Los versículos de este domingo constituyen la conclusión del cap. 6 del Evangelio de Juan, en el cual el evangelista presenta su "teología eucarística".
Su conclusión es el culmen de todo el capítulo. Esta Palabra nos hace ir cada vez más profundamente al centro del mensaje: Desde la multitud que aparece al principio, hasta llegar a los Judíos que discuten con Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, y más todavía a los apóstoles, a ‘los doce’ y particularmente a ‘Pedro’, quien representa a cada uno de nosotros, solos, cara a cara con Jesús.
Aquí brota la respuesta a la enseñanza de Jesús, a su Palabra sembrada tan abundantemente en el corazón de los oyentes. Aquí se verifica, si el terreno del corazón produce espinas o cardos, hierba verde, que se convierte en espiga y después grano bueno de la espiga que dé frutos de vida eterna.
Seguimiento:
60. Cuando oyeron todo esto, muchos de los que habían seguido a Jesús, dijeron: “¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién puede sufrirlo?
61. Jesús captó en su mente que sus propios discípulos murmuraban, y les dijo:
62. “Les desconcierta lo que les he dicho. ¿Qué va a ser entonces, cuando vean al Hijo del Hombre subir al lugar donde estaba antes?
63. El Espíritu es quien da vida. La carne no sirve de nada. Lo que yo les he dicho es Espíritu y Vida.
64. Pero hay algunos de ustedes que no creen.” En efecto. Sabía Jesús desde el principio quienes eran los que no creían y quien era el que lo iba a entregar.
65. Agregó. ¿No les he dicho que nadie puede venir a mí si mi Padre no le ha concedido esta gracia?
66. A partir de este momento muchos de sus discípulos dieron un paso atrás y dejaron de seguirlo.
67. Jesús preguntó a los doce: ¿”Acaso ustedes también quieren dejarme?
68. Pedro contesto: “Señor, a quién iremos. Tú tienes palabras de Vida Eterna.
69. Nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.
LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
En el versículo 60 encontramos un juicio por parte de algunos apóstoles de la Palabra de Señor y, por tanto, contra el mismo Jesús, que es el Verbo de Dios.
Dios no es considerado como un Padre bueno, sino como un patrón duro con el cual no es posible dialogar (Mt 25, 24).
Del versículo 61 al 65: de este capítulo 6 de San Juan vemos que Jesús desenmascara la incredulidad y la dureza del corazón de sus discípulos y revela sus misterios de salvación: su Ascensión al cielo, la venida del Espíritu Santo y nuestra participación en la vida divina.
Estos misterios solamente pueden ser comprendidos a través de la sabiduría de un corazón dócil, capaz de escuchar y no con la simple inteligencia humana.
En el versículo 66 encontramos una traición por parte de muchos discípulos, que no fueron capaces de aprender la sabiduría de Jesús. En vez de volver la mirada al Maestro, le vuelven la espalda; interrumpen su comunión con Él.
Jesús habló con los Doce, con sus más íntimos, y los coloca ante la elección definitiva y absoluta: quieren permanecer con Él o se marchan (Versículos 66 y 67).
Pedro responde por todos y proclama la fe de la Iglesia en Jesús, como Hijo de Dios; al creer en Él confiesa creer en su Palabra, que es la verdadera fuente de Vida.
La Palabra del Señor es lámpara aún encendida cuando llega la noche, y es luz que ilumina mis noches y guía todos mis pasos (Sal 119, 105).
La Palabra del Señor da la salvación: "¡Mi lengua canta tus palabras, Señor!" (Sal 119, 172).
El Señor nos conoce en lo más profundo, Él sabe, Él escruta, Él nos ha creado (Sal 139), nos ha elegido desde toda la eternidad (Pr 8, 23).
Conoce el corazón y sabe lo que hay dentro de cada hombre (Jn 1, 48; 2, 25; 4, 29; 10, 15).
Pero, ante su mirada, ante su voz que pronuncia el nombre de cada uno, ante su llamar insistente (Ap 3, 20), ¿cómo reaccionamos? ¿Qué decisiones tomamos? ¿Qué respuesta le damos? ¿Tal vez comenzamos a murmurar, también, a traicionarlo, a alejarnos y a olvidarlo?
"El espíritu es el que da vida". ¿Abrimos nuestro corazón, nuestra mente, toda nuestra persona a la Presencia del Espíritu Santo, a su soplo, a su fuego, a su agua que brota hasta la eternidad?
¿Nos ponemos en relación con él, nos hacemos amigos de aquellos personajes de la Biblia que confiaron plenamente su existencia a la obra del Espíritu Santo?
En este fragmento Juan presenta la palabra del Señor como punto de encuentro, lugar de cita con Él; ella es el lugar de la decisión, de las separaciones cada vez más profundas de quienes estaban con Él,
La Palabra de Dios es el mismo Cristo en Persona, ¡es el Señor!. Toda la Biblia, página tras página, es una invitación a estar con Jesús.
El encuentro con Él no puede ser casual, superficial, o esporádico, sino intenso, pleno, constante, ininterrumpido; es como el encuentro del esposo y la esposa; el Señor mismo ha comparado su amor por la humanidad con el amor esponsal.
Si lo escuchamos de manera atenta y pronta, ninguna de sus palabras caerá en el vacío (1 Sam 3, 19); lo escucharemos con el corazón (Sal 94, 8; Bar 2, 31); y esta escucha nos llevará a la obediencia (Mt 7, 24-27; St. 1, 22-25); a decidirnos por Cristo y su Palabra.
