que la muerte, no las aclamaciones, lo llevarían al triunfo, su triunfo, el triunfo del Padre, que lo envío al mundo para salvarlo.
Nosotros  celebramos esta fiesta como un triunfo davídico, con palmas y cánticos de gloria, ¿Pensamos lo que fue para Él  entrar a Jerusalén, consciente de que iba a  morir, por nosotros, porque su guerra era no contra los romanos, sino contra el pecado que no deja que se instaure su Reino? ¿Qué tan conscientes somos de lo que nos pide vivir la instauración de ese Reino en nuestro ‘aquí y en nuestro ahora’?

III. ORAMOS:

Dios Bueno, tu Hijo llegó  montado  en un asnillo y dio ejemplo de humildad entre los aplausos del pueblo, que acudió a recibirle. Hubo cantos de alabanza, toda una proclamación, pero qué lejos estaba esa multitud de comprender su mesianismo. ¡Qué diferentes son nuestros pensamientos a los tuyos! ¡Cuánto nos atrae la gloria vana y que difícil nos es entender tu pedagogía, la cruz, el dolor, que tienen un sentido redentor!
Concédenos esta Semana Santa vivir paso a paso el camino de Cristo Jesús hacia  Jerusalén. Que  comprendamos cómo hacer presente  su  Reino, para prolongarlo en nosotros mismos y en todo los que nos rodean. Que la humildad que Él vivió  sea nuestro  distintivo; que nos esforcemos… queremos seguirle y  comprometernos para vivir y hacer que se vivan los valores evangélicos en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestra Patria, en todo el mundo.  ¡Así  sea!

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