8 settembre 2018

Lectio Divina_Dom. XXIII T.O. - Marco (7,31-37)



El Domingo XXIII del Tiempo Ordinario describe una escena de sanación. Contemplamos a Jesús en el momento en el que hace salir a un hombre de su incapacidad de comunicarse. El gran Padre de la Iglesia, san Ambrosio, llama a este episodio y su repetición en el rito bautismal, ‘el misterio de la apertura’.
El evangelista Marcos ve la necesidad de dar detalles precisos sobre el sufrimiento del sordomudo. En el versículo 32 hace dos afirmaciones concretas sobre su situación: hablaba con dificultad y como no oía, se expresa con unos sonidos guturales, de los cuales no se conseguía captar lo que decía.
Especifica que hubo quien lo llevó ante Jesús, para que viendo sus limitaciones Él actuara y lo sanara.

Seguimiento:

31. Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
32. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él.
33. El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.
34. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effetá», que quiere decir: «¡Ábrete!»
35. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.
36. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibían, tanto más ellos lo publicaban.
37. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

En este evangelio hay signos y gestos con los que Jesús hace un milagro: abre los oídos del hombre que le llevaron, para que lo sanara y pudiera escuchar y hablar (7,33-35).

Jesús demostró que su caso le interesaba, que podía ocuparse de él para restablecerlo, dándole las capacidades que no tenía: escuchar y hablar. Para ello vio necesario separarlo de la multitud.

Llevándolo a solas, lejos del bullicio y en el silencio que brotó de una comunión íntima entre Él y el enfermo, obró a su favor.

Tal vez la multitud buscaba a Jesús solo para ver qué podía hacer, con expectativas milagreristas, porque querían a Dios por lo que hacía y no por lo que era para ellos.

Podríamos decir que fueron a Jesús con intereses funcionalista; no querían escuchar a Dios ni comprender su amor por todos y por cada uno.

Gracias a esta distancia, el sordomudo pudo escuchar a Jesús, y a través de su Palabra, conoció a Dios de una manera nueva, se encontró con Él.

Jesús hizo tres gestos simbólicos sobre el enfermo:
1. Le introdujo los dedos en los oídos para que se abrieran los canales de la comunicación.

2. Ungió su lengua con su saliva, para transmitirle su misma fluidez comunicativa que expresaba la riqueza que lleva dentro. Jesús le dio su propia comunicación, su capacidad de hablar desde el fondo del misterio.

Nos puede parecer extraño que Jesús colocara su saliva sobre la lengua enferma. Pero el significado es muy profundo. ¿De qué otra manera se podría describir la intensa identificación entre Jesús y el sordomudo?

El Señor quiso entrar en la vida de ese hombre, encerrado en su propio mundo, en su inercia, y lo sacó de sus limitaciones.

Le expresó su amor por él; el no poder escuchar ni hablar lo tenía bloqueado, encerrado en sí mismo; lo que Jesús hizo por el enfermo le demostró cuánto le interesaba que venciera todo lo que lo limitaba.

Empezó por sanar su sordera y luego su mudez. Quiso que escuchara y que pudiera hablar. A estos dos gestos, Jesús agregó todavía uno más: ‘Levantó la mirada hacia el cielo y se escuchó un gemido que indicó el sufrimiento que también sentía porque él no podía escuchar ni hablar.

3. Elevó sus ojos al cielo y suspiró. El suspiro de Jesús indicaba la plenitud interior del Espíritu Santo que estaba en Él. Estableció con el enfermo no solo una comunicación física, sino también espiritual y lo hizo parte de su oración.

Después de estos tres gestos simbólicos, Jesús entró en el mundo interior del sordomudo: el tacto, la saliva, y su mirada dirigida al cielo, con un suspiro, fueron un todo. Actuó con autoridad. Su palabra sanadora resonó con fuerza: ‘Effatá’… ‘Ábrete’.

Con este imperativo el Señor ordenó a la enfermedad se alejara de este hombre. El milagro se describe en tres pasos: En primer lugar la apertura: ‘se le abrieron sus oídos’. ‘Se soltó su lengua’, como si se desatara un nudo complicado que lo tenía imposibilitado para hablar, y él ‘pudo expresarse correctamente’.

El sordo mudo logró un excelente nivel de expresión. El texto dice que hablaba correctamente. 1º. Apertura, 2º. soltura de la lengua y 3º. capacidad de expresión.
La capacidad de expresión del sordomudo se volvió contagiosa. El mudo se volvió persona capaz de comunicarse. Se cayeron las barreras que no lo dejaban entrar en contacto con su entorno; la palabra se expandió como el agua que rompe el dique que la contiene.

La gente quedó maravillada. El evangelista lo describe con un verbo griego que literalmente significa “salir de sí mismo”. La admiración y la alegría se difundieron por los valles y las ciudades de Galilea. “Decían: ‘Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos’” (v.37).

