Juan José Bartolomé, sdb
Vamos a comenzar el nuevo año litúrgico, ciclo ‘C’; nos guiará el evangelista San Lucas. Hoy celebramos la primera venida del Señor, anticipo de su definitiva y última venida; vivamos llenos de esperanza porque está cerca nuestra liberación. La Iglesia nos invita a vivir estas cuatro semanas que nos llevarán a adentrarnos en ‘el misterio de la presencia humanizada de Dios entre nosotros’.
Jesús habla de signos: el sol, la luna y las estrellas, de un tiempo en el que los hombres quedarán sin aliento, en el que se les vendrá el mundo encima y todos estos signos serán manifestación previa de la venida del Hijo del hombre. Él mismo nos advierte: “cuando empiece a suceder todo esto, levanten la cabeza y no tengan temor, porque se acerca su liberación”.
Seguimiento:
25. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas.
26. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se les viene encima, pues los astros se tambalearán.
27. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad.
28. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación.
34. Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, por la embriaguez Y por las vanidades de la vida.
35. No sea que ese día caiga de repente sobre ustedes,
36. Y como la trampa que se cierra; pues vendrá sobre todos los habitantes de la tierra. Estén despiertos y orando en todo tiempo. Así tendrán fuerza para escapar de todo lo que debe suceder, y podrán estar de pie delante del Hijo del Hombre.
LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
El ciclo litúrgico ‘C’ nos familiariza con Lucas, autor de un evangelio diferente al de Mateo, Marcos y Juan, dentro de las semejanzas que tienen, porque hablan de Jesús y de su Evangelio. Lucas 21,25-28 se mueve en el mismo ámbito de realidades que Mc 13,24-27, comentado hace dos domingos. Lucas menciona la angustia y del miedo de gente que corre enloquecida, del estruendo ensordecedor del mar, detalles que tiene el relato de Marcos.
El caos del final de la historia nos remite al de los comienzos (Gen. 1,2), cuando la Palabra de Dios introdujo armonía, belleza y bondad. Al final de las historia volverá a resonar esa misma palabra poderosa, pero entonces será la Palabra Encarnada, Jesús de Nazaret. Y se producirá armonía y bondad; lo que Lucas llama, ‘liberación’ (v 28).
La humanidad dejará de caminar bajo el yugo de sus injusticias, esclavitudes y angustias. Llegará la nueva creación. Hablando con propiedad, no será un final, sino la manifestación sin velos del porqué de la existencia. La esperanza liberadora no es pasiva, sino por el contrario, activa, de vigilancia y de preparación. Este es el punto que desarrolla Lucas en los vs. 34-36 y que constituye la novedad de este evangelio, que abre el ciclo ‘C’.
La esperanza final debe nutrirse de una actitud activa; de ahí la necesidad de evitar todo lo que nos impida tomar consciencia. Será preciso levantar la mirada y tener los brazos ágiles; lejos de un encerramiento en nuestra propia problemática, de un constante tropezar por no ver lo que sucede.
El texto se sitúa dentro del templo. Jesús estaba enseñando en la gran ciudad de Jerusalén. Lc 21,5-24 versa sobre la relatividad de la historia judía y ya el versículo 25 nos deja ver qué pasa entre los no judíos.
Las expresión ‘gentil’, ‘gente’, designan a toda persona no judía. Se distinguen dos partes. La primera es expositiva.
A la observación hecha por algunos sobre la belleza de este templo, Jesús contrapone el futuro de destrucción que le amenaza. Esta destrucción, sin embargo, no debe confundirse con la implantación definitiva y feliz del Reino de Dios, la cual estará precedida por un tiempo de protagonismo religioso no judío. En este punto entronca el texto de hoy; los dos primeros versículos describen un gigantesco cataclismo cósmico y el consiguiente pavor de la humanidad.
El cataclismo es calificado como temblor de las potencias celestiales. Sigue a continuación la descripción grandiosa, pero escueta, de la llegada del Hijo del Hombre, que pondrá fin a las dificultades y sufrimientos de los cristianos comprometidos: ‘Se acerca su liberación’. La descripción de la llegada del Hijo del Hombre está tomada también de un libro apocalíptico, el libro de Daniel. Por último, el texto se hace interpelativo: “tengan cuidado, estén siempre despiertos”.
La traducción litúrgica añade una tercera interpelación: “manténganse en pie”. El texto original dice: "Estén siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y poder así mantenerse en pie ante el Hijo del Hombre". Lo que está por venir no se refiere al cataclismo cósmico, sino al futuro de dificultad y de sufrimiento que le espera al cristiano comprometido.
Las dos interpelaciones van dirigidas a l0os cristianos y quieren ser una invitación a vivir con la atención puesta en el Reino de Dios por llegar y a no desfallecer a causa de las dificultades.
Ese estar en pie, ese estar vigilantes y despiertos es el mensaje fundamental de este tiempo de adviento. ¿Y cómo podemos vivir este tiempo de espera, de adviento? La segunda lectura, de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses nos responde. El apóstol de los gentiles dice que procedamos, que actuemos conforme a lo que hemos aprendido de él; que sigamos las instrucciones que nos ha dado en el nombre del Señor Jesús.
