20 luglio 2013

LECTIO DIVINA, Dom XVI, Ciclo ‘C’ (Lc 20, 38-42)

Juan José Bartolomé, sdb

En una vida de continuo desplazamiento, Jesús tuvo que recurrir habitualmente a la hospitalidad de amigos y conocidos. Recordando un episodio concreto, Lucas lo elabora hasta convertirlo en una lección para el verdadero discípulo de Jesús.
No es casual que las dos maneras de portarse con Jesús estén representadas por mujeres, una y otra muy bien caracterizadas. Recibieron a Jesús en su casa: una le sirvió y la otra le escuchó. Las dos actitudes son lógicas; ninguna es criticada por Jesús; la que se afana por atenderlo se siente hasta cierto punto menos comprendida. Cuando le dice a Jesús cómo se siente, Él también le hace saber cómo le gusta ser recibido por sus amigos. Él le pide atención y no tanto servicio…
Le gusta que lo escuchen más que lo agasajen. Lo que Él quiere decirles a sus amigos es más importante que lo que ellos le puedan ofrecer; inquietarse por cosas no malas, pero que no le permiten a Marta estar con el Maestro no es de alabarse, sino de corregirse. La atención mejor que puede darse a Jesús, que se hospeda en su casa, es escucharlo, es quedarse con Él, es gozar de su persona, de su presencia, de todo lo que es y tiene para compartir. Jesús le pide a Marta que recibe su mensaje; Él buscaba no tanto la hospitalidad en su casa, quería quedarse en su corazón. Lo que ella pudo hacer, que desde luego era prueba de su interés por el Maestro, no debía atropellar el interés por escucharlo, por estar con Él.

Seguimiento:
38. En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
39. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
40. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
“Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”.
41. Pero el Señor le contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas.
42. Sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

Jesús ha iniciado ya su ‘subida a Jerusalén’: el tiempo de su partida de este mundo ha llegado (Lc 9,51). En continuo desplazamiento, tiene que recurrir habitualmente a la hospitalidad de amigos y conocidos. Recordando un hecho concreto, Lucas aprovecha este hecho para subrayar cómo tiene que ser el discípulo de Jesús.
El episodio está contado con suma brevedad. Siendo escasa la información que se da, hay que fijarse más en lo que se dice. El centro del mensaje está en el diálogo, iniciado por Marta. No sabemos, ni podemos imaginar, por qué Jesús aceptó ser hospedado por Marta. Ser recibido en una casa donde solo hay mujeres (sólo Jn 11,1-3 menciona a Lázaro y identifica el pueblo como Betania) tuvo que llamar mucho la atención en el pueblo; era un gesto insólito.
Son dos mujeres quienes protagonizan la acogida. Son ‘amas de casa’, son ‘las responsables directas de la hospitalidad’. Las dos hermanas lo acogen bien, se ponen totalmente a su disposición. Aunque de forma diferente. Quedan definidas ante el invitado por lo que hacen, por cómo reaccionan en su presencia.
Mientras Marta se desvive por atenderlo, María se concentra en escucharle. Pero no hay que pasar por alto que Marta es la que invita a Jesús, la que lo sirve, la que, se afana (Lc 10,40). Ella le pide le diga a su hermana que la ayude. María aparece en el relato, más bien, como ‘una invitada más, y a la vez, como quien aprovecha bien lo que dice el Maestro…Si Marta se multiplica para acoger a Jesús, María sólo le escucha. Marta se inquieta, abrumada; María se libera de ocupaciones para ocuparse solo de escuchar la palabra de Jesús: escuchar es mucho más que atender con cortesía al huésped, es acoger su mensaje (Lc 5,1; Hch 13,7.44; 19,10). Ella se sienta a los pies de Jesús – esa posición la tienen los que quieren aprender y – María deja sola a su hermana con el trabajo, para oír al Maestro.
Marta hace lo que le corresponde como ama de casa. María, lo que es propio del discípulo: a los pies del Maestro, atiende a su palabra para acogerla. Marta, preocupada por recibir bien al invitado, no piensa en cómo le gusta a Jesús ser recibido. Con la mejor de las voluntades se enfrasca en los quehaceres, tanto que no tiene tiempo para estar con su invitado. En cambio, su hermana hace lo contario. Le importa Jesús y lo que Él le dice, lo que le propone.
Las dos actitudes son lógicas y a la vez complementarias. Ninguna es criticada por Jesús. Es Marta quien objeta, no a Jesús, sino a su hermana. Y es que, bien mirado, parece que quien más se afana es la que se siente mal. Cuando hace público su reproche, Jesús se encarga de indicar cómo le gusta ser recibido: Él prefiere atención a las atenciones. Le gusta encontrar escucha a su palabra, más que agasajo a su persona. Cuanto tiene que decir importa más que cuánto lo quieran ofrecer. Dedicarse a escucharle es el mejor modo de acogerlo.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

