Jesús se presenta como quien “cumple la Ley”; declara que él es el cumplimiento de la Ley. El lector comprende las consecuencias de estas palabras: ‘sólo a través de Él, se puede entrar en el Reino de los cielos’; incluso el más pequeño de los mandamientos adquiere sentido a través de su persona. Es como decir que Jesús es la medida para entrar en ese Reino: cualquiera, pequeña o grande acción vale en la medida que es hecha por Él, con Él y como Él.
De ahora en adelante, la Ley, la enseñanza de los profetas, la justicia, adquieren su verdadera profundidad salvífica a partir del vínculo con su persona. En el Antiguo Testamento estas realidades se veían como separadas y diferentes entre sí: la Ley contenía la voluntad de Dios; la justicia expresaba el compromiso humano por observar los contenidos de la voluntad de Dios presentes en la Ley; los Profetas, exégetas de la Ley, eran los testimonios del cumplimiento de la fidelidad de Dios en la historia.
En la persona de Jesús estas tres realidades se unifican: encuentran en él su sentido y valor. Jesús declara abiertamente que ha venido a cumplir la Ley y los Profetas
Seguimiento:
17. Jesús les dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud.
18. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o como de la ley.
19. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos.
20. Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.
21. Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal.
22. Pero yo les digo: todo el que se enoja con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulta a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.
23. Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti,
24. deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.
25. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que se te entregue al juez, el juez al policía y te meta a la cárcel.
26. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
27. También han oído que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio.
28. Pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
29. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.
30. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.
31. También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio.
32. Pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio.
33. Han oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento.
34. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios;
35. ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey.
36. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos.
37. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más es del maligno”.
I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice.
No se puede pensar que Jesús cumpla las profecías, en el sentido literal) de la Ley y de los Profetas, sino, que Él vivió las enseñanzas de la Ley y de los Profetas. Pero, de modo particular, ¿qué significa “abolir”, “cumplir” las enseñanzas de la Ley y de los Profetas? La respuesta se presenta en dos niveles.
El primero mira hacia la enseñanza de Jesús, que no cambia los contenidos de la Ley y de los Profetas cuya función era didáctico-instructiva.
Mateo considera a los Profetas como los testimonios del mandamiento del amor (Os 6,6// Mt 9,13; 12,7). El que Jesús lleve al cumplimiento las enseñanzas de la Ley y de los Profetas puede significar que él los “manifiesta en su significado”, “los lleva a su completa expresión”, y excluye el significado de “invalidar”, “abolir”, “no observar”, “infringir”.
El segundo nivel implica el actuar de Jesús: ¿cambia o no la misma ley? En este caso cumplir la Ley podría significar que Jesús con su comportamiento añade algo que falta o bien lo lleva a cumplimiento, perfecciona las enseñanzas de la Ley. Más concretamente: Jesús en su vida, con su obediencia al Padre, “cumple” las exigencias que nacen de la Ley y de los Profetas; en definitiva, observa completamente la Ley.
Por medio de su muerte y resurrección Jesús ha cumplido la Ley. Pensamos que el énfasis se pone en el comportamiento de Jesús: con la obediencia y la práctica ha cumplido la Ley y los Profetas (Mt 5,19). Jesús que enseña la voluntad del Padre es el cumplimiento de la Ley. Jesús es el Hijo obediente del Padre (3,13-4,11). Aquí está el modelo de comportamiento que se pone ante nosotros en esta página del evangelio. Ciertamente el énfasis de este texto está en el cumplimiento de la Ley por medio de la obediencia, pero esto no excluye un cumplimiento mediante su enseñanza. No hemos de olvidar que a Mateo le es muy querida la unidad entre la práctica y la enseñanza de Jesús; es maestro en la obediencia y en la práctica.
Sin embargo la prioridad la tiene la praxis como se deduce de la amonestación que hace Jesús de cuidarse de los pseudoprofetas (7,20 “Por sus frutos los conoceréis.” Es interesante notar que Mateo utiliza este verbo cumplir, llevar a plenitud, sólo para Jesús: sólo él cumple la Ley, sólo su persona presenta las características de la plenitud. Aquí radica su autorizada exhortación, que para nosotros se convierte en un “envío”, una tarea de cumplir en plenitud la Ley: “Yo les digo…” (vv.18.20).
Jesús cumple la justicia. Este modo de cumplir la justicia se distingue de los modos como lo entienden y viven en el judaísmo; en Jesús se presenta un nuevo estilo de justicia: "Porque os digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraran en el Reino de los Cielos” (v.20). Los escribas son los teólogos y los intérpretes oficiales de la Escritura (5,21-48), los fariseos, en cambio, son los laicos comprometidos de aquel tiempo, atados excesivamente a las prácticas de piedad (6,1-18). La justicia practicada por estos dos grupos no es suficiente, no puede servir de modelo: ésta impide entrar en el reino de los cielos.