La más importante está en las primeras líneas del fragmento de esta carta: “Que el Señor nos colme y nos haga rebosar de amor mutuo y de amor con todos”. El amor es la ley máxima, nuestro máximo mandamiento, amar a Dios con todo el ser, con toda el alma, con todo el espíritu, y al prójimo. No hay más instrucciones, no hay otros caminos, sólo el amor a Dios y a los hermanos.
MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
La liturgia pone el acento en la venida escatológica de Cristo en este primer domingo del Adviento, Ciclo ‘C’. Es el cumplimiento de la promesa "hecha a la casa de Israel": primera lectura. Aquel día llegará el “reino eterno", (oración colecta); se acabará “la vida mortal” y llegarán “los bienes eternos".
En el tiempo de Jesús (año 33), de frente a los desastres, guerras y persecuciones, mucha gente decía: “¡El fin del mundo está cerca!” La comunidad del tiempo de Lucas (año 85) pensaba lo mismo. Además, como se destruyó el templo de Jerusalén (año 70) y los cristianos fueron perseguidos, casi por cuarenta años, había quien decía: “¡Dios nos ha dejado solos! ¡Estamos perdidos!”
La liturgia hoy nos dice: "vigilen, prepárense para el encuentro con el Señor”. Esas actitudes tenemos que vivirlas a nivel personal y comunitario. ¿Lo pensamos? ¿Qué manifiesta que de verdad esperamos la llegada de nuestro Salvador y Señor? ¿Nos interesa que los nuestros también lo reciban?
Jesús "volverá acompañado de todos sus santos" (segunda lectura). Ésta es la ruta del Señor, sus caminos, por los que Él mismo encamina a la humanidad. Esto implica la confianza y la esperanza que el Pueblo de Dios alimenta: "A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado”. Los que esperan en ti no quedan defraudados" (salmo 24,1-3).
Adviento es un tiempo de esperanza y de alegría, de preparación y de esfuerzo vigilante.
Nuestra sociedad se cuestiona; el hombre hoy parece no buscar a Dios. Su venida no es un tema que lo preocupe. El teólogo alemán Kasper habla del proceso de descristianización en Europa. El italiano Colombo señala, como síntomas alarmantes, la poca fidelidad al magisterio del Papa y al de los Obispos y el desapego a la moral católica. Para el austriaco Schödorn, el fondo de la cuestión se reduce a saber si existe hoy la fe personal en Jesús, y la pregunta que la Iglesia tendría que hacerse, es la que Cristo Jesús le hizo a Pedro: ¿Me amas?
Los que estamos en el trabajo pastoral vemos qué poco importa a muchas personas, especialmente a los jóvenes prepararse para recibir al Señor. Jesús nos pide vigilar y estar atentos a los signos de los tiempos. Tenemos que darnos cuenta qué pasa. Existen signos positivos que nos hablan del interés y preparación del pequeño resto.
Él no se merece nuestras sobras sino lo que somos y tenemos. Confiar en Él, entregarlo lo que tenemos, supone dejarle nuestra vida en sus manos, seguros de que Él verá por nosotros. ¿Qué estamos dispuestos a darle? ¿Cómo preparamos su venida?
En tiempo de Jesús el horizonte era poco claro. El pueblo esperaba la venida de Dios, pero ni el pueblo ni sus líderes se estaban preparando. Era un tiempo apocalíptico: se habla del desplomarse de los cielos y de la angustia y el miedo del corazón del hombre. Este era un lenguaje común, pero no los movía a un cambio de vida. Se prefiguraba el fin de un lugar sagrado, de una nación, del hombre y de los tiempos.
La llamada de atención es para todos: Esta es una realidad histórica y existencial. La venida de Dios en aquel momento histórico se dio con la presencia de Jesús; si bien fue rechazado por la religión oficial que lo llevó a la muerte. Sorprendentemente estos son los caminos de Dios o la dialéctica de la fe; ahora está más cerca que nunca la venida de la salvación.
¿Qué responderíamos a los que dicen que el fin del mundo está cerca?
Si creemos que Dios va a regresar a nuestro mundo, aunque el horizonte no esté muy despejado, seremos hombres y mujeres que se preparan para esa 2ª. Venida de nuestro Salvador. La llamada de atención es también para nosotros. ¡Ojalá sepamos leer los signos de los tiempos y estemos despiertos, vigilantes, cuidando que ni el vino ni los agobios de esa vida emboten nuestra mente!
Para Dios nadie pasa desapercibido y Él tiene en cuenta lo que hacemos, por insignificantes que sean nuestras acciones; valora todo por lo que deseamos, aunque por algún motivo no lleguemos a realizarlo. Estemos seguros de que toma en cuenta todo, porque nos ama y nos conoce mejor que nadie en esta vida.
¿Por qué al principio del Adviento la Iglesia nos confronta con el fin del mundo?
¿Qué me ocupa y qué me preocupa?
ORAMOS la Palabra del Señor desde la vida:
Dios Bueno, para Ti no pasamos desapercibidos, nadie ni los porqués de lo que hacemos, por insignificantes que parezcan nuestras acciones. Que vivamos con esa confianza, esperando la salvación que nos has prometido, en Cristo, con Cristo y por Cristo.
Que su venida nos haga esperar su regreso definitivo, sabiendo que vuelve para llevar a feliz término la obra que le has encomendado. Lo definitivo ya ha comenzado, en el aquí y en el ahora de nuestra existencia. ¡Gracias! ¡Amén! Así sea!