8 dicembre 2013

LECTIO DIVINA CICLO A, (Mt 3, 1-12)

Juan Bautista es una de las grandes figuras del Adviento; con su presencia y su predicación anuncia la llegada del tiempo del Mesías. El gran ministerio salvífico de Jesús está precedido por el ministerio penitencial de Juan Bautista. Todo lo que él hace es de gran valor, pero está sometido a obra de Jesús, el Hijo de Dios, enviado por Él para nuestra salvación.
El pasaje de Mateo 3,1-12 nos describe con diversos acentos el perfil del impávido predicador que anuncia en el desierto un cambio de vida, que capacita a las personas a comprender cómo vivir la confrontación final. En medio de su predicación, valiente y exigente, se vislumbra una esperanza de vida y salvación, que es lo que en última instancia quiere Jesús que vivamos. El relato fluye de manera organizada y didáctica, como es característico en Mateo, partiendo de un resumen inicial que nos dice de dónde y en donde aparece Juan (primera parte), ampliando luego con una descripción narrativa su vida (segunda parte) y, finalmente, presentándonos una pieza de su predicación (tercera parte). Abordemos entonces el texto del ministerio profético de Juan Bautista en sus tres partes:

Seguimiento:
1. Por aquellos días se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:
2. «Conviértanse porque ha llegado el Reino de los Cielos».
3. Éste es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas’.
4. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre.
5. Acudían entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán,
6. y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
7. Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente?
8. Den, pues, fruto digno de conversión,
9. y no crean que basta con decir en su interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’; porque les digo que puede Dios de estas piedras hacer hijos a Abraham.
10. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
11. Yo los bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego.
12. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga».

I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice.

La predicación caracterizó a Juan; su tarea fue proclamar pública y personalmente, de viva voz la llegada del Reino. Como predicador, Juan quiso despertar las conciencias ante la obra que Dios estaba haciendo y conseguir que ésta fuera recibida por personas bien dispuestas.
Juan es el primero de los predicadores, de hecho Jesús y sus discípulos serán descritos en términos similares (se interesaban por su ministerio profético 4,17.23; 9,35; 10,7.27; 11,1). Él profetizaba la llegada de Alguien que vendría a sembrar las semillas del Reino.
El “desierto, lugar deshabitado, fue su centro de operaciones, no Jerusalén ni el Templo. ¿Por qué Juan predicó allí, donde no hay casi nadie? ¿Por qué ese sitio que bien podría pensarse favorecía una fuga de la realidad?
El espacio insólito de la predicación aparece unido al anuncio de los nuevos tiempos que se aproximan. El desierto es el punto de partida de algo nuevo.
¿Cuál era el pregón de Juan? Una frase breve y fuerte parece resumirlo. Tiene dos partes: Un imperativo: “Conviértanse”, (un llamado que se repetirá al final, en el v.11).
Un llamado para distanciarse de todo lo que hasta entonces había tenido valor; los antiguos criterios de vida perdieron vigencia ante la nueva misión. Es como si se dijera: ¡Denle una impronta nueva a su vida!
Una motivación: “Porque ha llegado el Reino de los Cielos”. La conversión no es para volver atrás, al punto de partida, sino para ir más allá, para dar pasos hacia delante en la dirección del “Reino”:
La obra del Dios Creador y Señor de la historia, que viene a cumplir sus promesas y a plantear sus exigencias es el pregón del primer heraldo del Evangelio. Él invita a sus seguidores a dejar el pecado y a convertirse a Dios, que “ha llegado”.
Juan Bautista dice que el “Reino” ya “ha llegado”, que está presente. Es importante la anotación de que la soberanía es “de Dios”. Él siempre ha obrado en medio de su pueblo, pero viene ahora Él mismo, en persona: él mismo está ahí.
Como deja ver Juan en su predicación: Dios puede cambiar el mundo (“Reino”), pero le corresponde a cada querer cambiar (“Convertirse”).

