8 febbraio 2014

LECTIO DIVINA, V Dom, T.O. Ciclo ‘A’ - (Mt 5,13-16)

El texto de este domingo forma parte del Sermón de la Montaña y es como el punto de unión entre la proclamación de las bienaventuranzas y la presentación de la Ley por parte de Jesús.
El Señor quiere que comprendamos la misión que tenemos como personas y como comunidad: ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13-16).
La sal existe para dar sabor a la comida. La luz existe para iluminar el camino. La comunidad y en ella cada uno de los bautizados existimos para servir. Cuando Mateo escribió su evangelio, la comunidad vivía una situación muy difícil. Ellos observaban fielmente la ley de Moisés, pero eran expulsadas de la sinagoga. Ellos sabían que habiendo venido el Mesías, la ley de Moisés estaba superada”. Pero esta convicción causaba tensiones e incertezas. La apertura de unos parecía criticar la observancia de otros, y viceversa. Este conflicto generó una crisis que llevó a cada cual a encerrarse en su propia posición.
Algunos querían avanzar, otros querían poner la lámpara bajo la mesa. Muchos se preguntaban: "Al final, ¿cuál es nuestra misión?" Recordando y actualizando las palabras de Jesús, el Evangelio de Mateo fue para ellos y para nosotros hoy una ayuda:

Seguimiento:

13. Ustedes son la sal de la tierra y la sal se vuelve desabrida, con qué se le puede devolver el sabor? Ya no sirve para nada, sino para echarla a la basura o para que la pise la gente.
14. Ustedes son luz para el mundo. No se puede esconder una ciudad edificada sobre un cerro.
15. No se enciende una lámpara para ponerla debajo de uyn cajón. , sino para ponjerla en un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa.
16. Así pues, debe brillar su luz ante los hombres, para que ellos vean sus buenas obras, y den gloria al Padre de ustedes, que está en los cielos.

I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice.

Jesús habla con comparaciones, con metáforas para que sus oyentes comprendan lo que quiere decir.

1. “Ustedes son la sal de la tierra” (V. 13).
La sal tiene la doble virtud de estar en todo y de ser discreta: nadie habla de ella, a menos que haga falta o se haya echado en un platillo en exceso; la sal es, además, un buen conservante de los alimentos.
Cuando el Señor habla de la ‘sal de la tierra’ nos remite al mundo de la agricultura; en el oriente antiguo se agregaba sal al abono para darle más vigor, para hacerlo más fecundo.
La sal era usada para sazonar los alimentos y preservarlos de la corrupción. La sal también tenía una relación sagrada en los sacrificios: Echarás sal a todas las ofrendas. No omitirás nunca en la ofrenda la sal de la alianza de tu Dios. Todas las ofrendas llevarán sal. (Lv 13; ver: Ez 43, 24).
La sal en el Antiguo Testamento era símbolo de la Sabiduría y de la Ley; quizá haya que ver aquí la misión de los pequeños del Reino (ver Mateo 11,25), cuya misión es fertilizar el mundo con la praxis de Jesús: ‘sabiduría de Dios y plenitud de la Ley’.
El Evangelio contiene la verdadera sabiduría (sabiduría viene de sabor). El que encuentra esta sabiduría ha encontrado el verdadero tesoro, que se oculta a los sabios de este mundo y se les manifiesta a los pequeños.
Es la sabiduría de la cruz, que explica san Pablo en 1 Cor 1, 20ss. Cristo es fuerza y sabiduría de Dios. Podríamos decir: Cristo es la verdadera sal, que da la auténtica sabiduría. Donde no está Cristo, las cosas no tienen su verdadero sentido ni sabor.
Pero, ¡cuidado con la sal que el discípulo ofrece! Pues, puede hacerlo desde algo que no tiene sentido. Puede desvirtuar el Evangelio. Si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ya no sirve para nada, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres (v. 13).

2. “Ustedes son la luz del mundo” (v. 14)
La luz existe para los demás: se consume, da calor e ilumina a los que están cerca.
La luz es para alumbrar la vida y el camino de los que están en la casa; se coloca sobre un candelero; no se le esconde debajo de una olla. Su finalidad es, sobre todo, alumbrar. El cristiano tiene la misión de ser luz para los demás.
Cristo es la luz del mundo (Ver: Jn 8, 12). Y el bautizado recibe también el cirio encendido, símbolo de Cristo resucitado, con esta recomendación: Camina siempre como hijo de la luz, a fin de que, perseverando en la fe, puedas salir con todos los santos ale encuentro del Señor.
Para concluir, las imágenes de la “sal” y de la “luz” se traducen en su equivalente concreto: “sus buenas obras”. La comunidad no se proyecta en el mundo por vanidad, sino porque esa es su misión; la finalidad última es la “gloria” del Padre.
Al fin y al cabo, lo que se verá en todas las formas de actuación de los discípulos de Jesús –si es que es auténtico- no será el protagonismo personal (de individuos o comunidades) sino el de Dios: se descubrirá que detrás de todo Dios mismo está en acción, amando responsablemente como Padre que es. El rostro del Padre “que está en los cielos”, y por lo tanto invisible para los que estamos en la tierra, se descubre en el rostro de los hijos que honran el apellido que llevan.
El cristiano, por ser portador de la luz de Cristo, ha de dar testimonio, con sus obras y palabras, de la fe que recibió en el bautismo.
Brille su luz delante de los hombres... para que den gloria al Padre (v. 16). Lo bueno que el cristiano realiza tiene tal finalidad: que todos los que lo ven se animen a glorificar al Señor con su propia vida. La luz del cristiano ilumina el camino del Evangelio.

