7 agosto 2018

LECTIO DIVINA - Dom. XIX T. O. San Juan (6, 41-51)



Jesús dijo a la gente: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió y yo lo resucitaré en el último día”.
Todos buscamos satisfacer nuestras necesidades básicas; saciar el hambre es una de ellas. Jesús se identificó con el pan, muchas veces compartido en nuestra mesa; dijo ser un pan muy especial, distinto al que degustaron algunas generaciones en el desierto, que comieron el maná y murieron.
Jesús dijo que el pan bajado del cielo, ofrece vida eterna y que el que coma de ese pan, no morirá. El pan vivo es Jesús. No es como los alimentos que comemos y asimilamos, sino que Él nos hace como Él es. Al comerlo saciamos el hambre de Dios y la sed de sentirnos vitalizados por su Palabra.
La Eucaristía anticipa la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía).
La comunión con Cristo resucitado nos va acostumbrando a pedir, a recibir y a asumir nuestra condición de hijos de Dios; sólo estando unidos a Él sentiremos que nuestra vida se siente satisfecha.
El pan vivo no sólo nos hace vivir más allá de nuestra muerte física, sino que nos da ya vida en este mundo» (Jn 6,51). El designio del Padre es que vivamos en la fe y en el amor. ¿Somos capaces de responderle libre y personalmente a ese plan que ha querido llevar a cabo al hacerse nuestro alimento?

Seguimiento:
41. Los judíos comenzaron a murmurar de él, porque había dicho: “Yo soy el Pan que ha bajado del cielo”
42. Decían: Este en Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su Madre ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?
43. Jesús respondió: No sigan murmurando.
44. Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió, no lo atrae; y Yo lo resucitaré en el último día.
45. Está escrito en los profetas: "Serán todos enseñados por Dios". Todo el que escuchó al Padre y ha aprendido, viene a Mí.
46. No es que alguien haya visto al Padre, sino Aquel que viene de Dios, Ese ha visto al Padre.
47. En verdad, en verdad, os digo, el que cree tiene vida eterna.
48. Yo soy el pan de vida.
49. Sus padres comieron en el desierto el maná y murieron.
50. He aquí el pan, el que baja del cielo para que uno coma de él y no muera.
51. Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto, el pan que Yo daré es mi carne, para que el mundo tenga vida”. 

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
De aquí en adelante, los líderes judíos empezaron a discutir con Jesús. Murmuraban: "¿Este no es el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice que bajó del cielo?" (Jn 6,42).
Ellos pensaban conocer las cosas de Dios. En realidad no las conocían. Si fueran realmente abiertos y fieles a Dios, sentirían dentro de sí el impulso de ir a Él y a su Hijo, Cristo Jesús y reconocerían que Él vino de Dios, ‘Porque estaba escrito en los Profetas: ¡Todos serán instruidos por Dios'. Todo aquel que escucha al Padre y recibe su instrucción, viene a mí”.
Los judíos recordaban el pan del desierto en la pascua. No se trataba tanto de hacer recuerdo del maná caído del cielo, sino de aceptar a Jesús como el nuevo pan, que podía dar Vida y que invitaba a seguir el camino que él les había enseñado.
No se trata de comer la carne del cordero pascual, sino de comer la carne de Jesús, para que no perezca aquel que la come, sino que tenga vida eterna.
Jesús terminó diciéndoles: "Yo soy el pan de vida bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo les voy a dar, es mi carne para la vida del mundo".
Hoy somos convidados a comer el nuevo maná y el nuevo cordero pascual, que es Jesús mismo, quien se entregó en la Cruz para que todos tengamos vida.
La multiplicación de los panes sucedió cerca de la Pascua Judía (Jn 6,4). Esta fiesta era memorial del Éxodo, la liberación del pueblo del faraón y sus actitudes opresoras.
El episodio narrado en el capítulo 6 del evangelio de Juan, tiene un paralelo en los episodios relacionados con la fiesta de pascua, tanto con la liberación de Egipto como con su recorrido por el desierto.
El Discurso del Pan de Vida, hecho en la sinagoga de Cafarnaún, está relacionado con el capítulo 16 del libro del Éxodo, que habla del Maná. Vale la pena leer el capítulo 16 del Éxodo.
Al comprender las dificultades que el pueblo pasó en el desierto, entenderemos mejor las enseñanzas que Jesús dio en el capítulo sexto del evangelio de San Juan.
Cuando habló del alimento que perece (Jn 6,27), se refería al maná, que se llenaba de gusanos, echándose a perder (Ex 16,20). Cuando los judíos murmuraban (Jn 6,41), hicieron lo mismo que los israelitas en el desierto, cuando dudaban de la presencia de Dios en medio de ellos. (Es 16,2; 17,3; Núm 11,1). La falta de alimentos hacía que la gente dudara de Dios y murmurara de Moisés.
Los judíos dudaron que Dios estuviera en Jesús de Nazaret (Jn 6,41-42). Él se había presentado como el “Pan de Vida” (6,35) y había dicho claramente que su tarea era “dar vida”, la vida que el Padre le había dado a Él primero.
El evangelista hace notar que los oyentes no comprendieron que el término ‘pan’ era sinónimo de ‘Palabra’, identificada con Jesús, y que la escucha, se convertía en invitación a estar con Él; el término ‘asimilación’, era lo mismo que decir nutrición; y ‘vida’, en resurrección.
Por lo tanto, en Juan 6,41-51, la expresión ‘Pan de la Vida’, significa ante todo ‘Palabra que hay que acoger’ y encarnar’, el verdadero sentido del “Pan de vida es ‘ser alimento’ necesitado por todos.
Los términos de este pasaje nos muestran que la Eucaristía -“Pan vivo bajado del cielo”- acogida en el hoy de nuestra fe, nos coloca de manera permanente frente a la gran riqueza de la persona de Jesús y de la totalidad de su obra en el mundo

