31 luglio 2018

Lectio Divina - XVIII Domingo, T.O. Ciclo ‘B’ - San Juan ( 6, 24-35)



Jesús es interpelado explícitamente sobre lo que Él “hace”. En la historia de la salvación, el “hacer” de Dios siempre ha precedido el “hacer” del hombre. La obra del hombre es “creer”, pero previamente debe haber una obra de parte de Dios que sea la base y la ruta hacia la fe.
Veremos a Jesús dialogando con sus seguidores que estaban inquietos por lo que Él dijo e hizo.
Le dijeron: “¿Qué prueba nos das, para que te creamos?”. Le hacen esta pregunta habiendo presenciado la multiplicación de los panes, que fue un hecho extraordinario… No estaban satisfechos ni creyeron de verdad que Él fuera el Mesías; osaron pedirle un signo todavía mayor.
El Señor se presentó ante ellos como el que obraba de parte de Dios y con este hecho se remitió a una de las grandes acciones que Dios hizo a favor de su pueblo: darle el maná en el desierto. 

Seguimiento:

24. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún para buscarlo.
25. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: “Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí”? 26. Jesús les respondió: “En verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan no porque han visto señales, sino porque han comido de los panes y se han saciado.
27. Obren no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre Dios ha marcado con su sello‟.
28. Ellos le dijeron: “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”
29. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que crean en quien Él ha enviado”. 30. Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obras realizas?”
31. Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”. 32. Jesús les respondió: “En verdad, en verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo;
33. porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”. 34. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”.
35. Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed”.

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

Nuestro texto desarrolla una catequesis coloquial basada en preguntas y respuestas entre Jesús y la gente que lo buscaba.
Cuando lo leemos descubrimos todo un itinerario en la fe que podemos seguir si queremos saciar nuestra hambre de Dios. Al conversar con la gente, Jesús la condujo como si fuera subiendo una escalera: cada paso lleva a otro más alto que presuponía haber subido el anterior. Algunos comparan la didáctica de Jesús con la sugestiva imagen de un espiral. Este texto tiene un fuerte movimiento espiritual, rico en sugerencias; no pretendemos explorarlas, pero sí observar el itinerario que nos propone Jesús para llegar a una vivencia.
En la primera parte hace una catequesis sobre el pan de vida… Hay un nuevo encuentro en “la otra orilla del mar” (6,24-25). El Señor purifica los motivos de su búsqueda (6,26-29). Es preciso saber leer los signos de su amor y de la salvación que nos ofrece (6,30-33). Se da una comunión vivificante entre el hombre y Dios: él necesita saciarse del “Pan de Vida”, y confiesa que necesita a Jesús (6,34-35).
Cuando Él multiplicó los panes había una gran multitud; solamente los hombres eran unos cinco mil (ver 6,10). Todos quedaron admirados por el pan inesperado, gratuito y abundante que pudieron comer.
La gente se quedó esa noche en la verde explanada, a orillas del mar de Tiberíades, esperando a Jesús, que se les había escapado.
Por la mañana notaron que los discípulos se habían ido en el único bote disponible, y por eso creyeron que el Señor todavía estaba entre ellos (v.22), mas no tardaron en darse cuenta de que se había ido de ahí y se fueron a buscarlo (v.24).
Corrieron hacia los botes (v.23; ver 6,16-21) y se fueron hacia Cafarnaún y encontraron a Jesús nuevamente (v.25ª).
Sus seguidores le preguntaron: “Rabí, ¿cuándo llegaste aquí?” (v.25b). Lo dijeron porque querían saber cómo se había venido, pero Él no respondió a su pregunta, sino más bien los cuestionó: “¿Por qué” me buscan?” iniciando una conversación muy importante.
Jesús quiso purificar los motivos de su “búsqueda” (6,26-29). El evangelista Juan había ya dicho que Jesús conocía lo que había en el corazón del hombre y que no necesitaba que le dijera nada, porque ‘conocía a todos sus seguidores’.
Él leía los corazones de quienes lo buscaba ansiosamente y conocía sus motivaciones.
Hay un sí y un no: (1). Lo buscaban para que repita el milagro de la multiplicación de los panes (2) y no lo buscan por lo que debía ser la verdadera motivación para ir a Él.
La fe es el caminar del hombre a Dios y encontrarse el uno al otro. Con esta respuesta Jesús les dice a través de los signos que Él es el Mesías enviado de Dios y que su persona los llevará a encontrarse con su Padre.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

