En este mes misionero, no quiero dejar pasar la oportunidad de compartir con Uds. el testimonio de una misionera de nuestra Inspectoría, que hace días ha llegado a nuestro país. La dejo a ella misma que se presente:
Queridas/os hermanas y hermanos, me llamo Natalia Maricoy soy Hija de María Auxiliadora, de origen humilde. El saber mirar a los demás con gran amor, el saber compartir el pan, lo aprendí de mi madre Blanquita y mi padre Benedicto que nos protege desde el cielo y de mis hermanos Marcos, Martín y Diego. Actualmente tengo dos cuñadas, dos sobrinos y tres sobrinas. A todos los quiero tantísimo, debo decir que mi hermano Martín cuida a mi madre y así, mi vocación no es solo mía, es de mi familia. El amor de mi familia me acompaña a donde voy, junto con el amor de Dios, por supuesto.
¿Cómo sentiste el llamado a la misión ad gentes?
Para
mí, escuchar el llamado a la misión ad
gentes fue decirle ‘SÍ’ de nuevo al Señor. Considero que ser misionera ad gentes es un llamado dentro del llamado
a ser Hija de María Auxiliadora. En verdad como respuesta a su gran amor que es
incalculable, incondicional por mí, por cada ser humano, le dije ‘Sí’, ‘Hágase
en mí’. Algunos tenemos la dicha de reconocerlo, de sentirlo, de vivir en su Presencia.
Todo en mi vida ha sido y es Gracia. Dios me habla de diferentes modos, primero
en mi interioridad, me habla de un
modo en que lo puedo seguir, muchas de las veces no lo entiendo, pero, aun así,
comprendo que debo seguir las pequeñas luces que me muestra como lo hizo San
José, que, sin comprender, con humildad y sencillez, solo seguía los signos que
le permitían caminar un poco más. Soy pobre, frágil, pecadora como todos, creo
que la diferencia pasa por reconocerme y entregarme a Él, para que me siga
amasando, para ser Su pan como Él.
Dios me habló también, a través de mis Hermanas y Hermanos; entre ellas, las Hnas. Ema Pizarro, Silvia Heit y Marisol Verna (misioneras ad gentes) con quienes sentí una gran sintonía y admiración; sintonía que no era mía ciertamente, sino un don de Dios, creo que todo es Don y Gracia. Siempre que pude compartir con ellas, esos encuentros me llenaban de esperanza en algo más. Del testimonio del P. Corti, Salesiano misionero italiano, que fue como mi Don Bosco en toda mi niñez y adolescencia, cuánto aprendí de él; sin duda el rezo cotidiano del Rosario y la Adoración Eucarística. Todos ellos me marcaron la fuerte opción por seguir a Cristo en los jóvenes y niños más pobres, donde el Señor me necesitara más.
¿Qué camino de discernimiento hiciste para tomar esta decisión?
Para
mí, el camino de discernimiento fue de años, aún más desde joven, siempre me
llamó la atención la entrega de la Madre Teresa de Calcuta. Recuerdo haber
compartido mi inquietud en mis primeros años de formación, pero me dijeron que
debía vivir el presente, sin embargo esa inquietud fue como una llamita, que
estaba siempre, a veces salía a la luz con más fuerza y a veces me parecía que
se apagaba, y que eso era para “los fuertes”, que yo no iba a poder. Siempre
sentía que Dios me invitaba pero yo no le respondía, porque solo me miraba a mí
misma, hasta que comprendí que el que te llama, te da las fuerzas; y que las
fuerzas las debo pedir cada día, para que todo sea de Él y para Él, porque cada
día constato mi debilidad y vivo en carne propia lo que decía San Pablo. “cuando
soy débil, entonces soy fuerte”.