II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Los destinatarios de esta exhortación somos nosotros. Ciertamente la voluntad de Dios está relacionada con la Ley, pero es Jesús quien encarna un nuevo modo de poner en práctica la justicia. Jesús quiere una “justicia más grande”, ¿qué quiere decir esto? La de los escribas y fariseos está en relación con la justicia de los hombres; la justicia que Jesús predica, en cambio, exige una justicia más consistente, sensiblemente mayor a la practicada por el judaísmo. En qué consiste este “mayor” nuestro texto no lo esclarece de modo inmediato. Se hace necesario leer lo que sigue en la enseñanza de Jesús.
¿Estás abierta en mi vida la llamada de Jesús a una justicia más grande?
¿Soy consciente de no estar aún en la justicia plena? ¿Cómo puedo alcanzarla?
La radicalidad de la justicia predicada por Jesús. Él no enfatiza de modo radical algunos mandamientos de la Ley; más bien es primordial que sea el mandamiento del amor el centro de los mandamientos particulares. El “mayor” cuantitativo va encaminado a reforzar el aspecto cualitativo delante de Dios: el mandamiento del amor. La comunidad creyente es llamada a subordinar al mandamiento del amor, considerado como central, los numerosos mandamientos de la Ley. No hay tensión entre los preceptos particulares y el mandamiento del amor.
Las instrucciones de Jesús se hacen vinculantes en la línea con las enseñanzas legales veterotestamentarias. Para Jesús no hay ninguna oposición entre las prescripciones particulares de la Ley y el mandamiento del amor: se han de considerar en una relación armoniosa porque en esta relación conjunta nos viene ofrecida la voluntad de Dios.
¿Cómo ha de ser la relación entre los hermanos?
Jesús afronta el argumento de las relaciones fraternas. No basta circunscribir todo al compromiso del acto externo de no matar: "Han oído que se dijo a los antepasados: No matarás…” (v.21). Es indispensable romper esta normativa tan limitada, aunque también radical: ¡no matarás! El quinto mandamiento recomendaba el respeto a la vida (Ex 20,13; Dt 5,17). Ahora se propone una profundización o un horizonte completamente nuevo en el espíritu del decálogo. Si no se permite matar físicamente a una persona quiere decir que se permite hacerlo de otros modos: el odio, la ofensa, la maldad, el desprecio, la ira, la injuria.
En la perspectiva, completamente nueva, del Discurso de la Montaña cada falta de amor hacia el prójimo conlleva la misma culpabilidad del homicidio. De hecho, la cólera, la ira, el desprecio del otro, nacen de un corazón desprovisto de amor. Para Jesús no se infringe la Ley solamente matando, sino también con todas aquellas acciones que pretenden destruir o “frustrar” al otro.
¿Controlo los sentimientos negativos para con mi prójimo más próximo? ¿Pongo freno a la ira y a los enojos que no me dejan vivir cerca de Dios ni de mi hermano?
Jesús no trata la cuestión de quién está equivocado o quién tiene razón sino que quien “ofende al hermano o lo calumnia públicamente. El no reconoce valor al óbolo, al culto, a la oración y la misma celebración eucarística. Quien se ha separado del hermano también se ha separado de la relación con Dios.
¿Comprendo y vivo esta novedad en cuanto a la ley del amor? ¿Se buscar al que tiene algo contra mí? ¿Voy contra la susceptibilidad personal que me convence de que yo soy la víctima y con ese criterio justifica mi frialdad, mis distancias?
“Ve primero a reconciliarte”, sin aumentar la distancia. No es sólo cuestión de querer perdonar: es urgente reconstruir las relaciones fraternas porque el bien del hermano es el bien mío. Jesús dice: “Ve primero…” En primer lugar, antes de rezar, antes de dar, antes que el otro dé el primer paso, está el movimiento de mi corazón, de mi cuerpo hacia el otro.
¿Qué importancia le doy en mi vida diaria a la reconciliación con las personas que he roto en relaciones?
Dios nos hace justos, nos libera de la parálisis del pecado; una vez hechos libres ¿transmitimos recíprocamente esta liberación, practicando una justicia que no juzga sino que nos hace siempre abiertos a los otros, que, de hecho, crea para los otros espacios de un posible retorno a una vida auténtica?
¿Nos comprometemos a imitar la justicia de Dios, su gratuidad y su creatividad?
III. ORAMOS nuestra vida desde este texto:
Padre Dios, una vez más estoy aquí para pedirte me ayudes a comprender qué importante es el amor. Qué equivocado estoy cuando me detengo en prescripciones sin importancia y hago a un lado el amor, su vivencia, su proyección en mi vida personal y comunitaria.
Dame y danos a todos la fuerza de tu Espíritu para ser de verdad seguidores de tu Hijo. Que vivamos la alegría del amor que sabe de perdón, de reconstrucción, de generosa y pronta respuesta a las muchas necesidades de quienes tengo cerca. Que olvide las ofensas y las sane, que pida perdón cuando yo he sido la causa del distanciamiento. María, enséñanos a amar, como amó Jesús, tu Hijo, para que nuestra persona sea la prolongación de su infinito amor, en la medida de nuestros límites. ¡Así sea!
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