21 febbraio 2014

LECTIO DIVINA, VI Dom, T.O. Ciclo ‘A’ - (Mt 5,38-48)

En el Evangelio según san Mateo, Jesús nos expone la Nueva Ley, en antítesis con la Antigua. Ésta quedaba señalada por las palabras en boca de Jesús: “Han oído que se dijo a los antiguos: "Ojo por ojo y diente por diente". Pero yo les digo…”
Jesús nos propuso una vez más un cambio en la escala de valores, a diferencia de lo que la sociedad decía, Él quiso que prevaleciera el perdón y el amor en las relaciones de sus seguidores.
La medida del amor y del perdón ha sido en su criterio amar sin medida. El amor cristiano no se contenta con hacer el bien. Éste respeta, comprende, disculpa, descubre lo bueno que hay en el otro, para colaborar en su crecimiento.
En la persona de Jesús todas esas actitudes se unifican y se encuentran.

Seguimiento:
38 “Han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
39 Pues yo les digo que no resistan al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra;
40 Al que quiera pelear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto; 41 y al que te obligue a andar una milla, vete con él dos.
42 A quien te pida da, y no le vuelvas la espalda al que desee que le prestes algo.
43 Han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”.
44 Pues yo les digo: “Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan,
45 para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”.
46 Porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa van a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?
47 Y si no saludan más que a sus hermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No hacen eso mismo también los paganos?
48 Ustedes, pues, sean perfectos, como es perfecto su Padre del cielo”

I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice.

Seguimos en el Sermón de la Montaña, entendiendo qué es el discipulado, del que tanto habla el Documento de Aparecida. Vemos que Jesús nos enseña en qué consiste la vida nueva del Reino.
La justicia, que genera vida y fraternidad, es la que le da pleno sentido a la “Ley y los Profetas”. La Ley no hace sino señalar qué es lo que el Padre quiere que hagamos.
Hay que ser “hijos en el Hijo”; el amor cristiano no es más que la manera de ser del Padre Dios, reflejado en sus hijos, como nos lo reveló su Hijo Jesús. “Sean hijos de su Padre del cielo… Sean perfectos como es perfecto su Padre del cielo” (Mt 5, 45. 48). El punto es que esta “filiación” y esta “perfección” se deja conocer en la manera como enfrentamos la violencia.
La “justicia superior” que proviene del Reino es la de sabernos relacionar con los demás. Jesús mostró cómo las bienaventuranzas nos dan criterios para reaccionar frente a dos tipos de situaciones: El domingo pasado meditamos aquella en la que la relación depende de uno (Mt 5, 21-37) y ahora meditamos aquella en la que la iniciativa la tiene otra persona (Mt 5, 38-48).

1. La reacción del discípulo ante las agresiones. El primer impulso (el visceral) es el de la venganza, el del desquite, el devolver con la misma moneda la ofensa recibida. Ya el Antiguo Testamento había llegado a admitir esta posibilidad: “Se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’” (5,38; ver Éxodo 21,24); la llamamos “la ley del talión”: si me dañan, respondo.
En su momento la Ley fue un gran avance en la historia de la civilización, ya que su finalidad era evitar la justicia por manos privadas; ya se sabe que cuando esto sucedía las consecuencias eran funestas: la turba enardecida terminaba dando muerte al delincuente. La norma establecía que, delante de un árbitro (el juez del pueblo), se hacía justicia: si en el litigio un puño había tumbado un diente, ahora el agredido tenía derecho a hacerle lo mismo (un solo diente y no dos). Entonces los dos quedaban en paz.

2. El valor del Reino que hay que ejercer. Para Jesús, la venganza no pertenece al proceder característico del Reino de Dios. No es así como se hace justicia; por el contrario, hay que dar un nuevo paso hacia delante. La verdadera justicia no está en los empates, sino en la paradójica victoria del derrotado: “No opongas resistencia al malvado” (5,39ª).
Este nuevo valor que brota de la justicia del Reino apunta a la eliminación de la violencia mediante dos caminos: no prolonga la violencia a través del habitual desquite; sino favorece la conversión del agresor.
Mateo había puesto de relieve tres valores del Reino: la reconciliación, la fidelidad y la veracidad (Mt 5, 27-37). Cuando aparece el conflicto. ¿Qué hacer ante el agresor? ¿Cuál debe ser la actitud de un seguidor de Jesús ante un enemigo?
Jesús enumera cinco situaciones bien conocidas, en las cuales un discípulo se siente agredido en su integridad física, moral y sicológica.

(1) Una bofetada en la mejilla (5,39b). En este caso el agredido no devuelve el golpe, sino que pone la otra mejilla (5,39c).

(2) Un pleito jurídico para reclamar una deuda (5,40a). El agredido se muestra más generoso que el agresor, entregándole más de lo reclamado: el manto, el cual pertenecía al rango de los elementos de valor de una persona (5,40b).

(3) Un retén del ejército romano de ocupación (5,41b). El sometimiento al Imperio Romano permitía que los soldados romanos detuvieran las caravanas y forzaran a los viajeros a cargar piedras. Puesto que había abusos de autoridad, las leyes establecían que un romano no podía exigir más de una milla en este esfuerzo.
La respuesta frente a tamaña agresión es, por cuenta propia, hacer el doble de lo pedido, así queda claro que no se es un esclavo, sino un hombre libre que sirve generosamente al otro (5,41b).