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Jesús utiliza dos imágenes cotidianas, y a la vez fuertes, para expresar lo que sucede en el encuentro con Él: Quien lo coma “no pasará hambre y nunca tendrá sed”. En Jesús la vida encuentra una nueva satisfacción porque Él es la repuesta a lo que está en el fondo de todas las búsquedas.
¿Qué hacemos cuando tenemos hambre? Buscamos cómo saciarla y si tenemos sed bebemos; el agua o los líquidos nos la calman. La dinámica de la fe también nos lleva a calmar el hambre y la sed de Dios que todos tenemos muy dentro de nuestro ser.
Sin Dios podemos sobrevivir más o menos”, y también vegetar, sintiéndonos como en un campo de batalla indeseable, donde nos derrotan las soledades y las frustraciones. Pero cuando estamos en comunión con Dios nuestra vida se convierte en una aventura llena de emoción y de paz.
Cuando se conoce a Jesús y, por Él y desde Él a Dios, ya no se sufre hambre espiritualmente hablando. El corazón inquieto encuentra su reposo, el corazón hambriento se halla colmado en sus más profundos deseos.
La frase sobre el hambre y la sed que se sacian definitivamente, nos muestra el toque de eternidad que tiene el momento presente. Cada instante de nuestra existencia es verdaderamente vida si está lleno de Dios. ¿Cómo aprovechamos la oportunidad que tenemos de comer el pan que Él nos da día a día?
Si comulgamos, nuestra vida está segura más allá de la muerte. El último día, cuando nuestro presente histórico termine, no caeremos en el vacío, porque la muerte no es carencia, hambre y sed de vida, sino plenitud, porque –en última instancia, – la vida está en Dios (Cfr. Juan 1,4).
El evangelio ha dejado claro que la comunión con Dios sólo es posible por medio de Jesús y por eso, Él es “pan” imprescindible para la vida en Dios. Sin Él nunca habría sido posible y lejos de Él sería imposible. La relación con Jesús, no es como cualquiera otra relación
¿Cómo podremos entrar en relación con Dios? ¿Qué ha hecho Jesús para ayudarnos a crecer en su amistad?
Venir a Jesús es lo mismo que creer en Él. Con estos términos se describe la fe como una dinámica relacional, como un acudir a Él mediante sucesivos acercamientos. Lo vemos cara a cara en la Sagradas Escrituras, en la Eucaristía, en los hermanos, pero creer es más que verlo. Es preciso acercarse a Él, dar el paso de la fe, hacerlo nuestro amigo, estrechar las relaciones, porque venir a Jesús conlleva mucho más que una presencia física inerte.
¿Qué pruebas tengo de que creo en Jesús? ¿Quiero ser más amigo suyo? ¿Cómo y cuándo me acerco a Él? ¿Qué significa para mí y para los míos comulgar? Si “creer” en Jesús es más que verlo, ¿cómo es mi fe en Él, y a qué me lleva?
La vida que Jesús ofrece es directamente proporcional a la relación con Él. La dinámica de la fe es similar a la de la búsqueda del alimento. Los horizontes del corazón se abren en la medida en que se ahonda la intimidad con el Señor.
¿En qué momentos de mi vida he sentido más hambre de Dios? ¿Cómo la he podido saciar? ¿Qué hago por tantos hermanos que están hambrientos de la vida que Dios nos ofrece, para ir adelante a pesar de las muchas dificultades que podamos tener?

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto
Padre Bueno, que sepamos saciar nuestra hambre de infinito, no con cosas que hoy son y mañana se acaban, sino buscando a tu Hijo, que quiso hacerse nuestro alimento y nos sacia de verdad.
Él nos ha amado tanto, que quiso vivir con nosotros e ideó cómo fortalecer la comunión con todos sus hermanos. Que no lo miremos a distancia, sino que nos aproximemos a Él, agradeciendo todo lo que hizo para acercarse a nosotros.
Que nuestra vida se fundamente en Él; que nuestro ser arranque y crezca en un impulso de libertad y de amor para con todo lo que es tuyo, viviendo en comunión. Que seamos muy felices, gozando de la comunión que Ustedes viven y nos proyectan y la compartamos con los que nos rodean, con Cristo Jesús, tu Hijo Único y con su Espíritu Santo. ¡Así sea!

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