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

El texto evangélico de este domingo se ubica en el rechazo de los fariseos hacia Jesús. Él curó a un sordomudo en tierra de paganos, la Decápolis – palabra que quiere decir: Diez ciudades. Esta quedaba al este del lago de Tiberíades.

El Señor abrió los oídos y la lengua de aquel pagano para que escuchara la palabra y para que pudiera alabar a Dios por el signo realizado. Los paganos reconocieron la presencia del Mesías.

La sordera y la mudez, en ese tiempo, eran consideradas como un castigo. El que sufría tal enfermedad era considerado un pecador. El sordomudo no conocía la Ley y Jesús se acercó a él para devolverle la salud corporal y espiritual.

Este hombre simboliza a las personas que tienen cerrados sus oídos a la escucha de la Palabra, y que al no escucharla, tampoco pueden responder con su lengua para proclamar las alabanzas al Señor.

Jesús no conoce fronteras geográficas, personales, materiales ni espirituales. El también hoy se interesa por los muchos sordos que no escuchamos su Palabra, o que escuchándola con los oídos externos, no la interiorizamos ni nos dejamos impactar por ella.

Actuando así, rompemos nuestro diálogo con Dios y con nuestro prójimo; no permitimos que su Palabra transforme nuestro interior, y por consecuencia, nuestra lengua se no desata en armonía y comunicación con Dios ni con nuestros hermanos. ¿Somos conscientes de nuestra situación? ¿Queremos vencer nuestra sordera y nuestra mudez?

El sordomudo se dejó conducir por sus amigos, que querían su bien. Los amigos suplicaron a Jesús que le ayudara. ¡Eran buenos amigos! Lo llevaron hasta Jesús y favorecieron entre los dos una comunicación muy profunda, que dio como resultado su salud.
¿Tengo amigos que como esos hombres me llevan a Jesús? ¿Me preocupo por quienes viven sin escuchar ni hablar con Dios? ¿Mi amistad es tan fuerte que hago lo posible porque sanen su sordera espiritual y puedan hablar con Él, dignificando y engrandeciendo su persona?

Marcos describe los gestos que Jesús hace con el sordomudo: - lo aparta de la gente; - quedan los dos solos; - mete los dedos en los oídos; - le toca la lengua con su saliva - levanta los ojos al cielo, - suspira, y exclama: ¡Effettha! ¡Ábrete!

¿Qué significan los gestos de Jesús para con ese hombre enfermo? ¿Qué me dicen sus actitudes? ¿A qué me invita esa expresión tan contundente: ¡Effettha! ¡Ábrete! ?

El evangelista nos describe todo el proceso de sanación espiritual, y nos dice que la gente quedó maravillada por lo que hizo el Señor:

- Se apartó de la gente. Para comunicarse con el Señor hace falta dejar a un lado las ocupaciones y preocupaciones. - A solas con Dios. Solo así podemos encontrarnos cara a cara con Él…

El sordomudo se dejó "tocar". Hubo una comunicación total entre el enfermo y el Maestro. Dejó que Él removiera todas las resistencias a la Palabra y a la nueva vida. Jesús tuvo la iniciativa y le dio la salud; - El paciente acogió, esperó, recibió; se abrió a la acción curativa de Jesús. – Así se pudo realizar el milagro.

¿Siento también la necesidad de dejarme curar por Jesús? ¿Qué actitudes mías me asemejan a este sordomudo?

La fuerza de la Palabra se manifiesta en este relato: Los oídos del enfermo se abrieron; la lengua se soltó y él, que no podía oír ni hablar, recuperó el lenguaje, como toda persona normal.

Quien se acerca a Jesús con fe, experimentará que todas las trabas: pereza, sensualidad, apatía, indiferencia, miedo, complejos, pecado.., ¡todo! se derrumba ante la acción poderosa y eficaz de su Palabra. ¿Favorezco que obre en mí y en lo que me impide estar en comunicación con Él, dejándome experimentar su amor?

“Todo lo ha hecho bien”. De la acción milagrosa del Señor hacia ese hombre brotó la contemplación, la admiración, la fascinación por las maravillas que realizó a su favor.

Si reconocemos nuestra pequeñez, si confiamos totalmente en la fuerza liberadora del Señor, vendrá como consecuencia la alabanza nuestra sanación. 

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto

Padre Bueno: Ayúdanos a vencer nuestra sordera y nuestra mudez. Que escuchemos lo que nos quieres decir con tu Palabra y con la palabra de quienes nos rodean. Haz que busquemos en ti la salud y que siendo curados, nos comuniquemos contigo y con nuestro prójimo. Danos la fuerza necesaria para hablar de Ti a quienes tenemos cerca; que no callemos las maravillas que has hecho en nosotros, a pesar de nuestras resistencias, porque nos amas y quieres que comuniquemos tu amor, ahora y siempre. ¡Así sea!

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