Lectio Divina
(Mc 3, 20-35), 10º. Domingo T.O. Ciclo ‘B’
Juan José Bartolomé, sdb
Jesús tuvo que enfrentarse desde los inicios de su predicación a la incredulidad y al desdén no sólo de sus enemigos, sino también de sus conocidos.
El evangelio no silencia el hecho, un tanto sorprendente, de que en un tiempo, la familia de Jesús tenía una opinión no muy buena de Él. Si sus enemigos pensaron que estaba endemoniado, ella creía que estaba loco.
Este hecho seguramente nos puede dejar perplejos, incluso hasta nos puede escandalizar, porque presenta una situación muy aleccionador, también para nosotros, los cristianos del siglo XXI. ¿Estamos preparados para vivir las críticas por el Reino de Dios?
Seguimiento:
20. Llegó Jesús a casa y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer.
21. Al enterarse su familia, vinieron para llevárselo porque se decía que estaba fuera de sí.
22. Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
23. Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: « ¿Cómo va a echar Satanás el mismo Satanás?
24. Un reino dividido internamente no puede subsistir;
25. ni una familia dividida puede subsistir.
26. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no subsistirá, sino que estaría perdido.
27. Nadie puede meterse en casa de un hombre fuerte, para llevarse violentamente su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá hacerlo.
28. En verdad les digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan;
29. pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás, sino que cargará con su pecado para siempre».
30. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
31. Llegaron su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
32. La gente que estaba sentada alrededor, le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
33. Él les preguntó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
34. Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos.
35. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
La tradición evangélica apenas menciona a la familia de Jesús a lo largo de su vida pública en Galilea, ni siquiera en la última semana de su vida.
Para nuestra sorpresa, en Mc 3,31-35 (cf. Mt 12,46-50; Lc 8,19-21), el texto más explícito, está de tal modo narrado, que señala una ruptura entre Jesús y sus familiares (3,20-21) y también entre sus enemigos (Mc 3,22-30). Se percibía un rechazo temprano, bien sea hacia Jesús como a su misión.
Así fue; unas personas manifestaban interés por la persona de Jesús (3,20), y otras, dejaban ver una tremenda frialdad para con Él.
Jesús contaba solo con sus discípulos, especialmente con los que llamó para que lo acompañaran y que después envió a realizar la misión; a ellos les fue compartiendo poco a poco sus enseñanzas y sus sentimientos.
El episodio se desarrolla en tres actos: en la primera escena, (3,20-21) aparece el tremendo rechazo para con Jesús; es difícil creer que Marcos haya inventado una anécdota tan dura, de no haberla encontrado en la tradición también en (cf. Jn 7,5).
En la segunda escena (3,22-30) Jesús se defiende de la acusación de connivencia con Belzebú (3,22.30) hablando en forma parabólico (3,23-27), que se cierra con una solemne toma de posición (3,28-29).
La tercera escena habla de la familia de Jesús (3,31-35). Marcos, que había recibido este hecho de la tradición, lo trabaja a su estilo, para introducirlo en su narración (3,32a.34a.35) y resaltar la postura de Jesús, quien, ante su misma familia carnal, declara tener ‘OTRA FAMILIA’, la que se forma con las personas que hacen la voluntad de Dios, y se convierten en su hermano y su hermana y hasta llegan a ser su madre (3, 35).
Jesús había regresado del monte de la trasfiguración, donde vivió una experiencia muy particular de cercanía con Dios, su Padre. La multitud lo necesitaba y se aglomeraba en torno a su persona.
Tenía una actividad muy agotadora, pero no le faltaban críticas muy severas. Decían que, «está fuera de sí», que «estaba poseído por el demonio» (3,21-22); y sus mismos parientes se permitían pensar así; los maestros jerosolimitanos, que se creían muy sabios en Israel, apoyaban esos juicios tan equivocados.
La familia veía que Jesús no tenía tiempo ni para comer (3,20); y los entendidos de la ley hicieron un diabólico diagnóstico, que encubría su malicia y su obcecación.
No era conocido ni por sus familiares, y los letrados, que creían conocer mejor las Escrituras, no lo comprendieron. Su familia fue sustituida por ‘creyentes verdaderos’, y los escribas condenados a no ser ya parte de ella.
Quien escucha la afirmación de Jesús, no tiene que despreciar a cuantos se oponen a Él con grandes argumentos, ni envidiar a sus familiares.
Si estamos con Jesús y escuchamos su palabra para hacer la voluntad de Dios, seremos sus discípulos y miembros de su Familia. Los hijos de Dios no nacen de la carne, sino de la voluntad de Dios y a ellos, Él los verá como hermanos, hermanas y como a su misma madre.
MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida
Jesús se encontró una oposición cerrada desde los inicios de su vida pública: los letrados, la gente sabia de su tiempo, los expertos en la ley de Dios, dijeron que tenía al demonio dentro y quienes eran sus familiares, lo pensaron ‘trastornado’. Ni unos ni otros evidentemente entendían lo que decía y mucho menos lo que hacía.
