19 agosto 2018

Lectio Divina Dom. XX T. O. San Juan (6, 51-58)



La gente se resistía a aceptar a Jesús porque dijo: “He bajado del cielo”. Ellos pensaban que lo conocían y les era imposible aceptar su palabra.
Descubrir a Jesús como el Hijo de Dios no fue nada fácil para sus paisanos. La encarnación suscitó una gran dificultad para los hombres de su tiempo. Hoy tenemos otras dificultades. Las personas se preguntaban: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?”. No entendían qué había hecho, ni el por qué les decía que tenían que comer su carne.
Ellos conocieron y escucharon a Jesús de viva voz pero no lo reconocían como el Mesías esperado por siglos. ¿Y nosotros, qué tanto lo aceptamos? ¿Qué significa su presencia eucarística en nuestra vida? Este evangelio tiene siete afirmaciones del Señor. Hay que notar que San Juan utiliza el número siete con frecuencia. Estas son el hilo conductor que le dio estructura al discurso eucarístico más importante del Evangelio. Al reflexionarlas nos daremos cuenta de su profundidad.

Seguimiento:

51. Jesús añadió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo”.
52. Esto provocó una fuerte discusión entre los judíos, que se preguntaban: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”.
53. Jesús dijo: “Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes.
54. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
55. Mi Carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
56. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él.
57. Como el Padre que me envió posee la vida y yo vivo por él, así también, el que me coma vivirá por mí.
58. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron sus antepasados. Ellos murieron; pero el que coma de este pan, vivirá para siempre”.

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

El evangelio de Juan no nos transmite el relato de la institución de la Eucaristía, sino el significado que ella asume en la vida de la comunidad cristiana.
La simbología del lavatorio de los pies y el mandamiento nuevo (Jn 13,1-35) quieren ser el memorial del pan que se parte y del vino que se derrama. Los contenidos teológicos son los mismos que en los sinópticos.
La tradición cultual de Juan, se puede encontrar en el “discurso eucarístico” que sigue al milagro de la multiplicación de los panes (Jn 6,26-65), un texto que pone en evidencia el significado profundo de la existencia de Cristo, que no tuvo otro fin que favorecer la comunión profunda con su persona.
La referencia al milagro del maná explica la simbología pascual en la que el sentido de la muerte es asumido y superado por la vida: “Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que desciende del cielo, para que quien lo coma, no muera” (Jn 6,49-50).
Este discurso estaba dirigido a toda la comunidad (cfr Éx 16; Jn 6,31-32); Jesús quiso que fuera comprendiendo el milagro que se daría en su persona y quienes estuvieran dispuestos a vivir con Él y para Él, en profunda comunión.
Él dice a sus seguidores que el pan de la revelación les dará una vida sin ocaso. Quien coma de ese pan vivirá para siempre.
Del pan, Juan pasa a habar del cuerpo: ‘Sarx’. En la Biblia, este término designaba a la persona humana en su frágil realidad y débil delante de Dios; este evangelista habla de la realidad humana del Verbo divino, hecho hombre (Jn 1,14ª) y lo compara con el pan que simboliza la carne misma de Jesús.
El pan eucarístico, el pan de la vida, se identifica con la persona de Jesús (Jn 6,35) y precisa que es dado al hombre por el Padre. El verbo dar es presente; el pan eucarístico, el cuerpo de Jesús, ofrecido por Él mismo con su muerte en la cruz, prefigurados en la consagración del pan y del vino durante la cena, dan la vida de Dios a quien lo coma.
Los judíos, que decían creer en Dios y pretendían saberse las escrituras se escandalizaron al escuchar a Jesús y no aceptaron su palabra.
La celebración de la Pascua, rito perenne que se ha perpetuado de generación en generación, es la fiesta del Señor y memorial de su presencia (cfr Éx 12,14).
La invitación de Jesús a hacer lo que Él ha hecho “en memoria suya”, tiene su paralelismo en las palabras de Moisés, cuando prescribe el recuerdo pascual: “Este día será para ustedes un memorial y lo festejarán” (Éx 12,14).
Jesús dice: “En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”.
Juan, como los sinópticos, haba de cómo Cristo se entregó a la muerte todo Él, dando su cuerpo y su espíritu, para la vida del mundo. Se hizo ofrenda agradable al Padre, por el Espíritu Santo quien obró en Él a lo largo de toda su vida terrena y la plenificó en el acontecimiento Pascual, manantial de vida para todos.
Las palabras de Cristo aseguran que ‘Quien come su carne y bebe su sangre, permanece en Él y viceversa’ (Jn 6,56).
La comunión de vida que Jesús tiene con el Padre se ofrece a todo aquel que coma su cuerpo.
La oferta de la carne y de la sangre de Jesús tiene que ser comprendida para que llegue a la vivencia de fe. Participar en el banquete eucarístico requiere la acción preveniente de Dios y la participación consciente del hombre.
“Como el Padre, que tiene la vida, me ha enviado y yo vivo por el Padre, así también aquél que me come, vivirá por mí”. El acento no se pone sobre el culto como momento culminante y fundamento de la caridad, sino en la unidad del cuerpo de Cristo vivo y operante en la comunidad.
No hay una verdadera liturgia sin amor. “Una eucaristía separada de la caridad fraterna equivale a la propia condenación, porque se desprecia el cuerpo de Cristo que se prolonga en la comunidad”. Jesús mismo dijo: “Lo que hagas a uno de estos, a mí me lo hiciste” (Cfr. Mt 25, 40).
Con la Cena y la Cruz, inseparables, el pueblo de Dios ha entrado en posesión de las antiguas promesas, la verdadera tierra más allá del mar, del desierto, del río, de la tierra donde corre leche y miel está en la obediencia de Cristo y en la de los que con Él y como Él se hacen ofrenda agradable al Padre.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

