15 novembre 2018

Lectio Divina - Ciclo B. 33º. Dom. (Mc 13, 24-32)

Juan José Bartolomé, sdb

Las lecturas de hoy, seguramente, nos van a parecer extrañas. Y no nos falta razón; pues expresan algo que no sentimos ya con la misma intensidad y el mismo convencimiento que sintieron los primeros cristianos: el fin del mundo, el final de nuestro mundo.
Su pensamiento lo expresaban con imágenes fuertes, que nos resultan insólitas, que no tienen mucho sentido para nosotros hoy. Nos pueden sonar cosas del pasado; corremos el riesgo de perder cuanto Dios hoy nos propone en su Palabra; no por el hecho de sernos extraña esta Palabra deja de ser una obligación su cumplimiento; no podemos escudarnos en que esas cosas ya no pasan entre nosotros, para no prestar atención, y obediencia, a lo que Jesús quiso decirnos con ellas.


Seguimiento:
24. En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor,
25. las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearan.
26. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad;
27. enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
28. Aprendan de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, dicen que el verano está cerca;
29. pues cuando vean suceder esto, sepan que Él está cerca, a la puerta.
30. Les aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla.
31. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán,
32. aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»

LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

La admiración de un discípulo ante la magnificencia del Templo, provoca en Jesús, “sentado en el monte de los Olivos” (Mc 13,1.3), uno de sus discursos más duros y difíciles de comprender. Tras predecir a sus atónitos discípulos que la destrucción completa del admirado Templo está por venir (Mc 13,2), anuncia como inminente una serie de calamidades que la precederán exhortando a afrontarlas con vigilancia y lucidez (Mc 12,5-23).
Es, entonces, cuando promete la venida del hijo del hombre, que es el corazón de su discurso (Mc 13,24-32): el fin del mundo – y para los discípulos judíos de Jesús la ruina del Templo era un verdadero fin de su mundo – no vendrá sin cataclismos inimaginables; la naturaleza entera sufrirá lo indecible (Mc 12,24-25), antes de que aparezca el hijo del hombre (Mc 12,26): su presencia, imponente y soberana, señala la irrupción del reino de Dios y el inicio de su realización: los elegidos serán reunidos (Mc 12,27).
La salvación divina ha sido imaginada frecuentemente en el A.T. como congregación de los dispersos (cfr. Is 11,1.16; 27,12; Ez 39,27); lo que se esperaba que Dios ejecutara en persona, lo hará personalmente el hijo del hombre anunciado, que cubre así las veces de Dios.
Al anuncio sigue una exhortación: si saben prever el verano en la germinación de la higuera, tendrán que aprender a distinguir las huellas de un Señor que “está a la puerta” (Mc 12,29).
Que este aprendizaje no es de libre elección queda aún más evidente en la solemne afirmación que la acompaña: ‘esta generación verá cuanto se le ha anunciado’ (Mc 12,30). Por más oscura que resulte, la aseveración de Jesús es contundente: quienes le están escuchando serán espectadores de cuanto anuncia.
Añade con una certeza insólita, seguro como está de que va a suceder como está prediciendo: sus palabras, como las del mismo Dios (Is 40,8; 51, 6), son más firmes que el firme firmamento y la tierra firme (Mc 12,31).
Llama la atención que, tras afirmar con tanta seguridad, lo dicho lo rebaje ahora con una cautelosa reserva: nadie, solo Dios, sabe el momento exacto en que acontecerán todas estas cosas (Mc 12,32).
Tan inesperada confesión no debilita, ni mucho menos cuestiona lo anunciado; más bien, Jesús se niega a responder la pregunta inicial de sus discípulos (Mc 12,4), porque no le compete a él fijar la fecha sino realizar los hechos. Solo al Padre compete determina cuando el Hijo ha de venir a reunir sus elegidos.

MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

Dirigiéndose a sus discípulos, Jesús les prepara para que vean en los luctuosos sucesos que vendrían tras su ausencia, un anuncio del juicio inminente: las imágenes, en el más típico estilo apocalíptico, se exorbitan y acumulan para dramatizar la gravedad e inevitabilidad de cuanto ha de venir.
Los discípulos han de vivir esperando la venida del Hijo del Hombre y su juicio inapelable. Jesús les pide que no hagan de cálculos, e insiste en el cumplimiento de su anuncio: saber discernir la inminencia de la primavera en el primer verdor de la higuera debería hacerles entrever los rastros que en la historia diaria ha dejado el Juez que ha de venir. Quien está despierto para descubrir el amanecer del mañana ha de dar con las huellas del porvenir que están ya presentes en su vida: la espera de Cristo se amasa en la vigilancia y el discernimiento de la propia historia.
En lugar de acrecentar la angustia por lo que sucede en el día a día, en vez de perder la ilusión, alimentemos nuestras esperanzas viendo cómo Dios actúa a nuestro favor. Estemos atentos a lo que va sucediéndose en el transcurso de nuestra historia. No nos distraigamos, porque corremos el riesgo de no darnos cuenta de su llegada. ¿Por qué pensar en el fin del mundo próximo y amenazador cuando tenemos tantos distractores? ¿Qué sentido puede tener este mensaje para nosotros?
La Palabra de Dios no hace más que confrontarnos con la dura y olvidada experiencia de nuestros días, aunque lo haga con un lenguaje oscuro y trasnochado. La experiencia cotidiana, ésa que hacemos todos los días pero que olvidándola intentamos librarnos de ella, es que estamos viviendo un mundo que no vale la pena, un mundo que asiste impasible al genocidio de pueblos por guerras impuestas o por hambres evitables, un mundo donde se mata por poco y por menos se llega al suicidio, un mundo en el que se menosprecia al que menos tiene o más enfermo está, un mundo en el que las madres deciden sobre la vida del hijo no nacido y donde los hijos crecidos arrinconan a sus padres ancianos.., un mundo así está tocando fondo todos los días, está llegando sin advertirlo a su fin, aunque siga creyendo que no hay final a la vista.
Esa es nuestra realidad. Nos interesa mucho la degradación del medio ambiente mientras más insensible somos a la degradación de la vida familiar; no queremos que se hable del fin del mundo, pero ya estamos viviendo el desastre dentro de nuestros ambientes y nos parece tan normal todo lo que sucede.
Nos convertimos en enemigos unos de los otros; la vida de las personas concretas cuentan poco para los programas políticos. Cada día se nos ofrecen más diversiones y nos negamos a tomar más responsabilidades; el amor se vende más barato y más difícil se hace encontrar quienes amen de verdad; estamos en un mundo en el que, por fuerza, nos sentimos más solos, menos queridos. Este mundo no tiene salida.
El mundo tendrá un fin y ya se ven sus señales. Cuanto hoy nos dice el evangelio no respira pesimismo: ‘es buena noticia’, ‘es palabra de esperanza y motivo de serena alegría’. Jesús habla del fin de nuestro mundo, ese mundo que se fundamenta solo en el hombre, en sus fuerzas y en su saber, a espaldas de Dios, y lo que es peor, en su contra.
Necesitamos ser objetivos; situarnos en el aquí y en el ahora del mundo que nos ha tocado vivir. Tenemos que darle sentido a lo que hacemos e infundir esperanza, oponiéndonos activamente a las fuerzas de muerte que están operando en él. Nos toca ser testigos de un Dios Vivo y de la vida que nos da. Que no veamos personas que amamos la vida y lo que la puede favorecer.
Respetemos, hagamos posible el cariño y la fraternidad, y seamos solidarios para creer en el futuro que Dios nos ha preparado.
Nunca antes había tenido tanta actualidad esta palabra como hoy, porque el mundo de la ciencia y la técnica está lleno de comodidades, de progreso social y económico, de tanta tranquilidad social y libertad civil. ¿Pero dónde está Dios?
Lo hemos llevado al último lugar, y un mundo sin Dios, un gran casa sin Padre, lo sabemos muy bien, como creyentes, se va haciendo cada día menos humano; un hogar sin hermanos es triste. Si desterramos al Padre, y si maltratamos a los hermanos somos antagonistas; el prójimo en para nosotros ‘un desconocido’.
Este nuestro mundo sin Dios; esta sociedad en la que Él no es el porvenir, no vale la pena. Es urgente proclamar que la esperanza no es una utopía, sino una realidad. Y que es posible resistir activamente al mal.
Tenemos que protagonizar en medio de tanto pesimismo. Démosle el lugar que se merece Dios; vivamos sin complejos de inferioridad y recuperemos la valentía de los primeros cristianos, que esperaban un mundo nuevo y mejor.
Quitemos la palabra a quienes la usan para construir un mundo sin futuro para el hombre; a los profetas de mal agüero. Que nuestro mensaje se escuche y que se vea que somos bautizados, ‘hijos de Dios’.
Hagamos que el mundo, el nuestro: familia, trabajo, vecinos, y quienes tenemos cerca, no pongan su confianza en la ciencia y la técnica, en lo seguro y programado por aparatos y proyectos robóticos. Sino en el Autor de todo lo que ahora tenemos y hacemos. Él ha confiado en nosotros al traernos a la existencia. Confiemos nosotros en Él.
No es posible sólo rezar, hay que saber incidir entre quienes toman las decisiones, llegar a los sitios donde se programa esta sociedad; sin pretensiones, pero sin complejos; sin tener que pedir perdón por atestiguar la esperanza en Dios y en su Plan de salvación.
No podemos pretender que las personas piensen como nosotros, pero no aceptemos que se destruya lo que Dios ha construido, para que vivamos felices. ‘Seamos verdaderos testigos de Dios en un mundo que camina hacia su final’

ORAMOS la Palabra del Señor desde la vida:

Dios, Padre Bueno: Haznos capaces de vivir la gratuidad y el amor fraterno; que seamos la iglesia peregrina, que difunde respeto para el hombre concreto, para el más necesitado. Que, creyendo en ti, hagamos posible un mundo más humano, un mundo que vive contigo, ‘hoy’ y también ‘mañana’.

Solo así podremos ser felices y cumpliremos la tarea que nos dejó tu Hijo, cuando nos dijo: Vayan… Hablen… Enseñen… Sabemos que Él está sentado contigo, como sacerdote eterno, pero confía en que nosotros hagamos posible tu Plan de Salvación, apresurando su venida. Que vivamos nuestro sacerdocio bautismal en la esperanza y el amor. ¡Así sea!:

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