Parecerá imperdonable que los del Sanedrín creyeran que Jesús estaba endemoniado y que su misma familia lo tuviera por estar trastornado. Unos y otros vieron que Jesús era diferente a las demás personas, pero no comprendían cómo y por qué de sus palabas y de sus obras.
¿Qué pienso yo de Jesús y qué admiro en Él? ¿Me empeño por parecerme en algo, aunque me cueste?
Jesús estaba con los que lo tomaban en serio y con los que querían escucharlo; Él pedía que el Reino de Dios se fuera instaurando en ellos y con ellos; se distanció de sus familiares y de sus adversarios; de los primeros, porque creyeron que por los lazos de sangre que los unía al Maestro, podían juzgarlo; de sus adversarios, porque decían que Él estaba en complicidad con Satanás. Los dos grupos estaban lejos de Jesús y por ello, también lejos del proyecto de Dios Padre.
Su predicación era exigente y lo que hacía y decía no era comprendido por la mayoría. Lo veían y les admiraba el poder que tenía para curar y hacer obras fuera de lo normal, pero muchos se sentían incómodos ante Él y reaccionaban atacándole; no se explicaban lo que estaba haciendo y su reacción era ponerse en su contra, pero el radicalismo de Jesús les daba miedo e inseguridad.
Si somos de los que queremos instaurar el Reino de Dios, no será raro que no nos comprendan nuestros familiares, amigos y conocidos. Ser fieles al evangelio nos hará diferentes en cuanto a las actitudes y maneras de pensar de la gran mayoría. Si somos de Jesús, tenemos que como Él fue. Podremos probar el rechazo, la indiferencia y el desamor. ¿Estamos preparados?
El discípulo de Jesús sigue a quien los entendidos y practicantes de la ley calumnian y atacan, hasta llevarlo al calvario. El Maestro murió solo, sin ayuda de todas las personas que habían sido beneficiadas en alguna forma por Él. Ser fieles al Señor, hoy como ayer, pide superar el escándalo que su persona sigue suscitando también en nuestros tiempos y definirnos sus seguidores. El Espíritu está vivo en la comunidad, para que el evangelio se vuelva vida.
No tendría que maravillarnos que siguiendo a Jesús suframos el menosprecio y las burlas, la incomprensión y la maledicencia. Si Él no fue comprendido por su propia familiares y sus conciudadanos, ¿qué esperamos nosotros, en este tiempo y esta sociedad, cada día más y más lejana de Dios y de su voluntad?
Jesús dijo públicamente que sus familiares son aquellos que hacen lo que Dios, su Padre quiere que hagan, y llama su Familia a quienes lo siguen…. Muchos habían llegado a Jesús llenos de desconfianza y de pretensiones, con exigencias y con dudas, pero les fue haciendo comprender qué es vivir el Reino y qué se logra con el diario caminar hacia Él. Les prometió que Dios los atendería en la medida que se abrieran a lo que les pidiera. Quien creía que tenía derechos sobre Jesús por ser su pariente o su paisano, oyó de su boca: ‘Estoy con quien escucha a Dios y no se exime de hacer lo que Él pide.
No creamos que seremos escuchados solo porque hacemos oración; no esperemos que Él nos ayude mágicamente. Si somos miembros de la Familia de Jesús tenemos que comprometernos a vivir como Dios Padre quiere que vivan sus hijos. No nos escandalicemos ante la aparente severidad de Jesús para con su madre y sus hermanos; esas palabras son también para nosotros.
Nuestra cercanía con Jesús nos tiene que dar la seguridad de quién es Él y qué quiere que hagamos, como hermanos suyos. ¿Queremos ser la Familia de Jesús?
¡Cuántos dicen ser cristianos y ser de Jesús, pero no se esfuerzan por estar con Él ni escuchan su voz. La familia de Jesús se forma con los que son siervos de Dios, como María. Su grandeza, a los ojos de Dios, no fue ni su físico ni aún su maternidad divina, sino la capacidad que tuvo para seguir las inspiraciones del Espíritu y hacerlas vida.
No creamos que por estar bautizados somos ya la Familia de Jesús. Si queremos considerarnos familiares suyos, tenemos que ‘escuchar su voz’; escucharle, atenderle y cumplir la voluntad de su Padre, como María, su Madre, pide hoy como ayer, hacer de la voluntad del Padre, nuestra manera de vivir.
ORAMOS este texto desde nuestra vida
Dios y Padre nuestro: Queremos pedirte que como Jesús, tu Hijo, sepamos enfrentarnos a la incredulidad y al desdén de nuestro ambiente. Él pudo vivir así porque se dejó guiar por tu Espíritu y buscó siempre y en todo, ‘tu voluntad’.
Que no nos quite la paz el que los demás no tengan una buena opinión de nosotros, sino que nos interese encontrar la manera de ser y actuar como verdaderos hijos tuyos, siendo parte de tu Familia. Que María, que es su Madre y Madre nuestra, nos haga hermanos de su Hijo, empeñándonos en el cumplimiento de tu querer. ¡Así sea!
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