(4) Una persona que pide ayuda (5,42ª). Podría ser el caso de un mendigo que pedía limosna; en aquellos tiempos los niveles de pobreza eran muy altos. ¿No es verdad que una persona que pide ayuda todos los días, poco a poco comienza causar fastidio? El agredido no perderá la paciencia.

(5) Un préstamo (5,42b). Aquí el contexto es bien conocido: los desplazamientos forzados por causa de la violencia romana (en la década del 60 y comienzos del 70) habían llevado a muchas familias a perder sus posesiones. Llegaban a otras ciudades y acudían en primer lugar a sus “hermanos” cristianos.

Éstos los acogían con generosidad los primeros días y les hacían préstamos, para que pudieran reorganizar sus vidas. Pero la situación económica era tal, que no había como pagar y, peor aún, los mismos volvían para pedir más. Entonces comenzaban a negarse los préstamos (sobre este caso ver: 6,12; 18,23-35; uno de los problemas mayores de la comunidad de Mateo eran las “deudas”) y la fraternidad entraba en crisis.
En todos estos casos se podía ver cómo el agredido no devolvía la ofensa, sino que, por el contrario, se mostraba siempre bondadoso. Enfrentaba el problema con una actitud diferente: bajaba la tensión del agresor y respondía de manera no violenta a la agresión.
El mal no se afronta de manera pasiva sino con una actitud que trata de hacer el bien al enemigo.

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

Recordemos que al concluir las bienaventuranzas se dijo que las comunidades estaban siendo perseguidas (ver 5,10-12). Sobre este horizonte se bosqueja esta lección, según la cual el “odio al enemigo” (5,43) –que puede ser válido para quien conoce la “Ley” (Levítico 19,18) pero no para quien vive en la esfera del Reino.
El Corazón del Padre es fuente de inspiración para el discípulo. El hombre viejo acostumbra polarizar: “mis amigos y mis enemigos; con los primeros trato y con los otros no”. Pero Dios Padre no es así: Él “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (5,45). El Padre de Jesús hace que en su corazón quepan todos.

¿Qué tanta capacidad tengo para regenerar mis relaciones con quienes me he disgustado?

La mención explícita del “sol” y de la “lluvia” es una referencia a las bendiciones que Dios le prodiga a los suyos: con ellas Dios mantiene y hace prosperar lo que ha creado. Que Dios ilumine y le conceda prosperidad a una persona “mala” o “injusta”, indica que –así como tampoco lo hacen el sol y la lluvia- el amor del Padre no se circunscribe a aquellos que lo aman, sino Él que ofrece su amor gratuitamente y sin distinciones aún a quien no se lo merece.

¿Cómo me comporto con quienes me persiguen y me hacen daño?

Jesús cambia la frase “odiar al enemigo” por “amar al enemigo” (5,44a). La manera concreta de amarlo es incluirlo. “Rueguen por los que los persiguen” (5,44b). Entonces el Dios del Reino lo transformará con sus bendiciones. Él nos pide afrontar la enemistad: transformar al enemigo con el poder regenerador del Reino.
La actitud fundamental de un discípulo de Jesús es el amor que sólo desea el bien, hace el bien, y, desde ahí, hace al otro bueno. San Pablo dice lo mismo con otras palabras: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Romanos 12,21). Así se corta el mal por la raíz.

¿Vivo venciendo el mal a fuerza de bien?

El publicano -quien vive en su pecado- y el gentil -que adora a otros dioses- (ver 5,46-47); aman nada más a los que los aman y saludan solo a su círculo de amistades. El discípulo es diferente, porque el motivo fundamental que inspira su actuar es el amor de Dios Padre. Ese es su criterio fundamental.
La última lección que Jesús da en esta escuela de valores enseñar a convivir al estilo del Reino de Dios; precisamente, lo que le da plenitud a la Ley es la identificación con los comportamientos y actitudes del Padre celestial: una vida de Hijos de Dios: “Ustedes, pues, sean perfectos, como es perfecto su Padre celestial” (5,48).

¿En qué hago consistir la perfección? ¿Qué importancia le doy al amor en mi vida diaria y para con aquellos que convivo?

El amor es la perfección del Padre. Él es amor; nosotros podemos ser capaces de vivir la “misericordia”. Los buenos hijos honran el apellido del padre. . El criterio último de acción no es la “Ley” escrita, sino la manera de ser del Padre, que se reflejó nítidamente en su Hijo, Jesús de Nazareth, nuestro hermano.
San Agustín dice: “El que cree haber entendido las Escrituras, o parte de ellas, y con esta comprensión no edifica sobre este doble amor de Dios y del prójimo, no las entendió”. “La plenitud de la Ley y de todas las divinas Escrituras, es el amor…”

¿Qué tan fuerte es en mis relaciones el amor en su doble dirección, a Dios y a mi prójimo?

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto:

Padre Dios, qué claro hablas a quienes somos discípulos de tu Hijo. Concédenos la valentía para hacer vida tu palabra. Nos podemos acostumbrar a escucharla, pero sin vivirla. Se nos hace tan fácil responder a lo que nos hacen dejándonos llevar por la violencia. Concédenos vencer el mal a fuerza del bien y de lo bueno, dándole espacio a tu Espíritu en nuestra vida, para saber cortar el mal desde su raíz. Que nuestra capacidad para amar crezca amando, que entremos en la escuela del amor, inspirados en lo que hizo y dijo Cristo Jesús, tu Hijo, y Hermano nuestro. ¡Así sea!

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