17 maggio 2018

LECTIO DIVINA_Pentecostés CICLO B (Jn 15, 26-27; 16,12-15)


Juan José Bartolomé, sdb

Los discípulos tuvieron que aprender a vivir sin Jesús Se alegraron por saberlo resucitado, pero los dejó. Había vuelto a la vida, pero no seguirían contando con su compañía. Su resurrección supuso para sus discípulos experimentar la soledad en un mundo hostil.
Esta inesperada y dolorosa experiencia fue mitigada por la seguridad de tener con ellos al Espíritu de Jesús, que lo había resucitado de entre los muertos. Ya no podrían acompañar a Jesús ni aprender de Él, pero los guiaría e instruiría el Espíritu de Dios, quien sería su abogado y su maestro. La Iglesia, comunidad de creyentes en el Resucitado, nace en ese momento de orfandad. Celebremos su nacimiento’.

Seguimiento:
26. «Cuando venga el Consolador, el Espíritu de la verdad que yo les enviaré y que procede del Padre, Él dará testimonio de mí;
27. Ustedes mismos serán mis testigos, porque han estado conmigo desde elprincipio.
12. Tendría que decirles muchas cosas más, pero no podrían entenderlas ahora.
13. Cuando venga el Espíritu de la verdad, los iluminará para que puedan entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y les anunciará las cosas venideras.
14. Él me glorificará, porque todo lo que les dé a conocer, lo recibirá de mí.
15. Todo lo que tiene el Padre, también es mío; por eso les he dicho que todo lo que el Espíritu les dé a conocer, lo recibirá de mí.»

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice

En el largo discurso de despedida, localizado en la víspera de la pascua y colocado al final de la última cena de Jesús, el evangelista Juan ha reunido una serie de enseñanzas, a modo de testamento de Jesús, quien sabiendo que llegaba el momento de su regreso al Padre, habiendo amado a los suyos verdaderamente.
El evangelista Juan presenta a Jesús preparando la noche de la Pascua; iba a dejar a sus amigos, y quería prepararlos, para que supieran vivir ese momento tan especial, pues El iba a morir y a resucitar, y en miras a esa gran verdad, ellos se quedarían con muchos quehaceres por realizar, bajo su protección.
Entre las tareas y las promesas que les dejó el Maestro, sobresalía la confirmación de que vendrá su Espíritu. Jesús anunció por cinco veces que vendría como abogado, capaz de permanecer con quienes fueron sus seguidores; siendo el Maestro, sería capaz de recordar y desvelar en profundidad lo que Jesús les había dicho una y más veces. Su misión sería poner de manifiesto el error del mundo; porque siendo el Espíritu de la verdad podía dar a conocer quien fue y qué vino a hacer Jesús a esta tierra.
Ese texto, aunque breve, no es homogéneo. Jesús afirma, primero, el envío del Defensor de la comunidad, que vendría como testigo suyo, y que convertiría a los apóstoles de compañeros en testigos suyos.
Jesús, enviado del Padre, fue quien enviaría a los suyos – como signo del poder que tuvo al resucitar – al Abogado que necesitaban para poder ser testigos.
Sin este Defensor la comunidad no podría entender a Jesús Resucitado, ni lograría convertirse en testigo suyo. Ella sabía que sin Jesús resucitado, no podría contar con el Abogado Defensor, que vendría a reemplazar a su Maestro, poniendo de manifiesto el error del mundo, pues al ser el Espíritu de verdad daría a conocer quien fue y qué misión vino a cumplir, como enviado del Padre Celestial.
En el texto de esta gran fiesta, Jesús anunció el envío de un Defensor de la comunidad y cómo venía a convertir en sus testigos a quienes habían caminado con El por casi tres años.
Jesús, el enviado del Padre, enviaría a los suyos – gracias a la gracia liberadora que le dio el haber venido a salvar lo que había sido dañado por el pecado desde el principio de este mundo.
En la segunda parte del texto (Jn 16, 12-15) la promesa no se centró ya en la presencia del Espíritu, sino en lo que El vino a ser y a hacer en la comunidad.
Superada la sorpresa que les causó el encuentro con Jesús Resucitado, los primeros creyentes vieron abrirse ante ellos un panorama antes nunca imaginado.
El Espíritu prometido les conduciría a la verdad: les haría a comprender lo que de Cristo Jesús habían escuchado y que les había dejado como tarea a realizar para la glorificación del Padre y del Hijo, con quienes formaba una Unidad completa en el amor.
Esa gloria radica en que los cristianos lleguemos a la verdad y vivamos la misión que ellos nos han dejado, con el Espíritu Santificador.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

La confrontación de la comunidad cristiana con el mundo fue inevitable. Los discípulos tuvieron que afrontarla sin Jesús con ellos. La persecución fue temprana y muy cruel.

En el evangelio, Juan dice cómo Jesús, antes de morir, dedicó una noche a anunciar a sus amigos que desaparecería físicamente y cómo llegaría su Espíritu, que vendría a llenar el vacío que sufrirían sus corazones, dándoles la fortaleza que necesitarían para cumplir las tareas que realizarían, a pesar de sufrir la terrible ausencia.
La presencia del Defensor daría sus frutos, haciendo de la comunidad ‘testigos de Jesús’, en un mundo que no los quería, sino por el contrario, se empeñaba en eliminarlos, porque habían estado con Cristo Jesús. Si el Espíritu no hubiera llegado, no tendrían la capacidad de ser testigos suyos.