Hoy el evangelio nos recuerda un sencillo episodio de la vida de Jesús: andando de viaje, fue hospedado en casa de una familia amiga. Es lógico que quien, como Jesús, viviera habitualmente en los caminos evangelizando, tuviera necesidad de hospedarse. El suceso en sí no tendría mayor importancia, si no fuera porque Lucas, que lo narra, lo presenta como ejemplo de lo importa acoger a Jesús, y recibir lo que Él quiere y puede darnos al llegar a nuestra casa. La lección es clara, al ser acogido quiere ser recibido. El evangelista convierte un hecho normal de la vida de Jesús, en una manera de vivir nuestra existencia.
De este hecho podemos aprender algo todos los que deseamos que Jesús venga a visitarnos, porque nos hace falta su presencia y tal vez también, porque nos gustaría recibirlo como se Él se lo merece.
El relato dice que Jesús sigue buscando hoy amigos que le ofrezcan hospedaje, un hogar y una familia. El adelanta cómo le gusta al Maestro ser recibido. Jesús necesitó ser hospedado entre amigos y bienhechores porque, viviendo para predicar el Reino de Dios, andaba sin hogar propio.
Al no tener lugar donde reclinar la cabeza ni madriguera siquiera donde reposar, según dijo a quienes querían seguirle, dependía constantemente de la buena voluntad de sus huéspedes. Dios y su Reino le habían privado de tener su casa y de estar con su familia. Pero si el Reino le hizo peregrino, el Reino le proporcionó también amigos: sus oyentes fueron sus huéspedes.
Recibía hospedaje de quienes recibían su palabra. Aceptaba ser acogido en el hogar de cuantos aceptaban el evangelio de Dios en su corazón. Era su táctica misionera: identificaba a sus amigos con aquellos que se identificaban con su evangelio y se dejaba servir por quienes, tras haberle escuchado, ponían sus vidas al servicio de Dios. No separó Jesús misión de amistad, vida pública y vida privada. Hizo sus amistades allí donde su predicación era acogida. Se daba a quienes recibían su evangelio.
Si queremos un día tener a Jesús en casa, si anhelamos que nos considere sus amigos, si deseamos ganárnoslo de veras, no tenemos más remedio que aceptar su evangelio.
Si queremos recibir a Jesús hemos de acoger su predicación, porque Él se da a quienes se reconocen pecadores. Si estamos entre los que lo necesitamos tenemos ya el camino por donde podemos encontrarle. Si no tiene nada que decirnos, si ya no nos dice nada su persona, ¿cómo vamos a esperar que venga a nuestra casa?
Tal vez Marta y María eran amigas de Jesús (Jn 1,3.11). El hecho es que se atrevieron a invitarlo, para que Jesús convirtiera su hogar en cátedra de su magisterio.
¿De qué no nos estaremos privándonos si no nos atrevernos a acoger a Jesús en nuestra casa? ¿Lo invitamos? ¿Queremos que Él llene nuestras vidas? Pensemos qué tanto lo atendemos, qué importancia le damos a esa convivencia con Jesús, qué tiempo le dedicamos a la escucha de su Palabra…
Como en Betania aquel día, Jesús espera ser bien recibido por sus amigos. ¿Cómo pretendemos tenerle como huésped, si no permitimos que su palabra sea nuestro alimento y nuestra tarea? Sabiendo qué le trae a casa, no está todo perdido: Pongámonos a escuchar su palabra; haciendo nuestro su evangelio y Él llegará a nuestra casa, a nuestras vidas, a lo que somos y hacemos.
