22 novembre 2018

LECTIO DIVINA, DOMINGO XXXIV CICLO B, (Jn 18,33b-37)

P. Juan José Bartolomé, sdb

La celebración de Cristo, Rey del universo, concluye el año litúrgico. Tenemos muchos motivos para festejar su reinado; Él ganó su título de Rey muriendo en la cruz; venció el mal y alcanzará la victoria final en la Parusía.
En el interrogatorio de Pilato sobre la realeza de Jesús, el evangelista resalta la dimensión histórica, por la que los judíos lo acusan del delito de sedición, y lo condenan a la pena capital; y también habla de la dimensión real, por la que es reconocido rey, aunque no según las leyes de este mundo ni las expectativas de su pueblo. Jesús confesó su realeza y la vivió afrontando su sacrificio redentor.
La muerte en cruz eterniza el reinado de Cristo. Seguirlo es aceptar la cruz de cada día colaborando con Él en la redención del mundo.

Seguimiento:
33. Dijo Pilato a Jesús: « ¿Eres tú el rey de los judíos?»
34. Jesús le contestó: « ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
35. Pilato replicó: « ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
36. Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
37. Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?» Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

El relato joánico de la Pasión coincide básicamente con el sinóptico; debiendo contar los mismos sucesos en su desarrollo cronológico (arresto, proceso, crucifixión, sepultura, la tumba vacía y las apariciones); los personajes que menciona son los mismos (Pedro, Judas, Caifás, Pilatos, las mujeres, José de Arimatea); en ambos relatos nos hay cambios notables.
La primera sección de este gran relato (Jn 18,1-27) narra el arresto de Jesús en el huerto (18,1-12) y su juicio ante las autoridades judías (Jn 18,13-27), durante el cual Jesús apenas habla (Jn 18,20.23); la figura de Pedro, con sus negaciones, juega, en contraste con Jesús, un papel importante (Jn 18,10-11.15-18.25-27).
La segunda sección se centra en la narración del juicio de Jesús ante el procurador romano (Jn 18,28-19,16): éste es para el narrador el verdadero juicio, en el que las autoridades judías emergen como acusación y la romana como juez.
Relatada con mayor detalle, el largo interrogatorio se centra en destacar la realeza de Jesús (Jn 18,33.36.37.39; 19,3.12.14.15.19.21). Ante Pilato, y el mundo que representa, el imperio romano, Jesús se proclamará, sin titubeos ni silencios, rey y mesías. Y lo hace cuando su confesión es más inverosímil.
Proféticamente, el pagano romano proclamará a Jesús rey y su dignidad mesiánica reconocida será la causa de su muerte (Jn 19,19). La comunidad cristiana se siente a sí ayudada a testimoniar el reinado de Jesús en este mundo desde una cruz.
Los elementos narrativos son escasos. El diálogo, predominante, define a los actores. Pilato, procurador romano de Judea durante los años 26 al 36 d.C., aparece en escena y se muestra justo con el acusado quiere conocer la causa del enjuiciamiento (Jn 18,29).
El primer interrogatorio de Jesús transcurre dentro del pretorio, en privado, algo insólito en un proceso oficial. Pilato, siguiendo la praxis judicial romana, pregunta por la causa de acusación es decir por la pretensión mesiánica de Jesús, convirtiendo el juicio en causa política.
Las preguntas y respuestas se suceden, pero la cuestión es única: ¿eres tú el rey de los judíos? (Jn 18,33; 18,39; 19,3.14.15).
Jesús responde con una pregunta personal a Pilato, dándole oportunidad, antes de responderle, de hacer sincera y suya la pregunta (Jn 18,34). Al contestar con cierta indiferencia y desprecio (Jn 18,35), Pilato reconoce que no tiene motivos para proceder en su contra; de paso, descarga la responsabilidad en los jefes y el pueblo de Israel, fueron ellos quienes se lo entregaron (Jn 18,35).
Jesús responde afirmando su reinado, sin utilizar el título de rey (Jn 18,33); tres veces usa la expresión mi reino, y aclara que su reino no es como los de este mundo, apoyados en el poder y en la resistencia violenta.
Pilato no capta la sutileza de Jesús y, pregunta de nuevo luego, ¿tú eres rey? Jesús responde de forma indirecta: tú lo estás diciendo que soy rey.
Es evidente la ironía del autor: Pilato lo ha dicho sin creerlo, ya que sólo quien procede de la verdad puede oír y seguir este testimonio (Jn 18,37).

MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

Hoy, último domingo del año litúrgico, celebramos la realeza Cristo Jesús, una fiesta que, aun respondiendo a una de las convicciones cristianas más seguras, no carece de ambigüedades. Puede ser malinterpretada, porque siempre que se ha proclamado a Jesús Rey, han surgidos malentendidos, desde los tiempos de Jesús hasta nuestros días. El pasaje evangélico, tan sutil, no ayuda mucho a librarnos de ese peligro.
¿Quién es Jesús para nosotros? Cantamos con la comunidad, que lo reconocemos como Rey, ¿pero nuestra vida corresponde a esa proclamación? ¿Nuestra vida y lo que ella es ante los demás significa una invitación a ser de los que lo reconocen su ‘REY’?
Ya en los días en que Jesús de Nazaret predicaba en Galilea lo quisieron proclamar rey; pero Jesús rehusó esa dignidad y huyó de quienes lo buscaban para convertirlo en su soberano (Jn 6,15). Más tarde, murió bajo la acusación de haberse dicho rey de los judíos, su libertador (Jn 19,19-21).
Y sin embargo, Jesús sólo reivindicó para sí esa dignidad, y el título, en la única ocasión cuando no había posibilidad de ser malinterpretado: durante un proceso, cuando hasta sus amigos lo habían abandonado, mientras le escarnecían los enemigos y las autoridades iban a condenarlo a muerte reconoció ser ‘EL REY’. En la debilidad más extrema, en el momento de mayor soledad, Jesús se sabe y se confiesa rey con toda dignidad y firmeza.
¿Qué nos enseña Jesús? Su actitud es valiente, y no se echa para atrás, cuando Pilatos le hace la pregunta: ¿Eres acaso el Rey de los judíos? ¡Cuántas veces nos cuesta reconocer nuestra identidad como bautizados, como miembros de un grupo apostólico, como parte de una comunidad bien conocida! ¿Por qué? ¿Qué hay de fondo en nuestra poca identidad? ¿A qué se debe que nos dé vergüenza reconocernos de Cristo y vivir de acuerdo a sus valores evangélicos?
La situación no ha cambiado mucho: nuestra sociedad está recelosa; se predica la fe y se proclaman derechos y libertades, pero detrás de la predicación se quieren conservar privilegios y poderes. Los discípulos de Cristo no han sido tan idénticos en lo que se refiere a la coherencia de su fe ni a las exigencias de su Reino.
¡Cuántas veces también nosotros proclamamos el señorío de Jesús, pero lo usamos para servirnos de lo que ello encierra y sometemos a las personas a nuestro señorío?
Aceptemos los reproches que nos hacen y démonos cuenta qué los que nos enjuician tienen razón. Si no buscamos privilegios sociales, seguridad ni que nos vean como alguien especial, podremos convencer con nuestros actos. Nuestra vida tiene que motivar a quienes nos vean a vivir el Reino de Dios.
Una cosa es pedir respeto, exigirlo incluso, para nuestra vida creyente y nuestras formas de expresarla en público y otra, imponerla, esperando que los que no comparten nuestra fe se comporten como nosotros, o queriendo que sean mejores. Aceptemos con todas las consecuencias que el seguimiento de Jesús, y su reinado, sólo recae en cuantos estamos dispuestos a ser sus discípulos y a escuchar su voz.
Siendo sinceros tenemos que aceptar que los discípulos de Cristo no hemos vivido como Él vivió. Hemos proclamado su señorío para tener un cierto prestigio en la comunidad. La situación no ha cambiado mucho. Cuántas veces causamos recelos, a veces justificados; pedimos que se nos reconozcan nuestros derechos y queremos que se le dé a la iglesia libertad. ¿pero no será que estamos buscando privilegios o un cierto poder?
Se proclama a Cristo como rey. Se confiesa que su Reino no es de este mundo, que su poder no se ejerce como lo ejercen los poderosos. Si la comunidad renuncia a los privilegios sociales y a las posiciones de fuerza será fiable y podrá ser reconocida como súbdita de Cristo rey. Cuando los cristianos son servidores en la sociedad, harán creíble su fe y serán capaces de hacer respetar los derechos de los demás.
Reconozcámonos súbditos del único Señor y tengamos el valor de celebrar su señorío, sin pretensiones ni complejos, sin contrariarnos porque los demás no piensan como nosotros; sin envidiar a quienes viven mejor que nosotros, sin tener a Cristo como Rey único.
Cristo fue rey en la cruz. Aceptar esta verdad exige una formidable actitud de despojo que no es fácil comprender y menos aún abrazar. Se celebra el reinado de un condenado a muerte, el señorío de un rey que sirvió a sus vasallos, el dominio de un señor que entregó al vida por sus siervos.
Su destino ha de ser el nuestro, si es que esperamos algún día compartir su triunfo y su Reino. No podemos - no debemos - estar hoy celebrando un reino que se alcanzó en la debilidad y en el sufrimiento y pensar simultáneamente en asegurarnos posiciones de poder en el futuro o vivir con nostalgia de privilegios que tuvimos en otro tiempo.

ORAMOS nuestra vida desde este texto

Cristo Jesús: Hoy más que nunca necesitamos ser testigos de tu Reino, que no es como los reinados de esta tierra: que viéndonos crean en el amor sin gratificación inmediata; danos la fuerza para trabajar siendo más hermanos, sin esperar recompensa; que mejoremos nuestra vida día a día, y nos distingamos por ser servidores, gente que no va tras el poder, sino que busquemos estar con aquellos hermanos que tienen problemas. Que nos empeñemos en construir una nueva sociedad, empeñada en hacer realidad la Nueva Evangelización. Haznos siervos, hermanos, amigos, constructores del Reino del Amor y la justicia, como lo fuiste Tú. ¡Así sea!

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