En el libro del Éxodo, de los Números o en los Salmos, encontramos que el Pueblo del Señor llora, se lamenta, se enfada, murmura, se cierra en sí mismo, se va, muere (Ex 16, 7ss; Num 14, 2; 17, 20ss; Sal 105, 25); lo encontramos como un pueblo que pierde la esperanza, pero a pesar de sus limitaciones encontraba en Dios su fuerza, Él era su fortaleza y su razón para seguir adelante.
MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
"Esta palabra es dura: ¿quién la puede escuchar?".
¿De verdad la palabra del Señor es dura o más bien es duro nuestro corazón que se encierra en sí mismo y no Lo escucha?
Nos ponemos delante de un espejo y vemos reflejada nuestra verdad, nuestro ser y nuestro obrar frente a lo que Dios nos dice, lo que espera que hagamos o callemos…
¿Qué clase de discípulo soy yo? ¿Quiero aprender cada día en la escuela de Jesús sus enseñanzas, que no son doctrina de hombres, sino sabiduría del Espíritu Santo?
"Todos serán enseñados por Dios" (Is 54, 13; Jer 31, 33ss), repiten de diversos modos los profetas, indicando que la única ciencia verdaderamente necesaria es la relación de amor con el Dos Padre, la vida que Cristo Jesús ofrece a quien está en comunión con Él.
Pero, ¿quién es mi Maestro? ¿Soy también del grupo de discípulos que continúan pidiéndole a Jesús: "Señor, ¡enséñanos a orar!”? (Lc 11, 1) O soy como aquéllos que fueron tras del Maestro y le preguntaron: "Maestro, ¿dónde vives?" (Jn 1, 39), Somos de los que quieren estar con Él o tal vez, soy como María Magdalena, que continúa repitiendo aquel nombre, incluso después de las terribles experiencias de muerte y de aniquilación: "¡Maestro!" (Jn 20, 10)?
Juan refiere a los discípulos: acciones muy concretas en su relación con Jesús: “lo escuchan", "murmuran", "les escandaliza", "no creen", "lo dejan ". ¿Cuál es mi actitud frente a Él?
En estos versículos Juan habla de un misterio muy profundo, que encierra en el verbo "ir" y "venir" refriéndose a Jesús y a sus seguidores..
¿Qué actitudes tomo frente a Jesús? ¿Cómo es mi relación para con Él? Me sigue diciendo, como dijo a los suyos: "Vengan a mi" (v. 65), (v. 66), "quieren irse?" (v. 67), o como Pedro le confesamos que Él es nuestra razón de ser y hacer: ¿Señor, “a quién iremos?" (v. 68)
Me acerco a Jesús, a Pedro, a Pablo, o a los otros apóstoles y evangelizadores de los que nos habla el libro de los Hechos de los Apóstoles y me pregunto': ¿Qué puesto ocupa en mi vida de cristiano, el Espíritu Santo? Si Él da vida, mi ser, vivo o muerto, depende de él, de su presencia en mí, de su acción; quizás debería profundizar e intensificar la relación con el Espíritu del Señor…
La respuesta de Pedro, que en realidad es la afirmación de su fe y de su adhesión al Señor Jesús, es una manera de ser feliz: "¡Señor, yo no iré a nadie más, sino solamente a Ti!;
¿Siento también el deseo de vivir con Jesús? ¿Cómo respondo cada día, cada momento, en las situaciones más diversas de mi vida, en mi ambiente, ante las personas, a la invitación que Él me hace: "¡Ven a mí! ¡Ven y sígueme!"? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué pasos sigo?
En estos versículos tan densos y llenos de riqueza espiritual se abre un camino de luz, trazado por el Señor Jesús y casi escondido. El punto de partida está en la escucha verdadera y profunda de sus palabras y en la acogida de las mismas; de aquí a la purificación del corazón, que de corazón de piedra, endurecido y cerrado, se convierta, por la ternura del Padre y la acción del Espíritu en un corazón de carne, maleable, al cual Él puede herir y plasmar, que puede tomar entre sus manos y hacerlo suyo.
He recibido el Don, la gracia de vivir con Jesús, he escuchado la Palabra del Señor; ahora no quiero murmurar (v. 61), no quiero escandalizarme (v. 61), ni quiero dejarme ofuscar por la incredulidad (v. 64). No quiero traicionar a mi Maestro (v. 64), no quiero dejarlo.
¿Por qué me cuesta vivir en comunión con el Señor, hacer mía su Palabra y favorecer que su vivencia me haga más y más cercan@ a Él? ¿Por qué no sé dialogar con el Señor, por qué pierdo contacto con Él, con su Palabra? ¿Por qué murmuro contra lo que Él permite que me suceda? Él sigue siendo el padre que puede y quiere acompañarme también en el desierto de mi vida diaria y me prepara una mesa, para que coma y me sacie de Él y de lo suyo (Sal 77, 19).
ORAMOS nuestra vida desde este texto
Padre Bueno, como Simón Pedro sabemos que solo tu Hijo Amado tiene Palabras de Vida. Nos confesamos sus discípulos. Tu Espíritu Santo sostenga nuestra decisión para que vivamos en comunión y favorezcamos que muchos hermanos también la vivan. Sólo Él tiene Palabras de Vida Eterna. Nosotros sabemos que Él nos las ofrece. Con María y como Ella nos comprometernos a vivir con Él ahora y siempre. ¡Así sea!
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