Tener como ocupación el evangelio nos hará, tarde o temprano, tener que ocuparnos de Jesús en persona. Y si para tenerle con nosotros tuviéramos que dejar tantos otros quehaceres, y también la convivencia con otras personas, valdría la pena el esfuerzo.
Que Jesús desee, y busque, ser hospedado no le hace indiferente al modo de ser recibido. El Jesús sin hogar no es un Jesús sin expectativas o sin preferencias; que esté necesitado no le hace menos exigente.
El episodio evangélico gira, precisamente, en torno a la doble reacción de las hermanas que hospedaron a Jesús; una se preocupa por atenderle, preparando casa y comida, poniendo cuanto se tiene a disposición del amigo recién llegado; la otra se ocupa en atenderle, escuchando cuanto Él quería decir. Aunque las dos actitudes son diferentes, una y otra son lógicas. No hay por qué identificar sin más a una de ellas como la mejor o preferible; afanarse por atender al invitado o atenderle sin otro afán es cuanto se espera de quien acoge a un ser querido.
Marta y María hicieron lo que Jesús quería, le dieron cuanto necesitaba; se portaron bien una y otra. El malestar de Marta es más que lógico. No es justo dejar que la parte más pesada de la acogida caiga sobre una sola persona. Jesús le descubre que su preocupación por atenderle le está quitando el gozo de tenerlo en casa. Su presencia, en lugar de llenarla de alegría, le está distanciando de su hermana. No es bueno tenerlo en casa y no gozarlo.
Marta es viva imagen de muchos estupendos apóstoles, que enfrascados en una febril actividad y agitados interiormente, se sienten solos, inquietos, con múltiples esfuerzos no logran gozar en el servicio al Señor, aun teniéndolo en casa. Se preocupan más por lo que les “cuesta” servirle que contar con su presencia…
Marta es figura del apóstol que se desvive haciendo lo que él quiere sin importarle mucho – ni preguntar siquiera – qué es lo que Jesús prefiere de ella. Su generosidad la lleva a dar lo mejor de sí, pero no tiene tiempo para recibir de Jesús su palabra: lo acoge dándose, no ‘recibiéndolo’. Dar de lo propio es característico del que se tiene por rico. Recibir lo que se le dé, en cambio, es típico del que sabe que es pobre y necesita de los que quieran darle lo mucho que le hace falta.
Marta no es corregida por cuanto hace, sino por lo que deja de hacer; se afana por dar buen recibimiento a su invitado, pero no lo escucha, no le pone atención: pensando en preparar lo que le va a dar, no recibe a Cristo, aunque lo tiene en casa. María no hace otra cosa que estar con Jesús, lo escucha, le da lo mejor que puede darle: su atención. ¿Cómo no iba a preferir Jesús hablar con sus amigos, explayarse con ellos, desahogarse después de haber estado tal vez hasta con enemigos? Él quería ser acogido.

III. ORAR nuestra vida desde este texto

Padre Dios, queremos recibir a tu Hijo en nuestra casa; Cuánto importa que Él esté con nosotros. Sin darnos cuenta nos afanamos por tantas cosas y no le ponemos el interés ni la atención que merece su presencia en nuestra vida. Que sepamos conjugar la laboriosidad de Marta con la profundidad de María, que valoremos todo lo que Él es para que nos abramos a su acción, que comprendamos lo que quiere decirnos. Lo importante no es tanto lo que hacemos, sino lo que somos. Que llenos de tu Espíritu sepamos jerarquizar y vivir en comunión contigo y con nuestros hermanos. Pasa Señor, nuestra casa es tu casa.
¡Así sea!


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