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

“Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino al Señor, enderecen sus sendas”. Juan se presenta como el heraldo que grita el mensaje de su Señor; no realiza una misión por iniciativa propia, sino como enviado por Dios.
A la luz de la profecía de Isaías (40,3), que para Mateo es el profeta de la salvación mesiánica, el ministerio de Juan arroja nuevas luces: Con la venida de Juan se cumple una antigua profecía de Isaías. Juan es la “voz” que personifica históricamente a aquel misterioso personaje presentado por Isaías (quizás un miembro de la asamblea del consejo de la corte celestial), que era eco a las instrucciones de Dios, para el pueblo que regresaba de la cautividad de Babilonia.
La voz parte del “desierto” pero la finalidad no es quedarse en ese lugar, sino hacer un camino de conversión. Dios viene es más “ya ha llegado”, es preciso hacer camino al Señor”, un camino que no admite senderos tortuosos, pistas extenuantes ni recorridos desalentadores.
¿Qué tan consciente soy de esta gran verdad? ¿Me pongo en actitud de conversión para recibir al Señor? ¿Favorezco esta disposición no solo en mi, sino entre los míos?
El desierto es el lugar de la “escucha”, donde se pueden atender las directivas de Dios. Para Israel el desierto fue un punto de referencia que apuntaba a sus orígenes, tanto en la creación, como en la alianza y por eso, como dice profeta Oseas, es posible ir al desierto para regresar y vivir el proyecto de Dios con la fuerza del amor primero (ver Os 2,16).
El “desierto”, como referente bíblico-histórico, parece ser esencial (así 3,3 y 4,1). El mismo Mateo da la clave. Como lo indica la cita de Isaías (40,3), hay una nota de esperanza que percibe, en la flamante peregrinación del Pueblo que retorna del exilio, la acción poderosa de Dios; después del éxodo el pueblo regresa purificado –habiendo aprendido las lecciones de la historia- y dispuesto a construir una nueva sociedad.
Esta clave de un nuevo éxodo también es subrayada en la experiencia de Jesús en el desierto (ver 4,1). Lo importante del anuncio es que es Dios mismo, en cuanto “Señor” es, quien guía a su pueblo: como un pastor que guía a su rebaño. Bajo su guía, el pueblo alcanzará victorioso la meta de su caminar histórico. Juan invita a los hombres a renunciar a sus seguridades, a sus actitudes, a lo que los aleja de Dios.
¿A qué puedo renunciar para encontrarme con el Señor? ¿Cuáles son las actitudes que me impiden recibirlo?
El evangelista Mateo nos presenta los rasgos “históricos” de su cualificado ministerio. La descripción del personaje sigue dos círculos concéntricos: Juan a solas (3,4) y Juan rodeado de la multitud que acude a su predicación (3,5). Se percibe aún una tercera coordenada, que es la anotación del evangelista sobre el éxito de la misión de Juan (3,6). El profeta aparece como un típico personaje del desierto: una vida conducida con hábitos de máxima austeridad, sin la más mínima ostentación.
Este hombre vestía como los beduinos del desierto. Pero hay más. Esta manera de vestirse nos remite al profeta Elías (“un hombre vestido de pieles y faja de piel ceñida a la cintura”, nos dice 1º Reyes 1,8), cuya indumentaria se convirtió posteriormente en el “uniforme” de los profetas (ver Zacarías 13,4). También se alimenta con una asombrosa austeridad, con la comida más sencilla; era casi un vegetariano: “comía langostas y miel silvestre”); era un hombre que en asombrosa pobreza vivía completamente dedicado a Dios: ‘un verdadero asceta’.
Vivía con lo estrictamente necesario, al margen de las apariencias y la sociedad de consumo. Como predicador tenía su corazón dispuesto y dedicado a la causa de Dios: vivía abandonado a su providencia y en función del valor mayor. Relativizaba todo de manera que nada lo apartara de su voluntad. Vivía una fuerte e intensa elación con Dios.
¿Cómo es mi relación con el Señor y qué tan capaz soy de vivir ascéticamente para que Él y lo que a Él toca sea realmente lo que me llene?
El pueblo buscaba a Juan: tenía éxito, conseguía movilizar la fe de la gente. El radio de acción de su predicación alcanzó a la gran ciudad, “Jerusalén”; igualmente tocó la población campesina de la provincia, “toda Judea” y también a los que eran sus seguidores en los alrededores del Jordán.
¿Por qué toda esa gente, bien los más lejanos como los más cercanos estaban deseosos de escuchar a Juan? Cuántos experimentaron que no era el tener cosas ni el poder arbitrario lo que los llenaba… En la predicación del profeta descubrían un llamado y escuchándolo querían recomenzar para responderle a Dios. ¿Qué le dice nuestra actitud y nuestra palabra a los que nos escuchan?
Los oyentes de Juan vivían un proceso de conversión. Se bautizaban en el río Jordán, confesando sus pecados”. Su predicación era acompañada del bautismo. La descripción del evangelista deja entender que el profeta tuvo éxito en su predicación: fue tomado en serio.
Quien se bautizaba era invitado a vivir libre del pecado en la espera de la salvación que estaba por venir. Confesar sus pecados implicaba la pureza de corazón, una pureza legal y moral. Dos cosas se desprenden del llamado que Dios hace a los bautizados por Juan: que se tenían que convertir y dar frutos de conversión.
La persona es comparada con un árbol y los frutos dignos de arrepentimiento son las buenas obras (3:10; 7:15-20; 12:33; 13:8, 23; 21:43). Estas buenas obras serán la base del juicio de Dios en el fin escatológico que describe Mateo en el capítulo 25.
La preparación del camino del Señor implica arrepentimiento y un cambio de vida: metanoia’. La confesión hace que el penitente asuma responsabilidades y un estilo de vida, basado en una serie de opciones, y compromisos en relación a Cristo y su Evangelio. Un cambio de vida nos lleva a ser de Dios y de los que nos rodean. Esta segunda semana del Adviento me dispongo a hacer mi confesión y recibir al Señor, bien preparad@.

OREMOS este texto desde nuestra vida

Padre Dios: Ayúdanos a vivir como Juan Bautista, con valentía y claridad las exigencias de nuestro bautismo. Que la conversión sea en nosotros una actitud y no un acto pasajero; que nos reconozcamos pecadores y nos decidamos a dejar nuestro pecado, para vivir el bien y lo bueno, a cualquier costo. Llévanos al desierto de la penitencia para experimentar una mayor necesidad de ti.
Que tu voz nos mueva a la conversión. Que hagamos experiencia de tu amor, amando a nuestro prójimo, de la mano de María, la Señora del Adviento. ¡Amén!

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