También hoy vivimos el mismo desamparo que experimentaron los primeros discípulos, cuando Jesús se fue al cielo. Él no está junto a nosotros físicamente; sabemos que se ha ido junto al Padre. Como no lo vemos se nos hace difícil serle fieles. Queremos seguirle pero ser suyos y estar con Él nos cuesta mucho, y más servir a los hermanos, como nos pidió el Jueves Santo. Somos como aquellos y tenemos que rehacer nuestra vida para descubrir qué y cómo realizar la misión que nos ha encomendado, ‘aquí y ahora’.

El Espíritu de Jesús viene a consolar a la comunidad primitiva para que pueda superar la ausencia de Jesús, quien les envía un Defensor, que vino a ellos con una misión. El Defensor fue el don de Dios Padre y de Jesús Resucitado al cosmos, herido por el pecado. El Paráclito quiso que los creyentes recordaran, comprendieran, confesaran su fe en Jesús Resucitado.

No es espiritual una comunidad – un creyente – que no testimonie a Jesús como su Señor, movida por el Espíritu de Dios.

Si tememos hablar del Señor Jesús es porque vivimos sin su Espíritu; si no damos testimonio y vivimos desalentados, desprotegidos, en soledad; si no nos atrevernos a confesar a Cristo, y no gozamos del consuelo que el enviado del Padre y de Cristo, es porque no tenemos el evangelio como tarea ni vivimos su presencia.

Cristo no dejó sola a su Iglesia. Se fue de este mundo, pero le envió a su Espíritu, su Defensor, su Consolador, al Aliento Divino, quien lo sostuvo mientras estuvo en esta tierra, la Fuerza Divina que lo libró de la muerte eterna.

El evangelizador tiene al Espíritu de su Señor en su palabra: “Él - dirá san Agustín - con su inspiración, y ustedes con el ruido de su voz” hacen presente a Dios. Su presencia en este mundo tiene como objetivo primero dar a conocer a Cristo Jesús.

El Espíritu es don gratuito, la evangelización es obligatoria. Jesús ha resucitado y ha enviado su Espíritu al mundo para que quienes lo reciban, sean capaces de seguir evangelizado, como Él lo hizo en vida.

El Paráclito es nuestro Maestro y nuestro Guía; tenemos que tomar la Palabra de Dios, lo que Jesús dijo, como punto de partida y lugar de llegada. Jesús habló de todo lo que había oído del Padre (Jn 15,15) y ese tiene que ser nuestro discurso; el Espíritu fue guía de la comunidad y tiene que seguir siendo nuestro guía. Él viene a completar la obra de Jesús en nosotros, con nosotros y a pesar de nosotros.

Hablar, escuchar y anunciar son las tres acciones del Espíritu Santo. Su actuación tiene una relación con la del Hijo: Hablará de cuanto haya escuchado y anunciará lo que ha de venir. Entender sus palabras y comprender la última parte de la vida de Jesús es un don que Él concede a quienes envía su Espíritu.

Desean estar con Jesús quienes se dejan llenar por el Espíritu de Dios. Logra conocer a Cristo aquél que es habitado por la fuerza de Dios, libre y soberanamente. Poseer al Espíritu es gracia concedida, a quien lo testimonia.

¿Por qué nos privamos de esa presencia santificadora? ¿Cómo podemos asegurarla para nuestra persona, para los que amamos y tenemos con nosotros?
La llegada del Espíritu es una nueva etapa en la Historia de la Salvación, la que delimita entre la desaparición de Jesús y su regreso definitivo. Ni la comunidad ni el Espíritu son origen de la revelación, pero los dos y juntos, la sirven y perpetúan.

Comunidad cristiana y Espíritu de Jesús tienen el mismo objetivo en este mundo: ‘mantener viva la memoria de Jesús Resucitado, venciendo su ausencia con el recuerdo y la presencia sacramental que nos ha dejado en la comunidad cristiana’.

Saber que tenemos al Espíritu de Jesús nos hace cristianos y nos da una identidad, por lo que somos y lo que hacemos, para poder ir adelante, convencidos de que tenemos la victoria final sobre el mal y sus consecuencias, porque tenemos al Espíritu de Dios.

El verdadero creyente sabe que necesita luz en su inteligencia y fuerza en su voluntad para pensar y hacer lo que Dios quiere. Esa luz y esa fuerza solamente vienen de lo alto; el Espíritu Santo provee al cristiano de lo que necesita para caminar en la vida como verdadero cristiano y como auténtico ciudadano. La fe no puede separarse de la vida y la vida se convierte a la luz de la fe. ‘No el que dice: Señor, Señor, sino el que hace la voluntad de mi Padre ese es el que me honra’.

¿Somos de esos creyentes? ¿Nos empeñamos por llegar a ser verdaderos creyentes, dejando actuar al Espíritu de Dios en nosotros y en los que nos rodean?

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto.

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido,
luz que penetras las almas, fuente de mayor consuelo.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo.
Doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia; salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno … ¡Amén! ¡Aleluya!

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