El problema que Jesús enfrenta con la multitud que lo busca para que repita el milagro del pan abundante, tiene que ver con la imagen que tienen de Él. Se da a sí mismo un título: ‘Hijo del hombre’. Es curiosamente un título de “gloria”, pero que Él sabe bien lo llevará a la ‘pasión’.
Jesús quiere que sus seguidores entiendan que Él tiene mucho más de lo que ven en su persona a primera vista. La gente se deja arrastrar por el mesianismo, quiere respuestas inmediatas y corre tras Él. Por eso, al final de la multiplicación de los panes querían hacerle Rey, pero Jesús –para desconcierto de ellos– se escondió.
Jesús nos lleva más allá del signo. Quiere que estemos con Él tanto en sus momentos de gloria, como en su dolor. Que le acompañemos porque es el Hijo del Hombre. No nos esconde lo que está detrás de este título.
Tal vez no entendemos a fondo a Jesús. Como la gente de la multiplicación de los panes queremos que sea un Mesías Rey que use su poder para eliminar lo que no nos deja ser felices… Queremos el pan que nos dé gratuitamente, y todos los días sin tener que hacer ningún esfuerzo de nuestra parte. ¿Buscamos también un mesías a nuestra medida?
Jesús dice a quienes le siguen que es aquél “a quien su Padre Dios ha marcado con su sello”. La autoridad de Jesús le viene de Dios. Para que comprendan esta gran verdad se sirve de la imagen que les podía ayudar a entenderle: Habla del sello de Dios”. ¿Por qué el sello? En la antigüedad no era la firma sino el ‘sello’ lo que autenticaba un documento.
Si se trataba de uno comercial o político, se sellaban con un anillo que estaba preparado para dejar claro que tenía seriedad y pertenencia… Las decisiones eran válidas y permanecían garantizadas. Los sellos se hacían de arcilla, de metal o de joyas, en los dos primeros casos, parte del material se quedaba pegado en el documento como prueba de que su autenticidad.
En Jesús está el “sello” de Dios: (1) Su Padre lo ha autentificado con la unción del Espíritu
Santo: “El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz; porque aquel a quien Dios
ha enviado, habla las palabras que le inspira por la acción veraz del Espíritu (Juan 3,33-34; 1,33-34).
Él es la “verdad de Dios hecha persona, encarnada. Viene de Dios y a Dios nos lleva. ¿Queremos estar con Él? ¿Nos interesa escucharlo, ser de los suyos? ¿Qué nos mueve a ir a su encuentro al escucharle hablar, al acercarnos a su mesa semana a semana?
Él es el único que puede satisfacer el hambre de eternidad que está impresa en el corazón de todo hombre. Hay que buscar a Jesús porque nos ofrece “firmeza”.
Los que lo seguían le preguntaron: “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” y Jesús les respondió. “La obra de Dios es que crean en quien Él ha enviado”.
Ante el imperativo “¡Obren!”, la reacción no se dejó esperar: ¿Cómo llevarían a cabo lo que Dios quería que hicieran? Ellos sabían que tenían que realizar el proyecto de Dios viviendo en relación con Él.
Cuando Jesús habló de las “obras de Dios”, la gente entendió porque desde pequeños habían sido educados en la convicción de que el favor de Dios se gana haciendo “buenas obras”. La pregunta “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” tuvo una respuesta. Jesús corrigió el intento de sus interlocutores y abrió la puerta para que entendieran cómo tenían que relacionarse con Dios desde otro ángulo que es mucho más profundo y de grandes consecuencias.
Jesús nos habla de la obra de Dios y nos pide ‘fe en Él’. Que nuestra actitud sea un sí a lo que nos ofrece al hacerse nuestro Pan…

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto

Padre Dios: También hoy queremos saciar nuestra hambre de ti y de lo tuyo. Jesús se ha hecho nuestro alimento y nos invita a ser uno con Él y en Él, contigo, por obra de su Espíritu.
Gracias porque los Tres nos invitan a vivir una relación profunda. Que comprendamos qué es comulgar y vayamos cada domingo a la Mesa que nos han preparado, para que tengamos vida, y vida en abundancia.
Que al estar con tu Hijo, recibiendo el pan de la Palabra y el Pan eucarístico, crezca nuestra confianza y ésta se traduzca en obediencia, amorosa y gratuita siempre. ¡Así sea!

Nessun commento:

Posta un commento