Escuchar este evangelio nos puede parecer extraño. Pocas veces resultan las palabras de Jesús tan ajenas a cuanto nos ocupa a diario; las sentimos alejadas de nuestras preocupaciones normales. ¿A quién de nosotros le interesa la destrucción del templo de Jerusalén, un acontecimiento que ocurrió hace más de dos mil años? ¿O quién hoy cuenta con un fin del mundo inminente?
También es verdad que no faltan voces que anuncian próximas catástrofes, que ven las actuales dificultades como un mal presagio. Siempre hay alguien que piensa que no estamos bien, que estaremos peor. Pero semejantes predicciones no nos convencen: tan habituados estamos a que mañana sea como ayer, tan convencidos de que ya lo hemos visto todo; por eso no esperamos algo nuevo. En resumen, ni tememos algo peor, pues ya vivimos suficientemente mal; ni deseamos lo mejor, pues hemos aprendido a contentarnos con que no nos vaya mal del todo. Y es que para no inquietarnos, hemos dejado de esperar. No era así en tiempos de Jesús, ni en los inicios de la iglesia: ellos, Jesús y los primeros cristianos, vivían convencidos de que el fin del mundo estaba por venir y temían el día del juicio universal. Eran ya fieles, pero esperaban, y temían, ser confirmados como tales.
SEGUIMIENTO:
Como algunos hablaban del Templo, de cómo estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo:
«De esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.»
Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?»
Él dijo: «Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: `Yo soy' y `el tiempo está cerca'. No les sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no se aterren; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.»
Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo.
«Pero, antes de todo esto, echarán mano de ustedes y les perseguirán, les entregarán a las sinagogas y cárceles y les llevarán ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio.
Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios.
Serán entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de ustedes.
Todos los odiarán por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza.
Con su perseverancia salvarán sus almas.
LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
Una ingenua observación de los discípulos, mientras recorrían el Tempo (Lc 21,5), ocasiona un duro e inesperado discurso de Jesús (Lc 21,36). Era más que lógico que unos galileos, recién llegados a Jerusalén, se quedaran sin palabras ante la monumentalidad del Templo, y eso que aún estaba en construcción… Cuando lo cuenta Lucas, la caída de Jerusalén y la ruina del Templo, ya han ocurrido. Para sus lectores las palabras de Jesús tienen la fuerza de los hechos, son parte de su experiencia.
Jesús tiene un modo diverso de 'mirar' las cosas: no se fija en la apariencia de este mundo, por impresionante que se nos antoje, sino en si tiene porvenir (Lc 21,6); contempla la realidad desde Dios. La reacción de los oyentes es explicable; se preocupan por el «cuando» y el «cómo»; quieren conocer cuándo sucederá, qué señales les advertirán de que está por ocurrir (Lc 21,7). Sin darles respuesta, Jesús les adelanta tres circunstancias:
Primero, dice, al 'último día' precederán pretendidos mesías y falsos profetas que agitarán a los creyentes anunciando guerras y revoluciones, hechos que no serán el final, sino su precedente (Lc 21,8-9).
Segunda: La situación se hará, espantosa: el mal reinará en la tierra, donde los discípulos serán perseguidos "por su causa", no por ser malos sino por serle fieles; será el tiempo del testimonio extremo, durante el cual Cristo será su 'abogado' (Lc 21,10-15).
Tercera: Por último, la división y el desamor triunfarán, al parecer, sobre los probados creyentes; incluso sus más allegados, los seres más queridos, los odiarán, los traicionarán y matarán. Entonces, solo entonces, habrá llegado el tiempo definitivo, la perseverancia, a la que anima Jesús comprometiéndose a que no perderán, no ya la vida, sino un solo cabello de sus cabezas. Hasta en lo más nimio serán cuidados por Dios ese 'día' (Lc 21,16-19).
El evangelio de hoy no debe aterrizarnos, aunque tengamos que tomarlo en serio: por más mal que estemos, por peores males que suframos o temamos, Dios cuida de nosotros hasta de lo superfluo e insignificante; todo lo que somos o tenemos le interesa y todo será salvado..., si le somos fieles, incluso cuando nos traicionen nuestros seres más queridos.
II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Probablemente Jesús se encuentra en los atrios del templo, considerado el sitio señalado para los dones votivos. Lucas no especifica quiénes son los oyentes, es dirigido a todos, universaliza el discurso escatológico. Este puede referirse al final de los tiempos, pero también al final de cada persona, del propio tiempo de vida. En común está el encuentro definitivo con el Señor resucitado.
Jesús introduce un lenguaje de desgracias (17,22; 19,43) y vuelve a repetir las admoniciones de los profetas con respecto al templo (Micheas 3,12: Jer 7,1-15; 26,1-19). Es también una consideración sobre la caducidad de toda realización humana, por más maravillosa que sea. La comunidad lucana ya conocía la destrucción de Jerusalén (año 70). Su templo era el edificio más imponente y magnífico de toda la ciudad; orgullosos por tener a Dios entre ellos, no habían parado de embellecerlo durante siglos. Jesús estaba seguro de su ruina futura. Como así sucedió.