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

La idea de fondo en este texto evangélico es nuestra vida. La imagen de la sal que “se desvirtúa” (literalmente: “se vuelve insípida”), es símbolo de lo inutilidad.
En la Palestina antigua se arrojaba la basura en medio de la calle para tapar los huecos, mientras que la gente pasando la aplanaba. Esta comparación entre la sal y nosotros es una invitación para que personal y comunitariamente seamos activos, y aprovechemos el potencial que tenemos para no ser basura, sino para servir al estilo de Jesús..
El discípulo de Jesús ha de aprender, en contacto con Él, a saborear y sacarle jugo a la vida, para después enseñar a los demás. El Evangelio, bien entendido y vivido, da sabor a cada una de nuestras actitudes y actividades.
¿Sé lo que el Señor y los que viven conmigo esperan de mí, por ser su discípulo?
El cristiano está inmerso en los acontecimientos de la historia familiar, social, eclesial. No es alguien que se separa de la realidad. Ahí, metido en los sucesos diarios, ha de se ejercer su misión, siendo sal y luz.
¿Me intereso por lo que pasa o por lo que no pasa en mi ambiente?
¿Soy significativo para los que me rodean? Mi presencia dice que Cristo está ahí?
¿Mis palabras y actitudes sirven de referencia para quienes me tratan?
Con las imágenes de la vida cotidiana, sencillas y directas, Jesús hace saber cuál es la misión y la razón de ser de una comunidad cristiana: ‘ser sal y ser luz’. En los tiempos de Jesús, hacía mucho calor; la gente y los animales necesitaban la sal para no desidratarse.
Jesús evoca esta costumbre para aclarar a los discípulos y discípulas la misión que deben realizar. La gente iba consumiendo la sal que el abastecedor dejaba en grandes bloques en la plaza pública. Al final, lo que sobraba quedaba esparcido como polvo en tierra porque había perdido el gusto. “Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres”.
El cristiano está para “salar” la tierra, para dar sabor y sentido a la existencia humana.
¿Cómo realizo mi misión? ¿Qué tengo que cambiar en mi vida? Tal vez, en algunas ocasiones soy sal insípida y luz débil para los demás. Lo importante es significar para que quienes nos tratan se encuentren con Dios y sintiéndolo vivo y presente en sus vidas, realicen su vocación humano – cristiana.
La comparación es obvia. Cuando habla Jesús de la luz que se pone en el candelero se entiende que no se enciende una lámpara para colocarla bajo un celemín. Una ciudad situada en la cima de un monte no consigue quedar escondida. La comunidad debe ser luz, debe iluminar. No debe temer que aparezca el bien que hace. No lo hace para que la vean, pero lo que hace es posible que se vea. La sal no existe para sí. La luz no existe para sí. Y así ha de ser la comunidad: no puede quedarse encerrada en sí misma. “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."
Con estas dos imágenes audaces y sorprendentes Jesús dice qué piensa y espera de sus seguidores. Pide que la comunidad de los creyentes no se encierre en sus propios intereses, su prestigio o su poder. Si bien es un grupo pequeño en medio de la sociedad, ha de ser la “sal” que necesita la tierra y la “luz” que le falta al mundo.
Los sencillos entienden el lenguaje de Jesús. Sus discípulos se dan cuenta que tienen que contribuir para que la vida tenga sentido.
¿Somos una comunidad sal? ¿Qué tanto iluminamos a nuestro entorno?
¿Cómo nos ven? ¿Nuestra vida atrae? ¿Es señal? ¿De qué y para quiénes?
El Papa Francisco le pide a la Iglesia no se encierre en sí misma, ni se paralice por los miedos, alejándose de los problemas y sufrimientos. Él espera que ella dé sabor a la vida moderna y ofrezca la luz genuina del Evangelio. Su palabra de orden para todos los bautizados es: es “salgan a las periferias”.
Nos dice: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
¿Qué implica el ir a las periferias para mí? ¿Cuáles serían esos espacios a los que no voy por tantos motivos y sin embargo me están necesitando?
La llamada de Francisco se dirige a todos los cristianos: “No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos”. “El Evangelios nos invita a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”. El Papa quiere introducir en la Iglesia lo que él llama “la cultura del encuentro”. Está convencido de que “lo que necesita hoy la iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones”.
¿Qué importancia tiene para mí ‘encontrarme con el hermano, para que él encuentre en mí persona, en mis actitudes a Dios y viva es ‘encuentro definitivo que tano necesita para ser feliz?

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto:

Dios Bueno, te pedimos que nos hagas sal y luz. Que el Evangelio nos cuestione y nos haga vivir lo que Cristo Jesús nos dice para significar en nuestros espacios.
Te pedimos que haya muchos y muchas verdaderos discípulos que al conocer tu Misterio, lo vivamos con más conciencia. Que descubramos el valor de la sal y de la luz, aunque nos cueste para iluminar el desconcierto que se crea por la crisis de valores que vivimos. . No permitas que nos confunda el mundo con sus falsas propuestas. No dejes que nos acobardemos ante las exigencias de tu seguimiento. Que como tu Hijo, Jesús, nuestro Hermano, sepamos ir donde Tú nos estás esperando, para darnos vida, y dárnosla en abundancia, porque muchos la están necesitando y en la medida que se las demos, Tú nos la aumentarás para seguir dándola. María, haznos capaces de ser sal y luz con Cristo y como Él. ¡Así sea!



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