En las siete afirmaciones de Jesús se repite la palabra ‘comer’. Esta acción muy humana habla de asimilar lo que se ingiere. El Amén eucarístico manifiesta que quien se acerca a comulgar está dispuesto a vivir en comunión con Cristo.
La primera es una afirmación con una expresión en condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”.
¿Cómo podemos hacer nuestro este ideal? Comer a Cristo es vivir con Él y de Él… Todos tenemos hambre de Él, de su Palabra, de su presencia. Estar con Él y vivir de Él es hacer comunión con su persona… La comida es esencial en la vida del ser humano. ¿Sentimos que Cristo Eucaristía es esencial en nuestra vida?
La segunda afirmación es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
Si vivimos en alianza con Cristo Jesús tendremos vida eterna, estaremos con Él y con Dios Padre, en comunión con su Espíritu, para siempre jamás. De qué nos serviría ganar en esta vida honores, bienes materiales, y todo lo que da placeres, que hoy son y mañana se acaban… ‘De nada’. Comulgar es hacer camino hacia la eternidad. ¿Somos conscientes de lo mucho que tendremos comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre? ¿Nos empeñamos en hacer realidad esa alianza que nos encamina al cielo?
En la cuarta afirmación vuelve sobre el mismo concepto con una proposición bellísima que habla ahora de la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él”. La quinta se basa en una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mí”. La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.
¡Qué importante es comprender las consecuencias de la Alianza con Cristo y con su Padre, en el Espíritu Santo! ¡Qué distinta será nuestra vida si somos conscientes de lo que es y pide comulgar recibiendo en la Eucaristía a los TRES!… Nuestra vida se diviniza y nuestra humanidad se eterniza en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo.
La sexta afirmación es muy significativa. Jesús dice: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados, ellos murieron”. En la séptima afirmación, la más vibrante, dice: “El que coma de este pan, vivirá para siempre”. Jesús es el verdadero pan que da la vida eterna.
Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido. Comerlo significa no solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida, sino asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por cada uno de nosotros. Comulgando entramos en una misteriosa comunión con Cristo Jesús y en Él, con su Padre y con el Espíritu Santo.
A Jesús hay que comerlo. No basta únicamente con mirarlo. Cuando comulgamos encarnamos el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, estamos comulgando su cruz. Al asimilar a Cristo nos hacemos Cristo crucificado para los demás, siendo capaces de dar en Él, por Él y con Él la vida como Él nos la da.
Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia.
Si comulgamos nos llenamos del poder y de la fuerza de la cruz para hacernos unos con Él, y ser capaces de dar la vida de manera misteriosa y real, uniéndonos a su sacrificio redentor, a su muerte, entregándonos como Él se entregó por nosotros y por todos sus hermanos.
Si comulgamos a Cristo conseguiremos una vida en plenitud, pero comer la Hostia consagrada nos pide asumir sus actitudes vitales, sobre todo el mandamiento del amor; si amamos de verdad a nuestro prójimo tendremos vida y la favoreceremos en nuestro ambiente.

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto

Padre Bueno, que comprendamos que estamos hechos para vivir en comunión con Cristo Jesús, tu Hijo. Que descubramos día a día qué importante es comulgar su Palabra y su Cuerpo y su Sangre, para adherirnos a Él, para acogerlo, asimilarlo y hacernos uno con él.
Que como Pablo y todos los santos vayamos siendo capaces de vivir en una verdadera comunión, (Cf. Gál 2,20), extendiendo la salvación que Él nos ha traído. Haz que sepamos aproximarnos a Él, como Él se ha aproximado a nosotros, amándonos de verdad, para vivir en comunión. ¡Así sea!

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