Consideremos nuestra conducta ante las cosas que perecen con el tiempo. Los oyentes de Jesús estaban interesados ante los sucesos que caracterizaban esos acontecimientos. ¿Cuál es nuestra actitud ante el final, ante la destrucción? ¿Qué pensamos? ¿Cómo esperamos el futuro?
Jesús no responde a esta específica pregunta. El “cuándo” no lo coloca Lucas en relación con la destrucción de Jerusalén; subraya que “el fin no es inmediato” (versículo 9) y que “ antes de todo esto...” (v. 12) deberán acontecer otras cosas.
Nos interroga sobre la relación entre los acontecimientos históricos y el cumplimiento de la historia de la salvación. Los tiempos del hombre y los tiempos de Dios. Él dijo: Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre. El tema de la VIDA ETERNA, es un tema fundamental para los cristianos,
La comunidad de los primeros cristianos está superando la fase de un regreso próximo del Señor y se prepara al tiempo intermedio de la Iglesia. Jesús recomienda no dejarse engañar o mejor, no ser seducidos por impostores. Hay dos tipos de falsos profetas: los que pretenden venir en nombre de Jesús diciendo “soy yo” o los que afirman que el
tiempo ha llegado, que ya se conoce la fecha (10,11; 19,11). También los acontecimientos bélicos, y la acciones terroristas, no son principio del fin.
¿Dónde está la Buena Noticia en este discurso escatológico? No nos dejemos arrastrar por las convulsiones exteriores, sino vayamos al interior del texto que nos preanuncia y prepara para el encuentro con el Señor.
Todo esto sucede, pero no es la señal del final (Dn 3,28). Lucas quiere prevenir la ilusión del final inminente de los tiempos con la consiguiente desilusión y abandono de la
fe. Entonces les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino,
¿Qué sentimientos me embargan: angustia, espanto, seguridad, confianza, esperanza, duda...?
El cristiano está llamado a conformarse con Cristo. Me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros. Lucas tiene presente la escena de Pablo delante del rey Agripa y del gobernador Festo (Act. 25,13-26,32).
¿Puedo hacer una conexión entre estos hechos y los sucesos históricos que estamos viviendo?
Llega el momento de la prueba. No necesariamente bajo forma de persecución. Santa Teresa del Niño Jesús ha sufrido por 18 meses, desde el descubrimiento de su enfermedad, la ausencia de Dios. Un tiempo de purificación que prepara al encuentro. Es la condición normal del cristiano, la de vivir en una sana tensión, que no es frustración. Los cristianos están llamados a dar testimonio de la esperanza de la que están animados.
¿Amamos lo que esperamos y nos conformamos a sus exigencias?
Llega también el momento de poner la confianza total en Dios, sólo Dios basta. Es aquella misma sabiduría con la que Esteban refutaba a sus adversarios (Act 6,10). El creyente Dios le da la capacidad de resistir a la persecución. Es muy importante acrecentar la confianza en que Dios nos protege en los momentos de prueba. Está garantizada también al creyente la custodia de su integridad física.
¿Cómo reacciono en las pruebas y qué tanto confío en Dios?
¿Qué lugar tiene Jesús hoy en la historia?
La victoria final es cierta: el Reino de Dios será instaurado por el Hijo del hombre. Es necesario ahora ser perseverantes, vigilantes y estar en oración (v.36 y 12,35-38). La manera de vivir de nosotros, los cristianos, debe ser signo del futuro que vendrá para quienes nos traten, nos vean, nos escuchen.
III: ORAMOS nuestra vida desde este texto
Dios bueno, nuestro mundo rechaza a Jesús, y a su evangelio; no quiere compromisos contigo, ni siente la necesidad de ser salvado. Pareciera que no espera un porvenir; ni que le interese empeñarse en la construcción de tu Reino, reino de amor, de paz y de justicia.
Haznos comprender que no te tenemos en un lugar, sino que Tú nos tienes, que Tú estás con nosotros y nos propones hacer de este mundo, el nuestro, familia, comunidad cristiana, lugar de trabajo o estudio, y todos nuestro espacios, ‘templos vivos’. Que no nos espante que viene a menos todo lo que se opone a tu Plan de Salvación. Sabemos que no quieres inquietarnos con un final horrendo y que no vas a destruir el mundo, en el que estás presente. Que entendamos que la constancia es el medio para alcanzar la salvación. No queremos perderte para siempre, sino vivir en tu amistad y en armonía con quienes nos rodean, para empezar a gozar ya el cielo que nos tienes preparado. ¡Amén!
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