El
año 2018 fue mi tercer año en la comunidad de Chos Malal, “Casa Misión María
Auxiliadora”, verdaderamente estaba feliz de lo que vivía y hacía, con buenas Hermanas,
con amigos y amigas, con hermosos jóvenes y niños que acompañaba, algunos
verdaderamente con necesidades de todo tipo. Y en ese contexto, cuando podría
decir que ya estaba “acomodada”, no porque vivía una vida sin sacrificios, sino
porque ya sabía cómo transitar esos caminos, decidí escuchar mejor al Señor y
le dije que Sí. Ese nuevo Sí, me implicó buscar qué más quería de mí El Señor;
eso me exigió comenzar un camino de mayor escucha y como consecuencia, de una
nueva decisión. Me acompañó la Hna. Marta Riccioli, mi Provincial y en su
acompañamiento sentí la presencia de María: sólo abrimos las puertas al Espíritu
Santo y Él nos guio. Otra persona muy significativa fue el P. Carlitos Pomar
que ya hacía algunos añitos me acompañaba, creo que la radicalidad evangélica
la aprendí de él, cuantas veces me dijo: “entregalo todo Nati, no te guardes
nada”. Necesitamos de adultos consagrados que nos demuestren y nos inviten a
vivir el Evangelio. Carlitos es como mi hermano, mi amigo y mi padre. También
debo decir que cuando le compartí a mi madre Blanquita, mi búsqueda, me dijo: “Si
el Señor lo quiere, que se haga su voluntad”; mi madre es la viuda del
Evangelio, ella me enseña a entregarlo todo.
Fue un año de discernimiento intensivo y juntas con la Hna. Marta, le escribimos a la Madre Yvonne Reungoat, que me respondió en marzo del 2019. Al poco tiempo, el 10 de julio dejé todo, mi tierra, amigos, amigas, mi familia que tanto amo, y me fui a Roma. Hice un año de preparación allá. El don siempre lleva consigo la muerte del grano de trigo, para ser un pan feliz, que se entrega. Mi tierra de misión ahora, es el Chaco Paraguayo y estoy en Argentina desde el 11 de octubre por la situación de la pandemia, hasta que pueda llegar a mi destino.
¿Cómo fue tu camino de preparación hasta que te comunicaron el lugar de tu
misión?
Viví
el tiempo del discernimiento de mi destino, en la Casa Generalicia de Roma con
otras nueve hermanas, de distintas partes del mundo, que tienen el mismo sueño.
Tuvimos tiempos de oración comunitaria y tiempos personales de oración-escucha.
Casi todos los días salía al jardín, mientras caminaba rezaba y le preguntaba
al Señor lo que quería de mí. Estudiamos en la Universidad Pontificia
Urbaniana. También ayudaba en servicios de la casa y antes de la pandemia, iba
al apostolado en San Egidio, para servir las cenas a muchos hermanos empobrecidos
que llegaban a comer.
Creo
que es muy fuerte la experiencia de interculturalidad. Aprendí el idioma
italiano y pude comunicarme con tantas Hermanas de otras lenguas de Asia,
Europa, África, todas entendiéndonos en profundidad, gracias a la lengua de
nuestros fundadores: eso para mí, es un verdadero milagro. Estoy muy agradecida
de todo lo que nos ofreció el Ámbito de las Misiones y la comunidad de la Casa
Generalicia, que nos acogió con tanta bondad.
Sin
duda, lo que me preparó fue la presencia de Dios a través de su Espíritu Santo,
ayudándome a despojarme interiormente de lo que había dejado exteriormente y
luego de mucho tiempo, para mi percepción, me lo devolvió interiormente en mi
corazón. Creo que es una verdadera experiencia de pobreza, de abandono. Hasta
que, el 4 de febrero la Madre Yvonne me llamó y me dijo mi nuevo destino. ¡Lo
recibí con tanta alegría! Me dijo: “te necesitamos en el Chaco Paraguayo, no
quisiera que cerraran las casas para los más pobres, y casi no hay personal
allá, te mando ahí”. Le dije que Sí. No pensaba volver a América, pero el Señor
siempre me sorprende.
Creo que les regalo la convicción de que vale
la pena animarse a escuchar al Señor, que vale la pena entregarle todo, que no
hay mayor felicidad que solo vivir de Él y para Él. Los que sentimos su gran
amor, no podemos no compartirlo; en mi caso quiero compartir como Él quiera, el
gran amor que me ha dado desde siempre, desde el seno materno. Quisiera que
todos lo conozcan, porque Él da la verdadera libertad interior, Él da el
verdadero sentido a nuestras vidas, Él nos da nuestra verdadera identidad de ser
hijos en el Hijo y al ser hija, soy hermana de todos. Junto con animarse a
escuchar, animarse a dejarse acompañar y no perder el tiempo, la vida es una
sola y el tiempo se pasa volando, pero podemos elegir cómo queremos vivir
nuestra vida, nuestro tiempo, que también es Don. Como dice nuestro amigo, el Papa
Francisco “no balconeemos la vida”, entreguémosla, esa es nuestra mayor
felicidad.
Y
como dice también él, siento que Mi vida es una misión”.
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